Seguir la actualidad política es constatar la escasez de sustancia en sus líderes y un panorama cargado de perplejidades, desplantes y demasiada soberbia. Se sabe que todo periodo de negociación poselectoral está minado de trampas, exigencias y retos; también de necesidades sociales que quedan arrinconadas. A poco que se sigan las noticias, sin necesidad de consultar el periodismo sesgado y mentiroso, se percibe como gana espacio la descalificación, la pulla dialéctica y la estridencia para conseguir un efímero trending topic o para ese titular espectacular que nadie recordará pasados unos días.
Por distintas razones en estos periodos de negociación se airean ambiciones y estrategias, se esgrimen amenazas, advertencias y desplantes. Son días de mucho aspaviento y poca enjundia, donde la defensa de los intereses colectivos queda postergada en favor de un espectáculo de escaso interés social. Son fechas en las que resulta complicado distinguir el periodismo de la mugre informativa. En este escenario, contados los votos y constituidas las cámaras, procede formar gobierno. ¿Fácil?
No lo es cuando el electorado no ha concedido el apoyo suficiente a ninguna de las fuerzas políticas. Entonces es necesario construir una mayoría con el diálogo como herramienta, sin renunciar a los compromisos más significativos, manteniendo la coherencia de los discursos y sin defraudar a quienes confiaron su voto.
Después de las elecciones los electores han propiciado la necesidad de acuerdos, abriendo un periodo de certezas y dudas. Si la derecha no suma y la izquierda tampoco, solo queda volver a las urnas o acordar con las fuerzas regionalistas, nacionalistas o independentistas. Es lo que ha salido de las urnas: pactar o nuevas elecciones. Los resultados electorales indican que se ha optado por el diálogo y del acuerdo, toca ahora a los políticos sustanciarlo. En este escenario de incertidumbre, siempre aparece la personalidad del pragmático, la del guardián de las esencias y la del dinamitero. Todos suponen un obstáculo: el primero por interesado, su objetivo se limita al dame pan y dime tonto para luego hacer de su capa un sayo; el segundo por suponer una rémora al permanecer petrificado a sus principios mientras que la sociedad evoluciona y las necesidades cambian, sus ideas permanecen inalteradas como sentencias petrificadas de cualquier credo; el tercero por fullero al saber que su apoyo será un regalo envenenado del que espera sacar tajada exclusivamente para los suyos.
Pactar o elecciones, no hay otra opción. Pero para alcanzar un pacto hay que quererlo y trabajarlo. Quien tiene más representación es quien tiene mayor responsabilidad. Es sabido que la política conduce a la decepción y que todo pacto implica cesión. Cuando los números no dan, se impone la cordura de lo posible frente a lo deseable, el paso corto frente a lo inalcanzable. A los políticos electos habría que preguntarles qué proponen cuando las sumas naturales no dan. ¿Ignorar a las opciones de carácter nacionalistas? ¿Convocar nuevas elecciones? ¿Hasta cuándo?
Frente a la algarabía mediática y el bochorno de ciertas declaraciones, ¿es aconsejable refugiarse en el escepticismo? Cansa observar cómo quienes invocan a la unidad nacional o quienes dicen actuar en nombre del pueblo, desatienden los principios que dicen defender. Sí, esta política cansa, aburre y produce pereza. Pero ¿cuál es la alternativa? ¿La indiferencia?