Dándole vueltas a la arcilla en el torno, como el que espera la llegada de la gracia, se me vino a los ojos un poema que era justamente, no lo que estaba buscando, que eso es incognoscible por su propia naturaleza, pero sí lo que necesitaba en ese preciso instante: lo consideré un regalo o dádiva o mensaje oportuno y cabal, y me pareció, con ese parecer que a menudo parece secuestrarnos la voluntad cuando en realidad la potencia, que era mi obligación compartirlo. Es lo que hago. Saber leer es también ser leído, desleídos en el río de los significantes de la corriente que importa. Dice así:
«Se me va la cabeza. No recuerdosobre qué iba a escribir este poema.Una imagen. Quizá una frase hechadeshecha y reacuñada, que es recursode grato recorrido. Había pensadodeslizar ya de paso una indirecta(parece esto Instagram) y alguna citade Poe o de Virgilio. Qué negociostan tristes estos trucos del oficio,regalos y regüeldos de los griegoso tal vez de los cuervos.Uno quisiera hacer algo distante,un conjuro de moda en la Tesalia,un soneto brumoso y simbolistao (el colmo del trucaje) un prosaísmoal modo aquel de Parra y su parranda.Pero no. Nos quedamos en el atriodel poema, cazando lagartijas,engañando a la sed. La poesíaeres tú, pero tú ¿quién coño eres?Y por qué huyen de ti los que te buscan,oh materia sin madre, sol sin día,oh maldita entre todas las mujeres». Son palabras de mi viejo amigo y ya cuate Alejandro González Terriza, y como en el siglo no nos vemos ni platicamos lo que sería menester, es un placer y un lujo buscar la ocasión y traerlo acá. O sea. (LUN, 469 ~ «Otras voces», 3)