Vivimos un tiempo especialmente difícil para la cultura. A la escasa voluntad por elevar los niveles educativos de la población, sea escolar o no (los recortes presupuestarios y el adoctrinamiento ideológico de las reformas educativas no pueden conseguir otros resultados), se une la actitud del Gobierno de castigar con impuestos y trabas la industria editorial, en particular, y la producción cultural, en general. Por ello, hay que volver a regocijarse de que, en medio de este páramo al que nos abocan las medidas economicistas y “austericidas” de los gestores políticos, la revista Qué leer también haya conseguido coronar la edición número 200, no sin grandes obstáculos que remiten a la férrea voluntad de sus editores por continuar presente en los kioscos.
Los lectores de estas publicaciones, seguramente el mismo público, tienen motivos para el regocijo pues todavía las pueden adquirir con asiduidad en los kioscos y librerías. Al hacerlo, asumen –asumimos- el compromiso no sólo de apostar por su continuidad en estos tiempos en que la edición en papel está condenada a desaparecer, sino también por el fomento de la cultura y la información, únicas herramientas que nos posibilitan adquirir una opinión fundada y racional, que nos preserva de la ignorancia y la manipulación, siempre intencionadas. ¡Ojalá podamos celebrar, sin que pase desapercibida, la edición 400 de estas dos señeras revistas de nuestro mercado editorial, aunque sea por nuestra propia salud mental!