Después de haber visitado en tres ocasiones el espacio protegido "El bosque de Muniellos", cada vez en una estación del año, sólo me queda esperar poder volver a esas maravillosas tierras en invierno, cuando la nieve lo cubra todo.
En primavera, el color de los robles, las flores, el agua borboteando en numerosas, grandes y pequeñas cascadas, regando por doquier las praderas repletas de árboles.
Los ciervos pastando, el trino del Martín pescador, la escurridiza nutria que juguetea en las limpias aguas o toma el sol en una roca para secarse. En otoño escuchando desde la cumbre el berrido del ciervo en celo, descubriendo un grupo de jabatos escondidos entre la maleza, escuchando el canto en celo del urogallo.
En verano, el eco que nos acerca el gruñido de un gran oso. Las tres lagunas glaciares: La Isla, la Honda y la Grande, en las que todavía habitan los mitológicos tritones.
El guarda forestal te recibe en la entrada del bosque, una cancela nos cierra el paso. Un pequeño aparcamiento con espacio para muy pocos visitantes, máximo 20 al día. Sólo después de haber solicitado permiso y haber recibido confirmación, puedes visitar este lindo refugio asturiano.
Una mochila pequeña, una buena cantimplora de agua, sobre todo en verano. Comida, la justa, energética, unas barritas, unos cacahuetes, fruta, y bebida isotónica, azúcar.
Por si acaso se sufre algún inesperado percance, teniendo en cuenta que estaremos realizando una ruta por un bosque, con bruscas pendientes en algunas ocasiones, con algún paso al borde del precipicio, entre mucha maleza, arbustos, troncos caídos, es aconsejable llevar un pequeño botiquín con crema para contusiones, tobillera, muñequera, algún antihistamínico y por supuesto un desinfectante.
Nunca debe falta una manta térmica o de esas polares que todos llevamos hoy día. En las primeras y últimas horas la temperatura puede llegar a descender bastante. Es aconsejable llevar ropa cómoda, ir vestido cómo se suele decir cómo una cebolla, por capas, ir ajustando la vestimenta a cada momento.
Si bien puede bajar la niebla, no es difícil encontrar los senderos que en todo momento están perfectamente señalizados durante todo el recorrido.
Al llegar a la laguna, nada cómo sentarse, no demasiado tiempo, al borde y contemplar sus cristalinas aguas, en otoño casi heladas, y observar en silencio a los tritones, que en tiempo de los griegos se consideraba un dios, mensajero de las profundidades marinas, hijo de Poseidón y Anfítrite.
Levantar la vista al cielo y contemplar el vuelo del Azor o del Gavilán. Descubrir durante la marcha la Gineta que cruza en una fugaz carrera el sendero que estamos recorriendo.
Un sin fin de sorpresas maravillosas, únicas, secretos escondidos.
En silencio escuchar los sonidos del bosque, es una experiencia mágica que no debéis dejar de lado.Necesitas nuevas opciones, retos distintos, lugares diferentes, en definitiva al distinto.
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