Y no digo yo que no se aborden en él los problemas de las islas y hasta se propongan medidas y soluciones. Sin embargo, ocurre que los discursos están tan trillados, los argumentos están tan masticados y las respuestas son tan previsibles, que aquello que se quiere pasar por una cita parlamentaria trascendental apenas supera la categoría de pequeño divertimento político y periodístico. A lo anterior solo hay que sumarle una oratoria paupérrima y deslavazada para hacer de este debate algo indigerible para la inmensa mayoría de los ciudadanos.
En este juego permanente de sillas alrededor de las cuales gira la política canaria, el debate apenas si permite a los canarios hacerse una imagen medianamente cabal de la realidad social y económica de las islas. Los discursos políticos son tan sesgados que, frente al "Canarias va bien" de un Gobierno tan poco proclive a la autocrítica como casi todos los gobiernos, tenemos una oposición para que "nada va bien" y "todo está mal". Como siempre, es muy probable que la virtud esté en el punto medio entre esas dos posiciones extremas. El problema es que nadie en política está dispuesto a reconocer los errores propios ni los aciertos ajenos. Cuando acaben hoy los discursos se presentarán decenas de propuestas de resolución y aquellas que tengan la suerte de ser aprobadas irán directamente a la papelera de reciclaje: nadie más se acordará de ellas. Si al menos, en el debate del año que viene se hiciera balance de las cumplidas e incumplidas empezaríamos a creer de verdad que este es un debate útil para los ciudadanos. Mientras, seguirá siendo cada vez más una cita política irrelevante y bastante superflua.