Vivía en extrema penitencia, ayunando constantemente, orando y trabajando para mantenerse y no ser gravoso a los que le pedían oraciones o le daban algo de comer. Toda su vida vistió un cilicio de hierro pegado a las carnes, y sobre ese llevaba una áspera túnica. En las rodillas llegó a tener dos enormes callos, pues cada día hacía lo menos 5000 genuflexiones. Dios le premió con el don de los estigmas.
Sobre 1225 el párroco de Haske le pidió le acompañase en su predicación a los alejados de la fe y a poner paz entre sus feligreses. Dodo fue muy combativo contra la costumbre de la venganza, que se hallaba establecida con total normalidad. Su palabra, su acción y su oración produjeron el milagro de la reconciliación de muchas familias que llevaban más de 50 años enemistadas.
Dodo murió el domingo posterior a la Anunciación de la Virgen de 1231, de una manera inesperada y algo boba, como hemos leído de San Mariano (19 de agosto): Estando orando se derrumbó el techo de su cabaña y le aplastó.
Fue sepultado en la abadía que San Siard fundó en Bakkeveen, donde los premonstratenses le rindieron culto desde muy pronto.
A 30 de marzo además se celebra a
Beato Amadeo IX de Saboya, duque.
San Zósimo de Siracusa, abad y obispo.
San Rieul de Senlis, obispo.