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Con resignación, Leslie dejó que Cailean le agarrara por las axilas y la sacara de allí. —¡Por todos los Dioses, mujer! ¿Cómo habéis sobrevivido escondida en esa ratonera? —preguntó incrédulo cuando la sacó del todo del agujero donde había estado oculta todos esos días, y la puso en pie, a su lado.
La muchacha no dijo nada. Estaba temblando de frío y de miedo. Aunque Anabela le había conseguido una manta, ahora olvidada ahí abajo, no había podido paliar el frío como era debido, ni siquiera con esa prenda. Por eso, su piel estaba helada.
—Si llegamos a tardar un día más en encontraros, seguro que la hubierais palmado —apuntó el highlander, al verla temblar y con los labios morados.
Se suponía que no tenía que preocuparse por su salud, pero la verdad era, que no podía remediarlo; él en el fondo, era demasiado bueno. Un defecto, y de los grandes, para alguien como él, cierto, sin embargo, era algo que no podía evitar. Por eso, intentó abrazarla para hacerla entrar en calor, pero ella, no se lo permitió; aún teniendo las piernas entumecidas, Leslie se alejó varios pasos, hasta alcanzar la encimera. Allí se encontraban varios cubiertos, entre ellos, cuchillos de diferentes tamaños. Antes de que nadie la viera venir, tomó uno y se lo puso en la garganta.
—No os... os atreváis a... tocarme —amenazó ella, tartamudeando y con apenas un hilo de voz.
Cailean se puso serio, con el cuerpo totalmente rígido, mientras Sir Duncan atendía a Anabela, que de la impresión de ver a su niña así, se había desmayado.
—Soltad ese cuchillo, damisela mía —rogó él, entre dientes—. Es un arma muy afilada, os podéis hacer daño.
—¡Lo que os importará a vos lo que me pase! —dijo ella indignada, sin inmutarse y ahora un poco más recuperada; eso de discutir acaloradamente con su enemigo, le hacía hervir la sangre y entrar en calor.
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Es un fragmento de: Sucumbir al Destino, mi nueva novela >.<