Cabría preguntarse: ¿Otra Tierra es posible? Dada la inmensidad del Universo, estadísticamente es posible que muchas Tierras giren en torno a innumerables soles capaces de formar sistemas planetarios parecidos a nuestro Sistema Solar. La probabilidad de descubrirlos es, no obstante, muy remota, por no decir imposible. La distancia que nos separa de la estrella más cercana, la Próxima Centauri, es de 4,2 años luz, y los instrumentos de observación y medición que disponemos se muestran poco precisos e insuficientes para indagar a tales distancias, entre otros motivos porque no es lo mismo visualizar una estrella que un planeta. Con todo, el número de planetas descubiertos hasta la fecha se eleva a cerca del millar, en su mayoría inmensas bolas gaseosas en las que se descarta la existencia de vida, tal y como la conocemos.
Por muchas películas de ciencia ficción a las que estemos acostumbrados, el día que sucediera un descubrimiento de esta naturaleza –descubrir una civilización extraterrestre-, las repercusiones serían inimaginables, en todos los sentidos, incluido el religioso. Se derrumbarían de súbito desde el antropocentrismo de nuestra filosofía y ciencia hasta la creencia de un Dios que nos hizo a su imagen y semejanza. Si el choque de civilizaciones en nuestro planeta siempre se ha saldado con el aplastamiento de la más débil y su total sumisión e integración a la más poderosa y fuerte, no necesariamente más avanzada culturalmente, el encontronazo con otra Tierra sólo traería problemas que agravarían aún más nuestros padecimientos por espacio, recursos, avaricia, alimentación, poder y, en definitiva, supervivencia.
De ahí que, ante el descubrimiento de un nuevo planeta parecido al nuestro, mi primera reflexión fuera de que otra Tierra es posible, pero no deseable. Reconozco que tal pensamiento nace del miedo a encontrar seres con nuestras propias intenciones y tendencias. Y si existen, cuánto más lejos, mejor. Hacedme caso: dejar de escrutar el Universo con esos telescopios. Acabaremos llevándonos una desagradable sorpresa y encontrar otros ojos que nos observan con idéntico apetito por ampliar mercado.