La cerveza de abadía definitivamente es una de mis preferidas. Me imagino que poder degustarla en su lugar de origen rodeado de esas construcciones medievales, sería una experiencia magnífica.
Pero mientras no podamos visitar esas tierras, me voy a conformar con degustar sus productos que no es poco. Esta vez les vengo a contar de la cerveza Orval, la cual es elaborada en el Monasterio de Notre-Dame d´Orval, situado en Gaume, Bélgica.
Los registros históricos marcan que esta gente viene haciendo y consumiendo cerveza desde principios del 1600, asi que imagínense que algo de experiencia deben de tener.
Solo hacen 2 estilos: la Orval Trappist Ale de 6.2° que es la que tomé y la Petite Orval de solo 3.5° que es consumida únicamente por los monjes o por la gente que visita el monasterio.
La Orval es una cerveza trapense bastante peculiar debido a dos procesos especiales durante su fabricación. En primer medida se utiliza la modalidad de "dry hopping" que consiste en colocar en la cerveza que está madurando, lúpulo fresco, el cual le otorga un aroma y sabor muy especial al producto final. La otra peculiaridad y que la hace única entre las cervezas trapenses es que durante el mismo proceso de maduración, se le añade levaduras salvajes del tipo "brettanomyces". Esto produce en la cerveza una metamorfosis de su carácter, que solo se encuentra en cervezas del tipo "lambic" (que también son fabricadas en Bélgica).
La cerveza que se embotella se madura por al menos 4 semanas, mientras que la que se consume tirada en el Monasterio se la tiene guardada durante 6 meses. Por esto es siempre recomendable añejarla un poco para obtener de a poco más y más aromas y sabores.
Al servirla se la ve de color entre dorado y anaranjado, formando una espuma blanca y de burbújas grandes que perdura bastante en la copa. Su aroma es un deleite, que va entre los especiado y toques florales. Al tomarla aparecen sabores cítricos como a naranja, mezclado con especias donde me pareció sentir entre ellas al coriandro. Pero lo más característico es su amargor muy intenso que me trajo a la cabeza el sabor de la achicoria. Se la siente también algo ácida y un poco astringente.
Si creía que había tomado cervezas fuertes de sabor, cuando tomé esta me di cuenta que todas las anteriores parecían livianas. A pesar de que creo que mi paladar está bastante acostumbrado me dije a mi mismo que no podría tomar más de una copa sin llegar a saturarme de tanto sabor y amargor.
En conclusión es una cerveza muy compleja y tremendamente fuerte en sabor. Sin dudas es de una calidad excepcional y espero algún día poder volverla a degustar para ver si variando su añejamiento cambia en algo. Igualmente para mi gusto personal me sigo quedando con las Chimay y La Trappe.