Otra manera de contar el maoísmo (1)

Por Tiburciosamsa



El sinólogo francés Jean-Luc Domenach ha decidido contar en “Mao, sa cour et ses complots. Derrière les Murs rouges” una historia del maoísmo desde un punto de vista diferente. Aquí está la historia contada desde el punto de vista de las personas que la hicieron, de su psicología, de sus interrelaciones.
La historia arranca en el otoño de 1949 cuando los líderes comunistas victoriosos se instalan en Zhongnanhai, una dependencia del palacio imperial de Pekín. Los líderes victoriosos eran una élite militarizada. Habían vencido, pero la victoria les había costado caro: familias destruidas, hijos que fueron abandonados en el camino, a veces para no recuperarlos jamás, privaciones que se tradujeron en enfermedades crónicas, camaradas muertos en las cárceles del Kuomintang… La guerra también creó alianzas (los “shantou”, como fueron conocidas las facciones) y querellas que se prolongarían durante toda la historia del maoísmo.
Las etapas finales de la guerra también trajeron su trauma: el movimiento de rectificación de 1942-43, que prefiguraría las purgas ulteriores. Ocurrió en un momento en el que lo peor de las privaciones había quedado atrás y la élite había conseguido una cierta estabilidad en Yanan. El PCCh estaba alcanzando la estabilidad y una cierta unidad con la coalición entre los partidarios de Mao y los de Liu Shaoqi, así como con la recuperación de algunos miembros derrotados en anteriores batallas intestinas, como Zhou Enlai o Zhang Wentian. Repentinamente Mao lanzó el movimiento de rectificación, supuestamente para desenmascarar a los “traidores”, los “espías”, los “liberales” y quienes hubieran cometido “errores políticos”. En el marco de la dureza de la represión nacionalista, no eran pocos los que habían pasado por las cárceles del Kuomintang y habían llegado a ciertos compromisos para sobrevivir. Pero eso no importaba tanto. Lo realmente importante era atacar a las direcciones provinciales demasiado independientes, a los intelectuales menos controlables y a los que olieran a simpatías con el nacionalismo o con el trotskismo. Bueno, no, de lo que realmente se trataba era de hacer de Mao el jefe inmarcesible, el Stalin del comunismo chino.
Aunque Mao ganó esa partida, poco después vio como las medallas de la victoria podían ir para otros: Zhou Enlai, que se reveló como un excelente jefe de estado mayor, Deng Xiaoping, que abrió la ruta hacia Shanghai en la decisiva batalla de Huai Hai, Lin Biao, que conquistó Wuhan y Canton, Gao Gang, que controlaba sólidamente el noreste, la región más industrializada. No sólo eso, el estado de ánimo general llamaba a la reconciliación con el ala más progresista del bando nacionalista, la vía predicada por Liu Shaoqi, frente a la radical y partidaria de la caza de brujas de Mao.
Si en esa coyuntura Mao conservó el liderazgo se debió a varios factores. Su calidad de líder supremo estaba ya bastante asentada. Mao siempre supo muy bien enfrentar unas facciones contra otras y repartir el poder entre ellas de manera que ninguna fuese la predominante. En 1949-50 podía contar con que los shantous de Zhou Enlai, Liu Shaoqi y Gao Gang se controlarían los unos a los otros. Además, conseguida la victoria, nadie tenía realmente ganas de nuevos conflictos y menos intestinos. Finalmente, hubo un factor personal: quien más hubiera estado en condiciones de disputarle el liderazgo que era Zhou Enlai, no tenía los huevos para hacerlo. En los años 30 Zhou había desafiado a Mao y había salido trasquilado. Fue de los pocos que se enfrentaron a Mao en aquellos años y vivieron para contarlo. El trauma le duraría toda la vida.
Como señalé, en 1949 los líderes comunistas que se acaban de instalar en Zhongnanhai son hombres agotados, pero exultantes porque después de muchos sufrimientos han vencido y pueden empezar a poner los cimientos del nuevo orden que quieren crear. Desean descanso, recuperar la vida familiar normal que no tuvieron, en muchos casos encontrar a los hijos que dejaron abandonados durante los años de lucha. Se ven a sí mismos como patriarcas, como creadores de nuevas dinastías, de nuevos linajes. Descubren el lujo, el ocio, los cuidados médicos, las veladas de baile, las vacaciones en la playa…
Domenach sostiene una tesis interesante y es que una buena parte del maoísmo y de sus luchas internas se explica por el fracaso familiar de Mao. Mientras que sus compañeros de lucha crean familias unidas y tienen esposas que les apoyan e hijos que les siguen, Mao no consigue nada de eso. Si Mao hubiera podido convertirse en el patriarca fundador de una familia como sus compañeros de lucha, tal vez habría evolucionado hasta convertirse en el líder indiscutible de una élite más o menos cohesionada. En lugar de eso, Mao optó por el aislamiento y la paranoia y, en el fondo, vio a la élite de Zhongnanhai como una panda de burguesotes, de traidores a su ideal de la revolución permanente. En esa visión, la envidia porque ellos habían conseguido lo que él no, jugó un papel muy importante.
Domenach ve en la relación entre Mao y la sociedad de Zhongnanhai una manera de explicar el maoísmo. “Después de la victoria de 1949, asistimos a una evolución doble y contradictoria: el ascenso de una élite cada vez más persuadida de que es necesaria y las maniobras supuestamente defensivas, después cada vez más ofensivas de un líder que se va aislando en su convicción de que está defendiendo el Santo Grial revolucionario, pero que también se ha embarcado en un viaje continuamente retomado hacia el disfrute del poder total.” Dicho de otra manera: “Apenas, efectivamente, se ha consolidado la sociedad de las Murallas Rojas, que Mao emprende una larga huída en un delirio que se manifestará a la vez por la exaltación revolucionaria y por los embrollos tácticos que no terminarán más que con su muerte.”
El Mao victorioso es un hombre de 56 años que se ha dejado muchas plumas en la lucha. La paranoia se ha convertido en su segunda piel y el disimulo en su verdadera naturaleza. Su vida familiar es un desastre. Con Yang Kaihui, que fue ejecutada y que tal vez sea la única mujer a la que realmente haya amado, tuvo tres hijos, uno de los cuales desapareció con tres años en Shanghai. Con He Zizhen tuvo dos niños que nacieron muertos, dos dejados a campesinos y de los que se perdió el rastro, otro muerto de tuberculosis y una hija que desde los cinco años vivió con su madre en Moscú. Con Jiang Qing, una mala bicha con la que tuvo la desgracia de casarse en 1938, matrimonio del que luego se arrepentiría, tuvo a Li Na, una chica que tras la adolescencia presentaría ciertos problemas mentales. Muchos otros líderes en los años 30 y 40 conocieron historias parecidas, aunque tal vez no tan dramáticas. Sin embargo, tras la victoria supieron rehacer sus familias o construir otras nuevas. No fue el caso de Mao.
En su caso, tres cosas se cruzaron en el camino hacia una vida familiar normal: su propia personalidad, su mujer Jiang Qing y el infortunio. Jiang Qing era hija de padre alcohólico, medio arruinado y violento y de una mujer que era su concubina, que hubiera preferido tener un varón y que estaba presta a ofrecer cualquier tipo de servicios por dinero, y cuando digo “cualquier”, digo “cualquier”, Jiang Qing decidió que quería triunfar como actriz y si el talento no le bastaba, siempre podría ofrecer cualquier otro servicio y aquí también “cualquier” quiere decir “cualquier”. Jiang Qing pasó un inicio de los años 30 en Shanghai bastante agitado: tenía amantes, coqueteaba, tenía maridos, coqueteaba, flirteaba con los círculos procomunistas y además coqueteaba. Astuta y ambiciosa, vio que no estaba yendo a ninguna parte. Tenía mala fama y sus camaradas desconfiaban de ella desde que fue detenida por los nacionalistas y liberada de la cárcel con sospechosa prontitud. Entendió que tenía que cambiar de aires. Huyó a la zona comunista de Yanan y en un pispás se ligó a Mao, que ya se veía que iba a ser alguien en el comunismo chino. Muchos camaradas no veían a Jiang Qing con buenos ojos y pronto circularon chismes sobre sus correrías en Shanghai. Mao, en plan chulo dijo aquello de si no queréis taza, pues taza y media, y se casó con Jiang Qing en el otoño de 1938.
El matrimonio funcionó un par de años, hasta que nació Li Na. Luego Jiang Qing se puso a jugar a la gran dama y a reprochar a Mao sus orígenes y modales campesinos, al tiempo que intentaba satisfacer sus ambiciones políticas y empezaba a enredar, algo que se le daba notablemente bien. Mao llegará a confesar que Jiang Qing era un fardo muy pesado y que si hubiera sido una simple secretaria, la habría despedido; pero el divorcio era impensable.
El tercer factor que impidió a Mao representar el papel de gran patriarca familiar fue el infortunio. Mao se había traído de Moscú a vivir con él a Mao Anying y Mao Anqing, los dos hijos que tuvo con Yang Kaihui. Mao Anqing era un bueno para nada al que luego se le descubrió un brote esquizofrénico. Mao Anying, en cambio, era inteligente y disciplinado. Tenía las hechuras de un príncipe heredero. Mao lo mandó a la guerra de Corea para que fuese cogiendo experiencia militar. Eso sí, no lo envió de cualquier cosa: era el secretario e intérprete de ruso del Comandante en Jefe chino Peng Dehuai. El sitio ideal para ver los toros desde la barrera sin peligro de cornada. Pero cornada la hubo: los norteamericanos descubrieron el emplazamiento del cuartel general de Peng y el 25 de noviembre de 1950 lo bombardearon a modo. Mao Anying murió y con él desapareció para Mao el sueño de fundar una dinastía.