En la primavera de 1969 se produjeron gravísimos incidentes fronterizos entre China y la URSS. Lin Biao los aprovechó para reforzar su poder y realzar el papel político del Ejército. Un problema con Lin Biao es que le faltaba sutileza y en su apresuramiento por aumentar su poder, pisó callos a miembros de la élite de los Muros Rojos, que estaba tocada pero no hundida. Esas personas hubieran podido ser sus aliados en la lucha contra Mao, pero se los alienó estúpidamente. Mao no cometerá ese error.
En agosto de 1970 se celebró una reunión clave del Comité Central en Lushan. Lin acudió a la reunión con la idea de elevar a Mao al papel de Reina Madre, venerada pero sin poder, y debilitar a Jiang Qing y los suyos. Estuvo a punto de conseguirlo, pero Mao seguía siendo un genio de las conspiraciones intrapartidistas y además contó con los servicios lacayunos e inapreciables de Zhou Enlai. Paró el golpe, pero no logró en esos momentos destruir a Lin Biao.
El final de 1970 Mao lo pasó purgando a Chen Boda, un intelectual al que le había dado por pensar “demasiado”. La purga afectaba sólo muy tangencialmente a los intereses de Lin Biao, pero Mao la utilizaría para reforzar su propio campo. Reforzó sus peones en el campo de la propaganda para controlar mejor el partido. Sus elementos clave ahora serán Jiang Qing, Guo Yufeng, Ji Dengkui y Li Desheng.
Lin Biao siente que el poder se le escapa de las manos y él, que había llegado a considerarse el delfín de Mao, advierte cómo crece la inquina del Presidente en su contra. Hace algún intento por recomponer las relaciones con el Presidente, pero Mao se niega a recibirle. También es posible que para aquellos momentos su adicción al opio le esté pasando factura intelectual y que su pensamiento ya no fuese tan claro como en el pasado. Cada vez más aterrado, Lin Biao decide dar un paso decisivo: un golpe de estado de cuya preparación se encargará su hijo Lin Liguo.
Lin Liguo era un principito que había llevado una vida regalada y al que no habían parado de decirle lo guapo y lo listo que era. Lo peor es que se lo había creído. Según su orgulloso papá, Liguo era el quinto genio de la Historia, por detrás de Marx, Lenin, Mao y el propio Lin Biao. Lin Liguo había ingresado en el prestigioso Ejército del Aire y trabajaba en su Estado Mayor.
El plan de Lin Liguo es muy sencillo: muerto el perro se acabó la rabia. Un ataque aéreo que mate a Mao y a sus colaboradores, pondrá fin al problema. Lo malo es que para entonces la vida de Mao es muy errática. Pasa más tiempo viajando fuera de Pekín en su tren privado, que en la capital. Se hacen algunos preparativos para la operación, pero pronto los conjurados entran en pánico. No saben si Mao sospecha algo. Pierden los nervios y deciden huir en avión a la URSS. El avión se estrelló a mitad de camino por falta de combustible y murieron Lin Biao, su esposa y su hijo.
Domenach se pregunta por lo que hubiera ocurrido si Lin Biao hubiera triunfado. Piensa que el resultado habría sido una suerte de bonapartismo desarrollista. Lin Biao y Zhou Enlai habrían podido trabajar juntos y emprender políticas semejantes a las que diez años después emprendería Deng Xiaoping, pero siempre a condición de suprimir primero a Jiang Qing y a la banda de Shanghai. Con el fracaso de Lin Biao, Mao se encontró con que sólo quedaban en pie facción y media: Jiang Qing y sus acólitos y lo que quedaba de los Muros Rojos.
Aunque pudiera parecer otra cosa, Jiang Qing y los suyos eran menos poderosos de lo que parecía. Su poder era un poder vicario que dependía de Mao y Mao se iba debilitando lentamente. Además, Zhou Enlai había salido reforzado y vio que la única vía posible era la de rehabilitar a aquellos que habían sido purgados por los excesos izquierdistas de Lin Biao. Finalmente, la población urbana, que cada vez contaba más, estaba harta de la Revolución Cultural.
Todo lo anterior, unido al acercamiento a EEUU, llevó a un cambio en la línea política: ahora era el desarrollo económico el que debía primar sobre la ideología. El ejército debía volver a los cuarteles y el aparato del Estado debía ser rehecho.
No obstante, para finales de 1972 las cosas volvieron a moverse. Se diría que Mao no estaba contento si la situación política no bullía. En la primavera de ese año se supo que Zhou Enlai estaba enfermo de cáncer. Mao empieza a promover para sucederle a Wang Hongwen, un obrero de Shanghai que se había significado durante la Revolución Cultural. Sin embargo, en los juegos de equilibrios y contraequilibrios faccionales que tanto gustaban a Mao, optó por promover también, aunque menos, Zhang Chunqiao y a Deng Xiaoping.
En la primavera de 1973 se puso en marcha una campaña para decir que Lin Biao no había sido izquierdista, sino derechista y para ligar su pensamiento con el de Confucio, una bestia negra de Mao. Se trataba de volver a dar alas a los izquierdistas en el Partido. En agosto de ese año se celebró el X Congreso del Partido. El objetivo era situar en la palestra a los izquierdistas, pero dejando cierto peso a las personas de orden para que no se repitieran los desórdenes de la Revolución Cultural. Mao estaba preparando el terreno para cuando él no estuviera.
Al Congreso le siguió la debilitación de Zhou Enlai al cual, en todo caso, el cáncer le estaba minando. También se vió debilitado Li Desheng, a pesar de haber sido designado como uno de los cinco Vicepresidentes en el Congreso. En el pasado había cometido el imperdonable pecado de mostrarse despreciativo con Jiang Qing, que ahora era la estrella en alza. El Ejército y la élite de los Muros rojos, que estaba reconstituyéndose, se convirtieron en los objetivos a abatir.
Sin embargo para 1974 Mao ya no es sino un viejo agonizante, que tiene cada vez más problemas para expresarse. Le faltan la energía y las ganas para llevar su campaña izquierdizante hasta el final. Domenach apunta dos posibles razones para ello: Jiang Qing le irritaba profundamente y era consciente de la pereza y la incompetencia de Wang Hongwen. A mediados de año, Zhou Enlai, cada vez más enfermo, tiene que ir abandonando los asuntos corrientes en beneficio de Deng Xiaoping, por quien Mao siempre conservó una profunda estima.