HABLO como historiador, como cronista aquejado de ardor de estómago. No siento el menor aprecio por el pasado. Ginsberg y aquellas cafeterías rebosantes de guitarristas muertos de hambre siempre me la sudaron bastante. Nunca se tomaron en serio lo de beber. Y lo cierto es que se agarraron a lo que les cayó encima. Era su mala suerte lo que les llevaba a salir corriendo para toparse en la carretera con zánganos del calibre de Kerouac, para regresar años después con el pelo más largo y puestos de puta marihuana hasta el culo al grito de Paz, Amor y Mota. Igual de arruinados que siempre.
PERO así fue. Nosotros éramos forasteros por cuestiones geográficas y marginados porque no hablábamos inglés y llevábamos pantalones cortos. Y por eso nos vimos obligados a pelear a diario. Hasta el día en que Bob le metió una paliza a Jimmy Pacheco, el más joven de un puñado de apaches que vivía al final del barrio con sus diez hermanos y siete perros. Eran los únicos de todo el vecindario que tenían un cerco de alambre alrededor de su propiedad. Siempre estaban sacrificando cerdos, cabras y novillos, emborrachándose con tequila y bebiendo sangre fresca con cebolla cruda. Pero un día Bob agarró a Jimmy de la muñeca y lo lanzó contra el tronco de un vetusto roble negro y el asunto quedó zanjado. Tras aquel incidente, Jimmy, con aquellas camisas de manga larga que se gastaba, se pasó varias semanas sin meterse con nadie. Todos sabíamos que por debajo iba escarolado. En términos generales, los Pochos, después de aquello, dejaron de meterse con nosotros.
Óscar Zeta Alonso. Autobiografía de un búfalo pardo. Dirty Works, Junio 2016. Prólogo de Carlos Velázquez. Introducción de Hunter S. Thompson. Epílogo: Marco Acosta. Traducción de Javier Lucini. Ilustración: Iban Sainz Jaio.