Empiezo a ver esta película estimulado por las apabullantes críticas profesionales que la califican como una obra maestra de nuestro tiempo, pero poco a poco las espectativas se van desinflando, porque me encuentro con una obra muy bien dirigida y fotografiada pero vacía de contenido. Pacifiction transcurre en Tahití, en la Polinesia Francesa, un territorio con autonomía de gobierno, pero que sigue perteneciendo a Francia. La película sigue los pasos de De Roller, el Alto Comisionado de la República y la trama, muy leve, hace referencia a los rumores que se instalan en las islas acerca de la reanudación de las pruebas nucleares que tanto dieron que hablar en su día. El protagonista se pasa las casi tres horas de metraje deambulando de un lado para otro, manteniendo diálogos con multitud de personajes y pasándose de vez en cuando por alguna discoteca. Es una especie de ser que no duerme nunca, que vive para su oficio y utiliza su particular magnetismo y don de gentes en su propio beneficio, diciéndole a cada uno de sus interlocutores lo que quiere oir. En realidad no hay mucho más en Pacifiction, casi que no existen aquí los tradicionales planteamiento, nudo y desenlace. La película apunta más hacia un simbolismo muy poderoso para los críticos que la han alabado, pero que a mí me resulta aburrido y vacío y cuando uno llego al último tercio estoy deseando que se acabe, sintiéndome levemente culpable por no haber podido disfrutar de la maravillosa obra prometida.