Hace un par de días asistí, en el Ateneu Barcelonés, a la representación de un monólogo basado en La balada de la cárcel de Reading, de Oscar Wilde, su última obra, muy distinta a las demás y, probablemente, la menos conocida.
Me hizo reflexionar sobre la figura de este escritor y la imagen tan alegre y festiva que tenemos de él; siempre elegante, descarado, hedonista. Todos admiramos y hemos repetido en alguna ocasión muchas de sus ingeniosas frases. Pero pocos conocen (o recuerdan) su triste final, su muerte prematura en París, a los cuarenta y seis años, arruinado y solo.
Víctima de la intolerancia victoriana y en pleno apogeo de su fama, al mismo tiempo en que se representaba con gran éxito su obra, La importancia de llamarse Ernesto, fue denunciado por el padre de un amigo,con el que éste sospechaba que mantenía una relación, detenido y juzgado por conducta indecente y sodomía y condenado a dos años de trabajos forzados en la cárcel de Reading.
Allí escribió De Profundis, una larga y oscura carta en la que hacía una profunda reflexión y hablaba de sus sentimientos, de su decepción con respecto a quienes creía sus amigos, y de cómo le habían afectado los juicios a los que fue sometido.
Fernando Cánovas en plena representación
Tras ser liberado, hundido moralmente y abandonado por todos, partió a Francia donde escribió La balada de la cárcel de Reading, en la que contaba su dura experiencia en prisión. Y murió poco después en la más absoluta indigencia.
Un triste final para un escritor tan brillante que solo quiso vivir en consonancia con sus ideas, demasiado avanzadas para la época y el país en que le tocó vivir.
Hoy día seguramente sería una celebridad que llenaría programas de televisión y páginas de papel couché, y además podría casarse con quien le diese la gana.
¡Hasta la próxima semana!