Esta historia la escribí para presentarla a una convocatoria de microrrelatos organizada por Viví Libros (sin mucho éxito), así que puede decirse que es la primera vez que escribo con una temática determinada por otros. Esto es lo que salió, a ver si te gusta. Los "trabajos" de Fermín
Fermín era un tipo práctico, creyente por imposición familiar y mediocre por decisión personal, al menos eso le gustaba decir. Administrativo en una empresa de cosméticos, era de mentalidad sencilla y eficiente. A sus treinta y cinco, ganaba lo suficiente como para poder comer al menos una vez al mes en un chino, ir cada tres al cine y comprarse un bañador nuevo cada verano.
Como cada mañana, Fermín se levantó temprano, desayunó y se dispuso a caminar los diez minutos que, calculaba, le llevaría llegar hasta el coche para ir al trabajo. Su mente práctica jamás hubiera imaginado que lo que estaba a punto de pasarle cambiaría por completo su vida. Lo primero que hizo fue pisar una enorme y fresca mierda de perro que había alojada en el portal de su casa. ¡Menuda mierda! -pensó- vaya manera de empezar el día.
La vida de Fermín ha cambiado mucho y, no sólo porque tenga más dinero. Ahora madruga más porque necesita muchos preparativos. El ritual comienza antes incluso de levantarse, porque debe tener cuidado de no hacerlo con el pie izquierdo, ya que perdería mucho tiempo contrarrestando el maleficio y podría llegar tarde al trabajo, lo que también da mala suerte.
Como era un supersticioso sin vocación, decidió investigar todo lo relativo a los fetichismos y hechizospopulares comprando libros e investigando en internet, por lo que terminó por convertirse en un verdadero experto en la materia.
Ahora Fermín es un tipo extremo, un entendido....un técnico. Domina a la perfección todos los procedimientos que proveen la buena suerte y los que ahuyentan a la mala fortuna. Cuando desayuna tiene mucho cuidado de no poner el pan boca a bajo, aunque, claro está, también sabe que si hace tres cruces en el aire podrá alejar las desgracias presagiadas. Antes de levantarse de la mesa aprovecha para tocar madera, que además le costó una fortuna y tiene que amortizarla, luego se mete unos dientes de ajo en los bolsillos y se echa un puñadito de sal sobre el hombro izquierdo. Pertrechado de esta guisa, Fermín se siente seguro, pero no olvida persignarse antes de encender una vela en el santuario que ha montado en la entrada. Toca con el pulgar derecho la herradura de plástico que cuelga de la puerta, mira atrás siete veces y se marcha tranquilo.
El día de la inauguración, cuando el local estaba lleno, Fermín se tocó satisfecho el bolsillo derecho del pantalón en busca de la pata de conejo que encontró el día que cambió su vida, justo en el momento en que una chispa saltaba del cuadro de luz y prendía fuego a una sala abarrotada de velas, cojines e inciensos.
Contra todo pronóstico, Fermín lo perdió todo. No tiene trabajo ni dinero y, lo que es peor, no puede comprar las velas, los ungüentos y los materiales que le permitirían contrarrestar tanta mala suerte, justo ahora que estamos en una fase tan apropiada de la luna y Mercurio y Venus están en conjunción.