En menos de venticuatro horas y con un programa originalmente montado pero totalmente distinto al de Santa Marina La Real volvía el intérprete vitoriano a impresionarnos con su talento en el instrumento neoclásico de Organería Española S.A. que no parecía el mismo del día 8. Si entonces comentaba que la catedral no merecía un instrumento en ese estado, tras escuchar los virtuosos franceses alternando con "Meine Gott" en los dedos y pies de un organista increíble puedo encontrar la respuesta tras mis dudas. Ejecutando de memoria todas las obras, mientras las partituras con las anotaciones estaban en manos de su ayudante (el mismo que con el alemán, creo que cotitular del templo catedralicio y lamentando no conocer su nombre 1), hacía tiempo que no me impactaba nadie así no ya por la dificultad del repertorio, que es altísima, sino por las cualidades que apuntaba en el concierto del día anterior, unidas a una musicalidad que transmitía en cada nota.
En cada obra todo un despliegue de conocimientos y técnica apabullante, con virtuosismo pero también emoción y mucha sabiduría. Hasta el pedal de expresión funcionó en todo su explendor y los tutti parecieron ensamblarse con la desafinación imprescindible. Detallo autores y obras, destacando la hondura del Bach puente, fuente e inspiración del resto:
Erbarm dich mein, o Herre Gott, BWV 721, con una registración plenamente bachiana de melodía en clarín, mano izquierda de apoyo y el pedal sustento necesario para lograr pureza tímbrica.
Eugène Gigout: Toccata, agilidades sin perder nunca la claridad sonora.
Meine Seele erhebt den Herren, BWV 648, para dos teclados y pedal en la misma línea del anterior Bach y digno de un organista que trabaja como titular en la Iglesia Alemana de Madrid, así como principal de la OCNE.
Louis Vierne: Carrilon de Westminster, siempre perceptible y arropado por juegos y texturas desde la limpieza expositiva y expresiva del pedal que no titubeó en los amplios reguladores que la obra exige unido al trabajo "extra" de los pies.
Contrapuntus I de "El Arte de la Fuga", BWV 1080, sin pedales y con uniformidad tímbrica para poder disfrutar del tejido bachiano.
Charles-Marie Widor: Toccata (de la Sinfonía nº 5, Op. 42/1), auténticos fuegos sonoros desde un despliegue de registros que parecieron sacar del "cincuentón" órgano leonés sus años jóvenes.
Jesu, meine Freude, BWV 610, un teclado más pedalero grave renovando los votos por El Kantor de Leipzig.
Léon Boëllmann: Toccata (de la "Suite Gothique") con sabor cinematográfico, sin perder nunca la riqueza rítmica en la mano izquierda y jugando con los dos teclados y pedales que lograron sonoridades impensables y el trabajo extra del ayudante.
Ich ruf' zu dir, Herr Jesu Christ, BWV 639, nuevamente los dos teclados, uno por mano y el pedalier, hondura, profundidad y buen hacer desde una memoria prodigiosa, haciendo notar que estos dos últimos Bach los cambió para el concierto buscando todavía mayor "unidad dramática" como hizo saber por megafonía el director del Festival antes del comienzo.
Olivier Messiaen: Transports de joie d'une âme devant la gloire du Christ qui est la sienne (de "L'Ascensión") suponía el magistral cierra de un programa harto difícil que no tuvo ni un momento de descanso físico ni mental para el intérprete alavés.
1) Maravillas del "Facebook®", el nombre es Guillermo A. Ares, a quien felicito desde aquí.