Los títulos son llamativos, Nunca los he leído.
Siempre que me encuentro en una librería pasa algo extraño, alguno de sus libros me atrae, las cubiertas de sus novelas tienen ese no se qué sugestivo que me incita a ser un “detective salvaje” en busca de los secretos mecanismos que realizó el autor para poder desencadenar a través de dos o tres palabras el artilugio de la seducción. “Nieve”, “Libro negro” o simplemente “Me llamo rojo”, son títulos que atrapan. Sucede en cualquier librería, sus obras son como animales de exhibición que logran apresar la mirada. Sin embargo, cuando salgo de las librerías me olvido del tema, vuelvo a mi mundo y a pensar en aquellos autores que hacen ya parte de uno, que son imprescindibles para hablar, para pensar, para vivir y a veces hasta para no vivir. Y sigo el día o la noche, sigo y no me queda ningún remordimiento por no saber de qué tratan sus libros.
Siempre que camino por la ciudad termino en el mismo lugar.
De pronto me encuentro frente a uno de los monitores de búsqueda de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá sin saber muy bien que hago ahí. Parece que llegar a este lugar es un ciclo, quizás una guarida de perdido. No me dedico a darle muchas vueltas al asunto porque la verdad me gusta estar allí. Comienzo a buscar libros sobre mi mayor obsesión: el ensayo, estoy ojeando nombres de autores que desconocidos o no, me hagan un guiño; esa es mi fórmula: un apellido raro, un titulo sugestivo me han llevado a mis mejores lecturas. Estoy viendo la pantalla y de repente aparece Pamuk. ¿Pamuk?, ¿ensayo? Esto hay que verlo.
Pido el libro a préstamo externo, y antes de salir con él, me topo con una chica que se muestra interesada en mi lectura. Le digo que se trata de un premio nobel, que el hombre habla sobre las conexiones cada vez más estrechas e intrigantes que hay entre occidente y oriente.
No se porque los suecos ahora les ha dado por premiar a escritores locales con la excusa de que hacen un reconocimiento a las mentes que a través de su literatura salvan las tradiciones de un país, tradiciones que muy bien seguirán existiendo sin la consabida salvedad del héroe que premia la academia. Allá ellos y sus intenciones.
El caso es que este Pamuk es un nobel y las obras de sus libros son sinceramente sugerentes, “nieve”, “Libro negro” o “me llamo rojo” parecen reflejar la personalidad de un gran escritor al estilo Salman Rushdie o Papini.
Me subo al bus y comienzo a darle un vistazo al libro.
Lo primero que me impresiona es la carátula.
Es de aquellas carátulas al estilo diario de Andre Gide, Alejandra Pizarnik, Kafka o Cioran y que reflejan al autor en su momento apoteósico, ese momento de ensimismamiento literario total.
Así aparece en esta caratula; Del adolescente de“otros colores” me seduce el suavizado en azul que lograron sobre la imagen ya que me trasmite melancolía y ese extraño hundimiento en el que se ve al autor metido, quien capturó a través del lente ese instante logró extraer la esencia de lo que es un ser literario.
El joven de la caratula debe ser Pamuk, debe serlo, pero no logro reconciliarlo con la imagen que siempre encuentro de él, los que le colaboran a vender sus libros no le colaboran mucho en vender su imagen; a Pamuk se le puede ver generalmente como quien ve a Bill Gates, idéntico, salvo que Bill no sale con gestos gays como recurrentemente se le ven a este turco.
“Otros colores”: debe llamarse así definitivamente. Algunas de sus mejores novelas tienen siempre un color definido y esta vez al hablar de ellas pues que mejor forma de hacerlo que con otros colores, otros estilos, otras formas.
Veamos que hay dentro.
Ojeo el índice y tal y como me lo esperaba, me timaron, no es un libro de ensayos, es una colección de textos que el autor no sabía que hacer con ellos y que decidió reunir en un mamotreto y denominar a este como libro de ensayos, sin embargo, y a pesar de mi repentino mal humor, recuerdo que muchas colecciones de esta proporción son muy buenas; las de Cortázar son excelentes, las de Infante Cabrera, Bolaño o Raymond Queneau.
Llevo ya dos días con el libro y apenas si he leído unas cosas.
Decido sacarlo a pasear. Una de las grandes cosas que he sentido en mi vida ha sido sobre todo el de leer libros mientras contemplo la soledad derrumbada sobre cualquier espacio maravilloso de la vida, a veces dejo la lectura para ensimismarme en una profunda felicidad por el solo hecho de vivir aquello.
Estoy sentado en el borde de un abismo que me deja al descubierto una gran parte del valle de Tenza, el paisaje es espectacular, el valle se desborona y se explaya contra la presión de una cordillera que parece querer aplastarlo, hay casitas con chimeneas muy diminutas puestas estratégicamente dándole un colorido inolvidable. Estoy contemplando esta naturaleza enigmática y abro el libro de vez en cuando leyendo una que otra cosa que no logra engancharme, sus escritos me intimidan y me persuaden a pensamientos felices pero no logran la magia del todo, estoy por botar la tolla pero bajo una vez más la mirada y sucede el milagro, Pamuk lo logra.
Es increíble confirmar la teoría de Jung sobre la sincronía. Pamuk y yo nos reconciliamos, hago un gesto de agradecimiento a la eternidad y me siento profundo. En el preciso instante en que ya iba a abandonar el libro para siempre, en ese preciso instante leo lo siguiente:
“En uno de esos momentos de felicidad apartaba el libro de mis ojos, pero esta vez no miraba sus páginas amarillentas, sino los árboles y el mar oscuro a lo lejos y me preguntaba cuál sería el significado de aquella novela que me hacía tan feliz”
Cosas impresionantes nos suelen suceder. Con extraña causalidad las cosas necesarias llegan inesperadamente.
Ahora comprendo porque Pamuk ha logrado reconocimiento y respeto internacional. El hombre sabe escribir con elegancia.
Pasan varios días y no me decido por una lectura sería, de tanto en tanto (más cuando me siento aburrido o sin nada que hacer), me acerco a “Otros colores” abro en cualquier parte y leo, a veces estoy de acuerdo, a veces me asombro por cosas que logra decirme y que misteriosamente son una reconciliación de la naturaleza a través de la voz de este hombre, pero cada día me embarga más la sensación y el sentimiento de menosprecio hacia su lectura, lo que hace que no lo lea con la pasión con que se lee a un escritor íntimamente amado.
Pero claro, la respuesta es sencilla, esta mañana ha sido clara para mí, mi novia descansa a mi lado y para no despertarla me entretuve un rato hojeando a Pamuk, me entraron ganas de describir lo que siento por su lectura y al comenzar mi divertimento, de golpe, me llegó todo infinitamente claro.
Debo comenzar a escribir en las mañanas, no estoy contaminado de día, y concentrase al parecer es sumamente fácil.
Pamuk fue un niño que todo lo tuvo y que creció con esas comodidades que te sacan de la realidad y que te ponen a vivir en una bolita de cristal, sin embargo, él nació con curiosidad y se puso a leer. Su destino es la configuración establecida por medio del ocio. Un hombre que con todas las comodidades del mundo no sabe que hacer con su vida; estudia una cosa y la deja y por ponerse a leer termina escribiendo,
“Otros colores” es una miscelánea que deja entrever muy bien esto, el libro se divide en varias partes, cinco en total: una que dedica a los gajes del oficio, textos que más bien tienen el perfil para ser publicados en una revista como Reader’s Digest. Textos escritos con la delicadeza de quien ha gastado años y años escribiendo pero sin mucho que decir que no sea su elemental vida. Hay dos partes dedicadas a la literatura, a sus libros, al mecanismo y los secretos de su oficio, una cuarta a la política, que más bien son exploraciones de intelectual que se sienta a verborrear con otros sobre un evento ético o moral y una quinta a textos irreconciliables si no tuvieran la arquitectura como punto de instersección. Así está el libro, con las ñapas por supuesto de una entrevista y un relato que concluye perfectamente el cometido del libro: hablar de sí mismo, dichas ñapas parecen decirnos, “si te lees esto te regalo esto otro”, son como añadiduras de un escritor que metió allí algo más para decir: miren la vaina trata de mí, aquí les dejo más muestras de lo que soy porque tengo infinitas ganas de que conozcan que sí soy realmente bueno. De pronto no fue ni siquiera idea de él, sino de sus editores que generalmente, como siempre pasa, andan adelantándose a la muerte del artista y van configurando bibliotecas personales supuestamente para generar esa condición eterna de prestigio. Me encantan los comentarios y esta clase de obras, pero establecidas desde el autor no desde el editor. Se imaginan a Homero en su época con editores yo quiero imaginármelo (es más atrayente), a él, con una cantidad de libros donde hablara sobre como fue que le dio por inventar el chiste aquel de un caballo que lleva la invasión en su vientre, se imaginan lo entretenido que resultaría leer aquello y luego releer esa espectacular escena, otro ejemplo pero esta vez realista trata de los comentarios ingeniosos y hasta necesarios; lo que me apasiona de Kundera no es su erotismo y romanticismo anclado en la descripción de la guerra sino sus meticulosos comentarios sobre su mismo quehacer, el analisis de cómo va configurando sus personajes, esos escapes que se dan entre sus novelas son pies de páginas indispensables, no concibo esos pensamientos en un libro titulado: "Los otros efectos de la gravedad" o "Definición de los cuerpos devorados por el amor", pero hay libros que uno no puede leer de otra forma, toda la obra reunida de Gottfried Benn o los collages de Burroughs y las ejemplares miscelaneas de Auden. Digamos de una vez que Orhan intentó lo primero, crear un libro justo de sus más queridos pensamientos, rescatar esas notas de cuaderno y esos comentarios huérfanos y dibujos y elaborar su ansiado libro-objeto pero digamos, también, que sus editores hicieron lo suyo y ahí fue Nerón loco con la lira. Espero que haya sido así.
Al final la lectura de Pamuk, de su híbrido, me deja un sinsabor, ya que descubro en este supuesto arco-iris de escrituras un discurso rector que no debe exitir nunca en esta clase de obras, Orhan es un escritor que inventa historias de casi ochocientas páginas unidas por temas pueriles: un caso policiaco, un amor perdido, una nostalgia, un estudio retrospectivo de lo humano, una muestra siempre de minuciosa investigación histórica y la simple interpretación de una historia política que denuncia. En "Otros colores", no hace otra cosa diferente, no hace sino hablar de cómo su vida de niño ocioso lo llevó a imaginar ese destino y cómo fue adquiriendo las herramientas con el tiempo para hacerlo realidad por medio de las novelas que sin lugar a dudas son el espejo disfrazado de sus vivencias. En pamuk sólo hay una ficción: la honestidad.
Todos sus escritos están atados a un estilo, una influencia por lo demás que tiene nombre propio, Pamuk busca escribir siendo el Dostoievski contemporáneo.
No es culpa del niño ocioso de Estambul que su literatura sea tan transparente, un hombre que no ha sufrido sino un pequeño alegato judicial por denunciar a través de una ficción lo que todo un pueblo sabe silenciosamente sobre los crímenes que ha cometido su estado, no es suficiente para tener el material por excelencia para construir obras maestras. Quizás a ese año de turbuluncias legales es que Orhan deba el favor de la academia sueca por no decir de su familia y sus contactos.
Regresando, porque ya me puse a hablar de lo que no me importa, debo señalar que Pamuk trabaja con material de segunda mano pero escribe desde lo que la perspectiva de su vida le permite imaginar. Esto es lo sorprendente. Intenta meterse en el mundo de los bajos fondos, conocer la historia de su pueblo e intentar entender las calles de su ciudad a través de la ventana de su apartamento o de su casa ubicada en el barrio de las personas adineradas. Es como ver un partido de futbol por televisión: Pamuk no juega, observa, pero ni siquiera desde el estadio; el se da su tiempo para sentarse en un sillón muy cómodo, prender la gran pantalla y ver la grabación. Esa es la literatura de Pamuk, por eso logra occidentalizar su oriente, porque vivió en ese mundo occidental.
Al final me queda un gusto de comprensión pendeja por este autor pero también me enseña algo. Pamuk es feliz escribiendo, escribe con felicidad, y esa felicidad la trasmite de manera maravillosa, sus pequeñas reflexiones, esos pequeños atisbos de lucidez y genialidad logran el cometido que todo buen escritor quiere: que al final del libro cada lector le haga el cómplice guiño de agradecimiento.
Yo lo hice.