Ante todo, perdón por la brevedad. Os prometí una crónica y me veo en la obligación de escribirla, pese a que anímicamente escribir en un blog es lo último que me apetece hacer en estos momentos. Por otra parte, poco hay que decir de un concierto al que no se puede poner ninguna pega. Podría hacer la crónica en modo superlativo y no sería una exageración, pues esta obra se puede dirigir, cantar y tocar de forma diferente a como se ha hecho esta tarde, pero no mejor. Aun así, intentaremos concretar algunos detalles.
Ante todo, explicaré el título que he elegido. El oasis, ya os lo podéis imaginar, ha sido la bellísima música de Vivaldi y la excelente interpretación. El desierto, lamentablemente, estaba en las butacas del Auditorio de Castellón, que rara vez se llena pero que hoy presentaba un aspecto desolador. El poco público presente, afortunadamente, ha sido bastante cálido y ha aplaudido y braveado como la función merecía.
Giovanni Antonini y su conjunto Il Giardino Armonico no defraudaron en la lectura de la partitura vivaldiana, expertos como son en la música del prete rosso, a la que tienen tomado el punto y a la que saben dotar de un peculiar carácter, ágil y enérgico, acorde con la extrovertida técnica de batuta de Antonini para quien cada concierto es una clase de aerobic. Especialmente destacable fue el virtuosismo de Stefano Barneschi al violín, con un solo que nos dejó con la boca abierta.
El equipo vocal de lujo también cumplieron las espectativas, incluso diría que las superaron. Topi Lehtipuu, único cantante masculino, cantó con su habitual perfección técnica y elegancia el papel menos atractivo, el del consejero Decio. Las sopranos Roberta Invernizzi y Veronica Cangemi se encargaron de dar vida a Tullia y Cleonilla respectivamente, solventando en ambos casos las agilidades con soltura y el canto spianato con su habitual buen hacer. Sonia Prina, mezzo-soprano encargada del papel de Ottone, tiene unos graves hermosos aunque no excesivamente potentes, ni falta que hace, y destacó por su perfecto canto de coloratura, toda una lección de canto. Pero aun hubo algo mejor: la joven soprano rusa Yulia Lezhneva interpretando el papel de Caio Silio, con poco más de dos años de carrera a sus espaldas, fue la que se llevó el gato al agua, y lo hizo tanto por su voz, bella, grande en comparación con el resto del reparto y excelentemente proyectada, como por su técnica, deslumbrante en las agilidades y por su elegancia y adecuación estilística. Un nombre muy a tener en cuenta el de esta soprano, que de seguir así está llamada a hacer cosas muy grandes. Eso sí, con otro vestido, por favor. Inenarrable el híbrido entre traje de camarero del Mesón Navarro y capa de Chiquito de la Calzada disfrazado de vampiro que llevaba la pobre.