Son muy pocos numéricamente los conquistadores españoles que arribaban en cada viaje, algunas decenas, así que resulta prácticamente imposible que allí se produjera una guerra de conquista entre los invasores y los indígenas nativos causante de miles de muertos, por mucho que los invasores tuvieran armas más mortíferas que los indígenas. Enrique Moradiellos en ‘Conquista y colonización’, aporta claves muy interesantes para comprender mejor aquello:
‘’ sin duda, tuvo un papel determinante la expansión militar, con sus gestas y atrocidades verídicas o exageradas. Es una faceta siempre subrayada por las visiones catastrofistas y la leyenda negra antiespañola de origen protestante, como si las restantes experiencias imperiales hubieran sido diferentes por pacíficas (idea falsa por completo). Pero también es cierto que esa conquista tuvo un éxito fulgurante porque se inscribió en “una guerra de indios contra indios” (Bernat Hernández). Y en ella los españoles (como luego los portugueses, franceses, ingleses…) aprovecharon las fisuras internas de los pueblos indígenas enfrentados, articularon alianzas con sus facciones y consiguieron así someter imperios mediante una combinación de fuerza, diplomacia, astucia y golpes de fortuna.
Solo así se entiende que en 1521 el poderoso imperio azteca de México y su propia capital (Tenochtitlán, con más de 200.000 habitantes) estuvieran ya bajo el poder de Hernán Cortés y sus 500 soldados y 100 marineros (más unos 30 caballos y 10 cañones), que habían partido desde Cuba en 1519 (y tras haber sumado contingentes indígenas opuestos al brutal dominio azteca, como el millar de guerreros totonacas o los 3.000 guerreros tlaxcaltecas). Y lo mismo sucede con el imperio inca en la cordillera andina, que contaba con 14 millones de súbditos, pero estaba al borde de la guerra civil y afrontaba la hostilidad de grupos étnicos sometidos (como los cañaris, los limas o los charcas). En 1532, en Cajamarca, un puñado de 200 españoles con unos 30 caballos al mando de Francisco Pizarro pudo apresar al desconcertado emperador Atahualpa, pese a estar protegido por 7.000 guerreros incas tan anonadados como su jefe. El resultado asombroso de esas operaciones fue la rápida expansión española por el continente con un número muy reducido de hombres que contaban con evidente superioridad tecnológica militar. Pero que también contaron con la ayuda de la sorpresa ante su audacia, del temor ante las epidemias generadas por los recién llegados y de las alianzas de los conquistadores con los grupos étnicos sometidos cruelmente a los imperios precolombinos…’’