CINCO O SEIS DÍAS de drogas y alcohol sin pegar ojo dejan a cualquiera sin fuelle. Al cabo de un cierto tiempo, comienzas a experimentar un hormigueo constante en los tobillos y un zumbido de mosquitos en los muslos. Sientes las muñecas como de puré de patata y la nuca se te transforma en un avispero. Las manos te tiemblan como medio kilo de hígado sobre el mostrador de un carnicero. No importa la temperatura ambiente ni la ropa que lleves. El cuerpo alterna entre escalofríos que te parten la espalda y sofocones que se te concentran en las sienes y en las orejas.
UNA LLUVIA heladora envolvía mi ciudad natl cuando me bajé del Greyhounds en el centro de El Paso. Cargaba con una maleta marrón llena de ropa usada que había ido comprando en distintas tiendas de segunda mano del suroeste, una cámara de fotos Argus C-4 negra, mi clarinete Conn en si bemol y ciento cincuenta dólares. Metí todas mis cosas en una taquilla de la terminal por treinta y cinco centavos y me zambullí de cabeza en la noche con una camisa Pendleton azul, un pantalón de lana verde y unas botas Tony Lama marrones perfectamente lustradas.Azuzado por un viento gélido recorrí el barrio de mi infancia. No estaba más que a un tiro de piedra de la frontera. Tranvías eléctricos herrumbrosos y rechinantes, restaurantes mexicanos y bares que atronaban música norteña sobre las aceras destrozadas y abarrotadas, rebosantes de rostros morenos, cabellos negros y ese vetusto aire de paciencia que siempre había visto reflejado en los rostros de los indios de las montañas de Durango. Vi mexicanos con paquetes marrones, bolsas de papel repletas de comestibles y bolsas de compra de paja trenzada de color verde, marrón y rojo. Esperaban al tranvía con el mandado en la mano.
Óscar Zeta Alonso. Autobiografía de un búfalo pardo. Dirty Works, Junio 2016.
Traducción de Javier Lucini.