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Otro cine español fue posible: La hora incógnita

Publicado el 08 febrero 2011 por 39escalones

Otro cine español fue posible: La hora incógnita

Si pensamos por un momento en los hermanos Ozores, inmediatamente los asociamos con las películas herederas del landismo, Andrés Pajares y Fernando Esteso, el destape, el humor de trazo grueso y mucha caspa hispánica a puñados. Y sin embargo, en 1963, mientras el cine en España era casi un monopolio exclusivo de los modos y maneras franquistas, las comedietas de medio pelo y las películas consagradas al lucimiento del niño prodigio de turno, del cómico de vía estrecha o del patético cantante de moda que tan del gusto son de Televisión Española los sábados por la tarde, Mariano Ozores dirigió una película sobre nada más y nada menos que un futurible holocausto nuclear, tema serio donde los haya, y en tono a mitad de camino entre el drama costumbrista y el thriller catastrofista: La hora incógnita.

Con ecos de La hora final (On the beach, Stanley Kramer, 1959), la historia nos sitúa en una indeterminada ciudad de provincias de la España profunda que está siendo evacuada por las autoridades debido a que un misil perdido, cuyo impacto debía haber tenido lugar en algún punto del Pacífico, se dirige hacia allí a toda velocidad. Como es imposible su neutralización, es preciso trasladar a toda la población al otro lado del área de seguridad marcada por los técnicos pero, por unas razones u otras, una docena de personas se queda en la ciudad: una pareja que acepta el sacrificio a cambio de poder disfrutar unas horas libremente de su amor prohibido, el jefe y la empleada de unos grandes almacenes, un borrachín, una prostituta, un delincuente y el policía que le persigue, un par de marujas que aprovechan para fisgonear en las casas de sus conocidas, un saqueador que pretende hacerse rico a costa de la desgracia general, un anciano que ama a los gatos, un sacerdote… Todos ellos deambulan por la noche de una ciudad patas arriba, trasplantada en apenas unas horas y cuyo destino en todavía menos tiempo es su conversión en cenizas y polvo de uranio, e invierten su tiempo en pensar qué han hecho de su vida, buscando respuestas, redención o simplemente que el tiempo pase rápido.

Otro cine español fue posible: La hora incógnita

La película, sin embargo, carece de profundidad. La diversidad y el potencial de temas que abre es apreciable, pero no obstante, su nivel de análisis y de pormenorización resulta tópico, superficial. Abandonando por completo el tema del pánico y de la angustia de una muerte inminente e irremediable, del terror y la locura que provoca, la película se concentra en el tratamiento de “verdades existenciales absolutas” (la película iba a titularse Dios eligió a sus viajeros, pero, afortunadamente, se cambió de opinión en aras de la mayor comercialidad del filme) examinadas desde un punto de vista crítico y bienintencionado respecto a los vicios del ser humano (la mentira, el odio, la envidia, la violencia, la intolerancia, el egoísmo, etc.) mientras se ofrece de manera bienintencionada el continuo y ejemplar consejo acerca del comportamiento cívico y conveniente (la sinceridad, el desinterés, el bien común, el respeto mutuo, la comprensión, la esperanza…). Así, la película no utiliza el punto de partida inicial para concentrarse en un desgarrador relato de terror, muerte y desolación, sino que edifica una narración coral de carácter moralizante, en la que los personajes negativos son arrastrados a la redención personal, al reconocimiento de sus errores y a un propósito de enmienda que, adivinamos, si de nada ha de servirles ya en esta vida, sí les da un ticket en clase turista para la otra… Sólo así puede entenderse el último apartado de la película, en el que el grupo se refugia en una iglesia.

El estupendo reparto (Fernando Rey, Emma Penella, José Luis Ozores, Antonio Ozores, Mabel Karr, Mari Carmen Prendes, Luis Prendes, etc.), que navega como puede entre el drama y los pequeños toques de humor, no consigue hacer reflotar el argumento, y tampoco la puesta en escena, que sí resulta muy notable en cuanto a la recreación de un lugar abandonado súbitamente por el hombre y a su explotación de las atmósferas y situaciones del cine negro, pero que no anda en la línea del mensaje de buenas intenciones del filme, subrayado por el texto final que aparece en pantalla una vez la trama ha quedado resuelta. Falta de tensión, con aspectos fundamentales de la trama abandonados (los intentos, muy poco desesperados, de los recluidos por conseguir un medio de locomoción con el que abandonar la ciudad dan paso casi de inmediato a la resignación y a los contenidos de índole moral y religiosa), la pelicula, bien tratada por la crítica de la época especialmente en lo referente a su ambición formal y temática y la mezcla de géneros que contiene (costumbrismo, drama social, thriller, drama político), fue sin embargo rechazada en masa por el público, lo que provocó el hundimiento de la productora de Mariano Ozores y su posterior inclinación a los productos cómicos de fácil consumo para el público español de la época, un cine que le permitiría desarrollar una carrera, aunque vulgar, de lo más prolífica y prolongada en el tiempo.

Con todo, la película resulta hoy una estimable y agradable rareza del cine español, la muestra de que existe otra cinematografía más madura y ambiciosa apartada de la morralla que la propaganda franquista y postfranquista sigue endilgándonos. Y también de que el público es a menudo mucho más responsable de lo que él mismo tiene a gala reconocer en cuanto al hecho de que en las carteleras se ofrezcan continuamente mediocridades. Entre caspa y madurez, los espectadores eligieron lo primero durante cuarenta largos años. Hoy, cuando el periodo más lúcido y brillante del cine español ya ha tocado a su fin, la caspa ha vuelto para quedarse. Son muy pocos los que se resisten todavía a entregarse a las comedietas de adolescentes, a los trasplantes televisivos y a las superproducciones de imitación made in USA. Como en 1963, es responsabilidad del público escoger qué cine español quiere. Lamentablemente, Mariano Ozores no será el último en sacrificar sus gustos en favor de los del público. Y así el cine español se parecerá cada vez más a lo que jamás debió parecerse. Un cine puramente colonial.


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