Ozymandias

Por Candreu
Este martes tuve la oportunidad de trabajar un rato con mi buen amigo Juan Pedro Sánchez. Participaremos juntos en este espectacular proyecto formativo en Perú: “Mi primer 5.000”. Una expedición mitad formativa, mitad aventurera que llevará a un equipo de directivos a coronar su primer 5.000. Teníamos que concretar algunas cosas y decidimos pasear por la Playa de Sagunto para que el mar nos terminara de inspirar.
Al final de la mañana, cuando nos dirigíamos a comer, vimos sobre la arena de la playa un enorme castillo de arena que unos jóvenes habían estado construyendo. Al salir de la comida, el viento había conseguido arrasar la construcción entera. No quedaba más huella que un pequeño y deforme montículo de arena.
Este fin de semana se celebran en España elecciones Autonómicas y Municipales. Los candidatos han tratado de convencer de la bondad de sus propuestas. Pero me temo que poca huella han dejado.
En 1821 llegó al Museo Británico de Londres una colosal estatua del faraón egipcio Ramsés II, conocido como Ozymandias. Napoleón había pujado por ella pero fueron al final los británicos los que la consiguieron. Aquellas pugnas hicieron famoso el asunto. Tanto que el poeta Shelley, le dedicó uno de sus poemas:
Conocí a un viajero de una tierra antiguaque dijo: «Dos enormes piernas pétreas, sin su troncose yerguen en el desierto. A su lado, en la arena,semihundido, yace un rostro hecho pedazos, cuyo ceñoy mueca en la boca, y desdén de frío dominio,cuentan que su escultor comprendió bien esas pasioneslas cuales aún sobreviven, grabadas en estos inertes objetos,a las manos que las tallaron y al corazón que las alimentó.
Y en el pedestal se leen estas palabras:"Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!"
Nada queda a su lado. Alrededor de la decadenciade estas colosales ruinas, infinitas y desnudasse extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas»
Y es que, nuestros políticos muchas veces se limitan a imitar a Ozymandias, que decía: “si alguien quiere saber cuán grande soy, que supere una de mis obras”. Sin darse cuenta que todos los líderes de todos los imperios acaban cayendo.  Las obras que a los hombres nos importan no son ni las carreteras, ni los aeropuertos, ni las grandes infraestructuras; por más que a ellos les encante inaugurarlas. Las obras que a nosotros nos importan son las que se graban en el corazón. Esas son las que duran de verdad, para siempre.
Quizá es que nuestros políticos sólo saben liderar con el cemento, y no con el corazón… Así les va. ¿Con qué lideras tú? ¿Dónde dejarás tu huella en este mundo? ¿En arenas que el viento arrastrará o el corazón de los que se crucen por tu camino?.