P. Alberto Rodríguez, S.J. (1921-1981), primer director del CAPU en la PUCP

Por Joseantoniobenito

P. Alberto Rodríguez, S.J.

Contento de ver su imagen en la Sala de Fundadores de la Universidad del Pacífico, les comparto los datos recopilados hasta la fecha y que he publicado en el blog https://peru-cristiano.blogspot.com/2014/06/p-alberto-rodriguez-sj.html y en el Diccionario biográfico del Perú contemporáneo: siglo XX / Coordinador Carlos Milla Batres.  Lima: Milla Batres, 2004 2 v.

Nació en Madrid el 29 de agosto de 1921. Cursó estudios universitarios de Matemáticas y el 1 de octubre de 1945 ingresó en la Compañía de Jesús, viviendo su noviciado en Aranjuez  hasta 1947. Llega a Perú (Miraflores) para el Juniorado, durante cuyo periodo sigue cursos de doctorado en matemáticas en la Universidad de San Marcos de 1951 a 1952. De acá pasa a Colombia donde cursa  la Filosofía de 1952 a 1954. Al año siguiente, 1955, pasa a Granada (España) para la Teología y es ordenado sacerdote en Madrid el 15 de julio de 1957. Su Tercera Probación fue en Drongen (Bélgica).

Regresa en 1961 a Perú, donde dirige un grupo de universitarios (ACUP) y enseña matemáticas en la Universidad de San Marcos. El 15 de agosto de 1963 hace su profesión solemne como jesuita. Por ese tiempo será Secretario General de la Universidad del Pacífico. Escribe el P. Raimundo Villagrasa en su libro Recuerdos (Un testimonio personal sobre la Universidad del Pacífico) (Lima 1997) que fue el P. Alberto la primera persona con la que tuvo contacto y que fue él quien le presentó a todos los que trabajaban en la Universidad. "El P. Alberto era un auténtico ´hombre orquesta´: su cargo oficial era el de Secretario General, el cual, en aquel tiempo, incluía la supervisión de todo el apoyo administrativo. Pero, al estar vacante el puesto de Decano, también había asumido interinamente esa responsabilidad. Se puede decir que toda lamarcha operativa de la universidad recaía sobre él" (pp.14-15). "Al final de 1966, el P. Alberto Rodríguez, tuvo tal agotamiento físico que debió retirarse de la actividad académica. Una vez recuperado se abocó a una investigación del General de la Compañía de Jesús y se centró en la PUCP, pero siempre se le ha considerado el hombre clave, "el hombre del cuadro" de la Pacífico(Carlos Amat y León).

En 1969 inicia su andadura en la PUCP como profesor de Teología del programa de Ingeniería y fue nombrado Profesor Principal en 1974 Durante varios años integró la Dirección del Programa Académico de Ciencias e Ingeniería, así como la del Programa Académico de Estudios Generales de Ciencias y la Asamblea Universitaria.  Pero lo que configura su personalidad fue la dirección del CAPU; él fue su fundador y primer director desde 1977 hasta el momento de su partida para la vida eterna el 26 de octubre de 1981. Sus restos mortales reposan en el cementerio de los PP. Jesuitas de la Casa de Ejercicios de Huachipa.

Para recordar su labor pionera en la PUCP, particularmente  en el CAPU, no hemos encontrado mejores palabras que algunas de las pronunciadas en la homilía de la Misa celebrada ocho días después por el P. Manuel Marzal, S.J.

La expresión de fe del P. Alberto en Jesús es una de las cosas que más me impresionó durante las últimas semanas de su enfermedad, en que iba a visitarle en la clínica casi todos los días.   Como escribió en su último artículo, en que recordaba las visitas del Cardenal, del Nuncio, de muchos profesores y alumnos de la Universidad: "desde estas líneas quiero decirles a todos ustedes, con palabras breves pero con amor grande: muchas gracias! ....Nunca perdí la paz, ni la alegría, ni el buen humor, ni la confianza en Dios".  Ese testimonio es para mí muy importante, sobre todo en un maestro universitario que tiene que transmitir no sólo conocimientos sobre una especialidad, sino sapiencia para enfrentar los grandes problemas humanos.

   Y lo mismo sentí en el P. Alberto, cuando la tarde anterior a su muerte, fui a la Clínica San Borja para asistir al rito de la Unción de los Enfermos, que él había pedido por la delicada operación a que tenía que ser sometido.  El P. Alberto participó con mucha serenidad y paz, en la ceremonia durante la cual todos los sacerdotes presentes fuimos colocando nuestras manos sobre su cabeza para transmitirle la fuera del Espíritu, como se hace en esta Capilla cuando cada año se administra el Sacramento de la Confirmación, y luego bromeó, hizo planes para su trabajo universitario y mostró gran confianza en que las cosas saldrían bien, pero era perfectamente consciente de que su organismo, golpeado por la repetición de los infartos, podía fallar y así dejaba la decisión en manos de Dios.  De hecho, había pedido, un poco clandestinamente, que le llevarán a la Clínica la cinta con que le habían amarrado las manos en el rito de su ordenación sacerdotal, para expresar en ese momento decisivo esa dimensión de su vida, con la que se sentía tan plenamente identificado.  Y Dios, que es el Señor de la Vida y de la Muerte, tomó la decisión.

   Nosotros, miembros de la comunidad universitaria de la Universidad Católica, además de rezar por el P. Alberto, sabiendo que la oración es una fuerza actuante donde no llegan las tecnologías más sofisticadas, creo que debemos recordar algunas de sus ideas sobre nuestra Universidad.  Como es sabido, las instituciones tienen un espíritu, por más que resulte difícil definirlo, y una parte importante de ese espíritu es el pensamiento de los hombres que nos precedieron en hacer universidad católica.   Me parece que el pensamiento del P. Alberto puede resumirse en tres puntos, que constituyen, en cierto modo, su legado:

   En primer lugar, la necesidad de que la Universidad sea fiel a sí misma.  El dedicó los mejores años de su vida al quehacer universitario, en San Marcos, en la Pacífico y en la Católica.  Y había llegado a la conclusión de que, si es un peligro para la universidad enrolarse en inmediatismos políticos, exacerbando el fácil entusiasmo de los jóvenes universitarios en la solución de problemas del país antes que puedan contribuir a su solución con su serio aporte profesional, también es otro peligro refugiarse en un tecnocratismo apolítico, que no cuestiona a quienes sirven las diferentes generaciones de egresados que cada año abandonan nuestras aulas.  Por eso el P. Alberto promovió con gran tenacidad encuentros de autoridades, profesores, empleados y estudiantes, para que, en la tranquilidad de Chaclacayo o Ricardo Palma, al margen de las urgencias académicas y administrativas de cada día, discutiéramos en común sobre nuestra tarea universitaria.  Por eso también quiso que los jueves culturales en el CAPU se convirtieran en una plataforma para el diálogo interdisciplinar o para discutir problemas comunes, como la nueva Ley Universitaria.

   Un segundo punto que preocupaba al P. Alberto era el carácter católico de nuestra Universidad.  Aunque el contenido de este adjetivo haya ido variando con la evolución de la sociedad y de la misma Iglesia, es indudable que esa evolución no puede llegar a negar algo que es parte esencial de la Universidad Católica.  La Universidad debe contar con un Departamento de Teología plenamente abierto a las diferentes corrientes de la teología católica, que promueva el diálogo interdisciplinar

y que aborde creativamente el estudio de los problemas religiosos del hombre peruano.

https://inmemoriam.jesuitas.pe/1981/10/26/p-alberto-rodriguez-sj/