Pablo Parellada

Publicado el 04 abril 2015 por Alejandropumarino

Concido el poema a través de un viejo amigo, hace ya bastantes años, lo recordé el otro día en una comida (comedor quien come) y San Google me facilitó la totalidad del texto que hoy comparto con vds., junto con una breve reseña del autor.

Señores: un servidor,
Pedro Pérez Paticola,
cual la academia española
«Limpia, fija y da esplendor».
Pero yo lo hago mejor
y no por ganas de hablar
pues les voy a demostrar
que es preciso meter mano
al idioma castellano,
donde hay mucho que arreglar.

¿Me quieren decir por qué
en tamaño y esencia,
hay esa gran diferencia
entre un buque y un buqué?
¿Por el acento?. Pues yo,
por esa insignificancia,
no concibo la distancia
de presidio a presidió
ni de tomas a Tomás,
ni de topo al que topó
de un paleto a un paletó,
ni de colas a Colás.

Mas dejemos el acento,
que convierte como ves,
las ingles en inglés,
y pasemos a otro cuento.

¿A ustedes no les asombra
que diciendo rico y rica,
majo y maja, chico y chica,
no digamos hombre y hombra?
Y la frase tan oída
del marido y la mujer,
¿Por qué no tiene que ser
el marido y la marida?
Por eso, no encuentro mal
si alguna dice cuala,
como decimos Pascuala,
femenino de Pascual.

El sexo a hablar nos obliga
a cada cual como digo:
si es hombre, me voy contigo;
si es mujer, me voy contiga.

¿Puede darse en general,
al pasar de masculino
a su nombre femenino
nada más irracional?
La hembra del cazo es caza,
la del velo es una vela,
la del suelo es una suela
y la del plazo, una plaza;
la del correo, correa;
la del mus, musa; del can, cana;
del mes, mesa; del pan, pana
y del jaleo, jalea.

¿Por qué llamamos tortero
al que elabora una torta
y al sastre, que ternos corta,
no le llamamos ternero?
¿Por qué, las Josefas son
por Pepitas conocidas,
como si fuesen salidas
de las tripas de un melón?
¿Por qué, el de Cuenca no es un cuenco,
bodoque el que va de boda,
y a los que los árboles podan
no se les llama podencos?

Cometa está mal escrito
y es nombre que no me peta;
¿Hay en el cielo cometa
que cometa algún delito?
¿Y no habrá quien no conciba
que llamarle firmamento
al cielo, es un esperpento?
¿Quién va a firmar allá arriba?
¿Es posible que persona
alguna acepte el criterio
de que llamen monasterio
donde no hay ninguna mona?
¿Y no es tremenda gansada
en los teatros, que sea
denominada «platea»
donde no platea nada?

Si el que bebe es bebedor
y el sitio es bebedero,
a lo que hoy es comedor
hay que llamarle comedero.
Comedor será quien coma,
como bebedor quien bebe;
de esta manera se debe
modificar el idioma.

¿A vuestro oído no admira,
lo mismo que yo lo admiro
que quien descerraja un tiro,
dispara, pero no tira?
Este verbo y otros mil
en nuestro idioma son barro;
tira, el que tira de un carro,
no el que dispara un fusil.
De largo sacan largueza
en lugar de larguedad,
y de corto, cortedad
en vez de sacar corteza.
De igual manera me aquejo
de ver que un libro es un tomo;
será tomo, si lo tomo,
y si no lo tomo, un dejo.

Si se le llama mirón
al que está mirando mucho,
cuando mucho ladre un chucho
se llamara ladrón.
Porque la silaba «on»
indica aumento, y extraño
que a un ramo de gran tamaño
no se le llame Ramón.

Y, por la misma razón,
si los que estáis escuchando
un gran rato estáis pasando,
estáis pasando un ratón.
Y sobra para quedar
convencido el más profano,
que el idioma castellano
tiene mucho que arreglar.

Conque basta ya de historias,
y, si al terminar me dais
dos palmadas no temáis
porque os llame palmatorias.

Pablo Parellada (1855-1944) llevó una vida muy activa. Junto a sus actividades periodistas y literarias, ejerció de ingeniero militar, llegando a coronel, y de profesor de la Academia General del Ejército. Utilizaba el seudónimo Melitón González, con el que firmaba mayoritariamente sus caricaturas y artículos humorísticos publicados en un gran número de revistas y periódicos, no sólo satíricos: La Avispa, Madrid Cómico, Barcelona Cómica, Blanco y Negro, La Vanguardia, ABC, Gedeón…. Es uno de los autores más relevantes de la historia de la época dorada de la parodia teatral. Su vida teatral comenzó en 1895, en el Teatro Lara de Madrid, con el sainete Los asistentes. Espíritu observador y gracia crítica aparecen ya apuntadas en su primera obra e irá puliendo estas cualidades en sus posteriores obras. Escribió una novela (Memorias de un sietemesino) y varias novelas cortas publicadas en El Cuento Semanal. El ingenio y la inventiva, unidos a un conocimiento del mundo escénico y de las aficiones del público, limpio de groserías y ajeno a las estridencias declamatorias, caracterizan sus obras teatrales y, de ese modo, el autor logra el entretenimiento del espectador. Presenta situaciones cómicas inesperadas, desenlaces ingeniosos y sus chistes, equívocos y sátiras son de raíz inteligente. Escribe en un lenguaje puro y elegante, sólo deformado para la caricatura, que alcanza su cota más elevada en el Tenorio modernista (1906), «remembrucia enoemática y jocunda en una película y tres lapsos», en la que satiriza con mordacidad la moda estética modernista, que con sus barbarismos innecesarios y su retoricismo convirtieron la lengua española en un lenguaje ininteligible para muchos.