Oscar (Sergio Morkin)

Publicado el 23 julio 2016 por Julia
Presentación realizada por Alan Pauls el 18 de marzo de 2010 en el ciclo Streets Art Docs en Primer Plano I.SatTranscripción realizada del siguiente link audiovisual: https://vimeo.com/10525276


Entre las obras que lo hicieron célebre hay un De la Rua con la cara de Hannibal Lectel, un Ricky Martín gigante enchastrado con disparos de pintura roja  y un jugoso collage donde los camellos de una marca de tabaco americana matan el tiempo fornicando en el desierto. Aparecieron así, en plena ciudad, como chistes públicos espectaculares, de la noche a la mañana, y en poco tiempo el nombre de su autor ya era un secreto a voces. Buenos Aires, la castigada Buenos Aires de los alrededores del 2001, ya tenía su interventor callejero, su cowboy visual, su guerrillero gráfico; Buenos Aires tenía a Oscar Brahim, taxista y artista de la calle.Oscar, la película de Sergio Morkin, es bastante más que la biografía de esta especie de justiciero errante que extrae tiempo de sus recorridos nocturnos para sabotear, aquí o allá,  con pequeñas bombas irónicas la  locuacidad arrogante de la publicidad callejera. No hay plano del film en que Brahim no esté: lo vemos manejando su taxi, interviniendo carteles en la calle, defendiendo los pocos pesos que recaudó ante a su mujer, saliendo con su hijo (casi en plan pedagógico) a ridiculizar afiches de políticos, mayonesa o programas de TV.Filmado por la cámara perspicaz de Sergio Morkin, Brahim es una cruza atípica de pícaro porteño con artista conceptual, de desclasado con teórico de los medios. Una mezcla de loser social golpeado por la crisis y la necesidad, y de gourmet semiológico, un Maquiavelo capaz de intervenir los signos públicos del poder hasta avergonzarlos o parodiarlos o hacerlos confesar todo lo que se proponen ocultar.Así, el héroe de Oscar es un héroe único, endémico, fabricado por una sociedad todavía contada por la crisis y el film de Morkin la crónica de un país condenado a seguir siendo lo que es: una selva donde el arte callejero funciona como goce, como alegría y también como alegato crítico.