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Publicado el 24 agosto 2012 por Libretachatarra

Lo único, entre mi producción, de tinte futurista era el cuadro “Los bailarines”, realizado en 1918 sobre la base de un viejo dibujo donde busqué el movimiento y recurrí para obtenerlo, al choque de las perspectivas. Me fue inspirado en 1916, mientras Xul Solar bailaba un tango en una de esas mansiones tipo Nuevo Imperio que solíamos frecuentar en Florencia.

La visita del poeta argentino Oliverio Girondo, al que no conocía, me sorprendió en mi taller al caer la tarde de un día que ubico mal en el tiempo. Salimos a tomar un café; me dio noticias de la Argentina, el país de la abundancia, El Dorado maravilloso que todos me describían, con Buenos Aires como capital radiante. Me dijo era corresponsal de Caras y Caretas, para la que acababa de escribir una nota de viaje sobre el Lago di Como que le gustaría leerme. Como tenia que ir a su pensión a cenar, quedamos en que yo pasaría por allí después de la cena, lo que hice efectivamente; era una pensión de gran lujo reservada a gente de teatro, cantantes, bailarines, actrices, de ambos sexos y asexuados. Me asustó el ruido y la cantidad de mujeres que conversaban o discutían mientras subían o bajaban las escaleras incesantemente. Una jaula de papagayos.

Yo era muy amigo de (Arturo) Tosi y lo consideraba un pintor típicamente lombardo; me gustaba precisamente por eso, porque seguía la tradición. Una noche, mientras departíamos, él y yo solos en su estudio, me habló de su juventud disipada... había sido un borrachín, muy amigo de las bellas formas; tuvo una amante que le piacera, “¡Dio, cuanto mi piacera!” Por esa época, ya bien remota, 1895, había pintado una serie de desnudos que jamás mostró a nadie, desde que dejo a su bella y se casó, emprendiendo una vida ordenada. Deseaba mostrarme esos desnudos en el secreto de la intimidad, si me comprometía a no denunciarlo.

Me los enseñó, y le dije con franqueza cuanto pensaba: que eran las mejores obra de él que yo había visto hasta entonces. Se negaba a creerme; me miraba ente asombrado y turbado, tocándose la perita con el gesto de Augusto Giacometti, pero presa de una emoción bien meridional que pedía resolverse en lágrimas. La sinceridad, que no podía poner en duda, y la confianza que tenia en mi juicio lo lleva la feliz convicción de haber creado algo perdurable. Tan es así que las telas no volvieron jamás al rincón donde las mantuvo enrolladas durante lustros; por el contrario, fueron lavadas, estiradas en bastidores, y colocados éstos en marcos, y luego expuestas para asombro del miedo artístico milanes que así descubrió un pintor nuevo.
(…)
Todavía en 1951, lo relataba a un reportero del semanario L'Europeo que lo entrevistó con motivo de cumplir 80 años; éste transcribe fielmente cuando Tosi le dijo: que si existen esos cuadros es porque se los reveló Pettoruti.

Y aquí viene algo que habla de las ocurrencias de Xul (Solar): horas antes de inaugurarse la muestra, invité a la galería a un coleccionista que me había comprado telas y se guiaba de mi consejo. Le anticipé que vería obras extraordinarias de un artista desconocido en Milán, cuyos precios, por lo mismo, eran todavía accesibles. Mi hombre se desconcertó un tanto viendo los trabajos de Xul; pero conversando y mirándolos, y volviéndolos a mirar, al cabo de un par de horas se decidió a comprar dos acuarelas.

En el preciso momento en que el director de la galería le daba los precios, apareció Xul. Contento con mi trabajo, hice las presentaciones, diciéndole que el señor, importante coleccionista, adquiriría dos de sus acuarelas. Xul miró a su comprador con el gesto de quien no concilia dos posiciones dispares y luego exclamó: “Cómo, ¿es usted un coleccionista advertido y compra esas porquerías?”.
El señor se quedo más frío que un bloque de hielo; Buggellli y yo, mudos; resultado: el señor no compró nada.

Archipenko, como Kandinsky y como Chagall, venía de Rusia decepcionado. Se les había estorbado la acción, luego de dárseles todas las facilidades para trabajar allí y mostrar al Occidente que las artes en el Soviet estaban al ritmo de la cultura contemporaneo. Seguramente pudieron estarlo, a no mediar aquello que medió. Reacuérdese que las nuevas formas artísticas tuvieron admiradores hasta amucho más allá de la Revolución de Octubre, y que respondiendo a las críticas que les hacia Clara Zetkin, Lenín mismo tomo su defensa haciéndole notar que su ritmo impetuoso era “natural, conveniente e inevitable”, para luego agregar riendo: “Sí, mi querida Clara, no hay duda de que ya somos viejos; no podemos con el nuevo arte y no nos queda sino renquear tras él”.

Visité a Chagall al que encontré, literalmente hablando, entre alfombras y almohadones; en ese ambiente pintaba, y lo estampo para asombro de los que me juzgan pulcro. Me contó que cada día le era más difícil entenderse con su hijita, rusa como él, debido a que la había puesto pupila en un colegio alemán, donde aprendiendo el idioma del país olvidaba el propio. La pintura de Chagall en la época era la que todos conocen, pues se trataba de un pintor ilustrativo que no ha variado mucho en el curso de los años; se inspiró desde los comienzos en el folklore ruso-judaico, poco conocido en Occidente; de ahí que sus personajes permanentemente volando se tomen por pintura moderna.

EMILIO PETTORUTI
“Un pintor ante el espejo”