‘Pactar con el diablo’ – Soy un devoto del hombre

Publicado el 13 enero 2011 por Cinefagos

“Mira pero no toques, toca pero no pruebes, prueba, pero no saborees.”

Siempre he pensado que hay trabajos para los que yo no valdría. Por ejemplo comercial: obligar a alguien a comprar algo incluso cuando los dos sabemos que no sólo no necesita, sino que tal vez no podrá permitírselo. O abogado. Ese trabajo en el que tu principal obligación no es demostrar la verdad, sino ganar, incluso cuando alguno de tus clientes es culpable y has de convencer a un jurado de que no lo es.

Quizá por eso, los abogados son personajes recurrentes en numerosas películas. Aunque no he visto “La Tapadera”, su premisa es la misma: la diferencia entre lo que está bien y lo que es fácil, como diría un tal Dumbledore. Pero entre la película de Tom Cruise y la que nos ocupa hay un par de diferencias: la primera es que no trata de ser un relato veraz de la vida judicial, sino que lo usa como metáfora para hablarnos de una historia de muerte y condenación eterna. Y la segunda es la presencia de Al Pacino en un papel tan perfecto, tan a su medida, que te da la sensación de que no hay otro ser humano sobre la faz de la tierra capaz de encarnar mejor que él al mismísimo diablo.

Pero pongámonos en situación. Kevin Lomax, interpretado por un correcto Keanu Reeves, es el mejor abogado de su pequeño pueblo, y es contratado por una gran empresa para trabajar en Nueva York, donde se mudará con su esposa huyendo además de la beata de su madre, para vivir una vida que jamás podrían haber soñado. Esto es lo típico, claro, pero cuando llegan a Nueva York se dan cuenta de que no podrán pasar mucho tiempo juntos, ya que él tiene que trabajar durante muchas horas para seguir manteniendo su estatus como abogado imbatible. Es esa la razón por la que el jefe de la compañía, John Milton, le ha ofrecido el trabajo. Porque en uno de sus anteriores juicios fue capaz de convencer no sólo al jurado, sino también a la propia víctima, de que un hombre acusado (y claramente culpable) de abusos sexuales era inocente.

Pero aparte de toda la presión que conlleva semejante responsabilidad, la mujer de Kevin, interpretada por una soberbia Charlize Theron, empieza a tener visiones, pesadillas, alucinaciones… la película además pertenece a esa clase de films donde hay algunos efectos especiales, pero que sirven para meterse en la trama y no para proporcionarnos escenas de acción sin sentido. Ella ve, entre las demás mujeres del edificio, a auténticos monstruos deformes, pero además, Kevin se siente sexualmente atraído por una misteriosa compañera del trabajo.

Y está Milton. Ese tipo soltero cuya casa no es más que un despacho, que te da la sensación de ser el típico hombre de negocios “libre”, porque no le importa ir en metro, estar despierto durante toda la noche, irse a todos los bares y resultar terriblemente encantador, maravillosamente perverso. Para Al Pacino no existen las normas, y no hay escena que mejor lo demuestre que cuando están en un bar y, sin palabras, vemos a la chica que hay sentada a su lado desapareciendo bajo la mesa. Esa cara es la de un auténtico vividor.

Pero por supuesto, como la película hace referencias al diablo, ya sabemos de lo que va. Milton no es más que Satán, un ser que dice sentir amor por el hombre, pero que es claramente malvado. Aunque asegura no juzgar a los hombres y no ser un mentiroso ni un embaucador, la mujer de Kevin tiene visiones de Milton violándola repetidas veces hasta dejarle el cuerpo destrozado y la mente arruinada. Lo peor de todo es que Kevin no la cree y logra que la encierren, hasta que al final, ella se raja el cuello con un cristal. Además, Milton tiene un plan y es unir a esa misteriosa mujer, su propia hija, y Kevin, que también es hijo suyo, para que den a luz a un niño precioso que sea el que se encargue del nuevo siglo, el Anticristo.

Esa es la trama de una película típica de los noventa, pero con unos buenos alicientes, como lo son su contundencia en algunas escenas y su estilo, tan cuidado que perfectamente podría haber convertido a esta película en una pieza indispensable en las estanterías de cualquier cinéfilo si es que no lo es ya. Hiptónica en ocasiones, y perversamente divertida en algunos momentos, Pactar con el diablo es un conjunto de fotografía hermosa, escenas de sexo crudas y realistas y diálogos muy bien escritos. Puede llegar a ponerte de los nervios, pero también, si tienes un humor muy negro, no puedes dejar de disfrutar con el trabajo de Al Pacino y permanecer atento a cada uno de sus movimientos, guiños y palabras acerca de la culpa, el infierno y de que Dios es el peor casero del mundo. O como aquella frase de:

“Bueno, en una escala del uno al diez, siendo diez el acto sexual más depravado que puedas imaginar, y uno el típico polvo de noche de viernes en casa de los Lomax, yo diría, siendo modesto, que Mary Ann y yo conseguimos un… siete.”

Mientras nos convence de que todo está bajo control, de que es un humanista y quizá, el último que queda. Alguien que adora a los hombres tal y como son, que no les castiga por sus defectos o los hace sufrir cargándolos con la culpa. Al fin y al cabo, la vanidad es, sin duda, su pecado favorito.

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