Oscuridad

Por Humbertodib
Siempre estaba oscuro cuando -desde mi cama- oía a mi padre tocar la campanilla de la bicicleta, una y otra vez, yendo y viniendo por nuestra calle de tierra. Ya cuando comenzaba a clarear, volvía a casa y se sentaba a la mesa de la cocina, donde solía comer tortas fritas, acompañadas con uno o dos jarros de café. No es que le tuviera miedo, pero pasó bastante tiempo hasta que me animé a preguntarle: Papá, qué haces todos los días tan temprano; despierto al sol, me respondió malhumorado, y luego -por lo bajo- agregó algo que me pareció una mala palabra. No dijo nada más, yo tampoco. Era así todos los días, a mí me gustaba oírlo desde la cama, antes de ir a la escuela. Sucedió que una madrugada sólo escuché silencio y eso me sobresaltó. Me levanté y salí de mi habitación para ver qué estaba pasando, encontré a mi madre apoyada en el quicio de la puerta, fumando un cigarrillo y mirando hacia afuera, hacia la oscuridad. No quise interrumpirla, pero muy pronto se dio cuenta de que yo estaba a su lado, entonces se agachó, me agarró la cara con ambas manos (el humo me hizo llorar un ojo) y me explicó: bueno, es que tu padre estaba cansado y decidió irse a otro lugar... lejos, no sé. Está bien, mamá, le dije y volví a mi cuarto. Por varios días quedé al cuidado de mi abuela, los dos parecíamos estar envueltos en una penumbra atenazadora de velas y candiles, hasta que -por fin- mi mamá regresó. Enseguida fue a buscar la bicicleta al patio y me la alcanzó. La faena de tu padre ahora será la tuya, me dijo, despertar al sol. Mi abuela me tocó la cabeza y murmuró, sollozando, pobre criatura, qué maldición tener que..., pero yo no creía que estuviera pasando algo malo, si el sonido de la campanilla de la bicicleta era tan alegre.