Quizá algún lector no haya dado con esta breve columna de Paco Sánchez, sobre el sentido común periodístico, que comparto al cien por cien, incluyendo -¡ay de mí!- los telediarios.
Para no estropearlo, no añado nada de lo que escribo estos días sobre causas y posibles salidas de la superficialidad social y comunicativa, pretendiendo situar los medios de comunicación pública entre los modos racionales de saber. Siempre queda la esperanza.
Llevo unas semanas escocido con los periódicos y las radios. A las televisiones nunca les he hecho mucho caso. Pero a los otros sí y, claro, resulta que gastan un número inverosímil de líneas y horas en asuntos que no me interesan.
He sido incapaz de leer nada sobre la tristeza de Ronaldo, tan alejada de mis preocupaciones. Tampoco he leído una mísera línea sobre el Bretón y la hoguera en la que fueron calcinados sus hijos. Me basta con saberlo y, para eso, con el título de la noticia sobra. He procedido igual en el caso de la concejala y su vídeo, su dimisión y su vuelta atrás, solo que este ni siquiera estaba interesado en conocerlo.
Supongo que si los medios dedican tanta información y tanta opinión a tales asuntos será porque la gente los devora. Un mero repaso de las noticias más vistas en los digitales lo confirma.
Los medios se aprovechan, porque esas cosas producen audiencias grandes a muy bajo coste, aunque habría que preguntarse qué tipo de audiencias y hasta qué punto resultan a la larga verdaderamente rentables. Pero, ¿y la gente? Quizá estemos ante una forma de escapismo, quizá nos hayamos vuelto todos unos cotillas, quizá, no entendamos nada y, para compensar, optemos por el chismorreo compulsivo.
Con el caso de la concejala ha saltado, según veo en las redes sociales, una discusión moral sobre si debe dimitir o no. Esto ya es otra cosa. No me atrevo a ponerle nombre. Pero sobrepasa el chisme y apunta a que, como sociedad, estamos a punto de perder el sentido. Por lo menos, el común.