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Tomado de: blog José Antonio Benito
Entrevista especial en PAX-TV al P. Manuel Carreira S. J.
PRESENTACIÓN
El P. Manuel Carreira S. J. es Doctor en Física por su tesis sobre rayos cósmicos con el Clyde Cowan, descubridor del neutrino, a la par que filósofo y teólogo por la Loyola University, Chicago. Miembro del Observatorio Astronómico del Vaticano, ha simultaneado su magisterio como profesor de la John Carroll University, Cleveland (Estados Unidos) y de Filosofía de la Naturaleza en Comillas (Madrid).
Conversar con el P. Manuel Carreira es sumergirse en un pozo sin fondo, es disfrutar de un lenguaje límpido y preciso, es dilatar nuestra inteligencia con la certeza de la verdad, la seguridad de la esperanza, la alegría de la caridad. He tenido la suerte de acompañarle en varias de sus conferencias en España y en Perú. Siempre me queda la imagen del maestro rodeado de un concurrido corro de jóvenes, ávidos de verdad y gozosos de encontrar respuestas. Al enterarme de su presencia en Lima (Perú) en mayo del 2007, le envié una síntesis de las preguntas que suelen formularle al finalizar sus conferencias y le invite a una entrevista en PAX-TV para que las pudiera contestar. Aceptó con la generosidad de siempre y aquí les presento la transcripción de las respuestas de dicha entrevista, las cuales han sido revisadas por él mismo antes de ser publicadas. Sólo me queda desearles una lectura provechosa y mi oferta para seguir brindando la oportunidad de que el rico magisterio del P. Carreira llegue al mayor número de personas.
Atentamente
José Antonio Benito
ENTREVISTA
A medida que la ciencia progresa, el hombre trata de dar respuesta a los múltiples interrogantes que se hace sobre el gran misterio del Hombre y del Universo. Normalmente las respuestas que obtiene son un tanto parciales, por estar enfocadas desde un solo punto de vista, ya sea el de la física, la filosofía, o la teología. Pero en esta ocasión entrevistamos a una persona que tiene la cualidad de poder abarcar al mismo tiempo estas tres ramas del saber, porque es doctor en física, filósofo y teólogo. Estamos hablando del Padre Manuel Carreira, quien gustosamente nos contesta a las siguientes preguntas:
—Los medios de comunicación nos suelen presentar la ciencia y la fe como enfrentadas entre sí, como si no pudiesen reconciliarse. Usted, como científico y sacerdote a la vez, no tiene ningún problema en armonizar ambas realidades. ¿Su caso no es tal vez algo insólito?
P. M. Carreira: Yo no soy el único caso. Ha habido, a lo largo de la historia, mucha gente que ha tenido interés y preparación científica y al mismo tiempo ha tenido una vocación religiosa. Puedo mencionar, sin ir más lejos, en el siglo XIX a un jesuita de Roma —el Padre Secchi— al que se llamó “el explorador del sol”. Fue el primero en clasificar a las estrellas por sus características del espectro: en su honor se celebró un congreso internacional en 1979, en Roma, sobre la clasificación de estrellas, por ser un hombre reconocido y que ha tenido una enorme importancia en la historia de la astronomía.
Más recientemente, en 1927, un sacerdote belga, el Padre Lemaître, fue el primero en usar las ecuaciones de la Relatividad para darnos la idea de un Universo que comenzó con la gran explosión del “Big Bang” (como se llama hoy), que fue luego aceptada por todos los científicos prácticamente sin excepción. De modo que siempre ha habido personas muy versadas en el campo científico que a la vez han sido excelentes sacerdotes, con grandes conocimientos en filosofía y en teología.
—Usted mismo es miembro del Observatorio Astronómico del Vaticano ¿Qué nos podría decir de las actividades de esta institución científica tan reconocida y de las tareas que ha despeñado personalmente usted dentro de ella?
P. M. Carreira: El Observatorio Vaticano lleva más de cien años de funcionamiento. Es una demostración visible del interés de la Iglesia por la ciencia, porque considera que es una actividad humana digna de todo respeto. A nadie le sorprende que la Iglesia, a lo largo de los siglos, haya patrocinado artistas. De la misma manera que el arte es una actividad humana digna de respeto, también lo es la ciencia y la iglesia lo muestra precisamente con este Observatorio Vaticano, poniendo su pequeña contribución al desarrollo de la ciencia.
—Usted ha impartido desde hace bastantes años múltiples conferencias en América y en Europa. ¿Nos podría decir cómo nació su vocación científica? ¿Podría describirnos su trayectoria académica?
P. M. Carreira: No quiero entrar en muchos detalles personales, pero simplemente puedo decirles que ya desde niño, tenía deseo de estudiar Astronomía, y, al mismo tiempo, me sentía inclinado hacia la vocación religiosa y sacerdotal. He vivido de esta manera a lo largo de todos mis años de formación y nunca he encontrado una razón que me obligase a limitar mi actividad a único campo. Siempre he tenido la satisfacción y el gusto de poder trabajar en todas ellas: en ciencia, en filosofía y en teología.
—Durante varios años ha impartido clases en varias universidades, en Estados Unidos y en España. ¿Nos podría hablar de estas universidades y de su labor en ellas?
P. M. Carreira: Cuando terminé mis estudios de física, con el doctorado en Washington, comencé a dar clases en España, de Filosofía de la Naturaleza, en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid. Tal como estaba el plan de estudios sólo me necesitaban allí durante un semestre. Así pude aceptar la invitación de dar clases la mayor parte de cada año en Estados Unidos, primero en Washington, luego en Cleveland. Durante 32 años iba y venía de un continente a otro, y ya en 1976 se me invitó a ir al Observatorio Vaticano, a Castel Gandolfo para ayudar en proyectos de investigación. Luego también en cursos de verano que se tienen cada dos años para estudiantes de todo el mundo. Sólo el Observatorio Vaticano tiene este programa: a 25 estudiantes de nivel de doctorado se les ofrece la oportunidad de estar un mes como huéspedes de la Santa Sede, recibiendo clases gratuitamente de los mejores especialistas en diversas ramas de la astronomía. También se les aloja gratuitamente, e incluso —en muchos casos en que vienen de países de economías muy limitadas— se les ayuda con los gastos de los viajes.
—Su tesis doctoral trató sobre los rayos cósmicos. ¿Podría hablarnos de su director y del alcance de la investigación?
P. M. Carreira: Sí, tuve la satisfacción de hacer mi tesis doctoral con un hombre verdaderamente de alto nivel, el doctor Cowan. El trabajo que le hizo famoso fue realizado en cooperación con el doctor Reines, y ese trabajo fue premiado con el Premio Nóbel, en 1995. El doctor Cowan había fallecido ya de un ataque al corazón a los 56 años y no pudo recibir el premio, pero el trabajo era un trabajo común y lo recibió el doctor Reines (que murió al año siguiente). El trabajo realizado conjuntamente fue la búsqueda de una partícula que teóricamente se suponía que debía existir pero que nadie pensaba que sería detectable: el Neutrino. Cuando le preguntaban qué era el Neutrino, mi director de tesis solía decir —con buen sentido del humor— que “es lo menos que algo puede ser y todavía ser algo”. Él consiguió, con su compañero de trabajo demostrar que existe y capturarlo en un experimento verdaderamente llamativo y que exigió mucha perseverancia. El Cowan era un hombre de una profunda convicción religiosa, de una piedad sencilla, que iba normalmente todas las mañanas a la Santa Misa en una Iglesia cercana del laboratorio. Hablábamos tanto de teología como de física, con toda familiaridad.
—Una vez un científico dijo: “Como yo no soy sacerdote, solamente soy científico, mi campo es distinto y no puedo vivir con esa fe”. Sin embargo, usted nos ha estado hablando de este gran científico, que era a la vez un gran creyente. ¿Nos podría deslindar estos campos? ¿Cómo se armonizan la ciencia y la fe?
P. M. Carreira: Lo primero que uno tiene que tener en cuenta es que la realidad es enormemente rica, enormemente compleja, y no basta un solo punto de vista para conocerla correctamente ni una sola metodología para estudiarla. Pongamos un ejemplo fácil de entender: yo tengo un libro de poesía sobre la mesa. ¿Quién me puede explicar ese libro de poesía? ¿Un físico? Él me dirá lo que pesa, el tamaño que tiene, su densidad su color, y nada más. Un químico me dirá de qué está hecho, de celulosa, que tiene un poco de carbono en las palabras impresas y nada más. ¿Quién me puede decir lo que hay allí de contenido de información, de belleza, de poesía? Ni el físico, ni el químico pueden decirme eso con respecto a ese libro por muchos experimentos y medidas que hagan. Si esto es verdad con respecto a una simple obra humana, tan sencilla como un libro, también es cierto cuando se trata del Universo. Puedo preguntar a un químico qué es el hombre y me puede decir que tiene típicamente en su cuerpo tantos gramos de carbono, tantos de oxígeno, tantos de calcio, de hierro, sodio, etc. ¿Es eso el hombre? Si me ponen todos esos elementos en una serie de frascos sobre la mesa ¿es eso un hombre? Es ridículo preguntarlo. El hombre es una realidad que no se explica en términos de física ni de química: hay que encontrar lo que le hace ser persona, capaz de preocuparse por encontrar la Verdad, la Belleza y el Bien, sujeto de derechos y deberes; y por eso, capaz de tener responsabilidades y de relacionarse con otros seres humanos a diversos niveles. El hombre es capaz de producir obras admirables tanto en la Ciencia, como en el Arte y en la Poesía. Todo esto queda en gran parte fuera del ámbito de la física y la química.
La realidad del Universo es parecida en cuanto que el físico y el astrónomo me pueden decir de qué están hechas las estrellas, qué temperatura tienen, pero si les pregunto por qué existe el Universo, no pueden dar ninguna respuesta. Esto lo admiten grandes físicos; uno de los mejores físicos del siglo XX —John Archibald Wheeler— dice que esta es la pregunta más profunda: ¿Por qué hay algo en lugar de nada? Un astrónomo, un físico, no puede responder. De modo que hace falta ampliar el campo de su conocimiento, para ir más allá de la física con preguntas metafísicas y todavía después preguntas finalísticas que terminan siendo preguntas teológicas.
—El Papa ha hablado mucho de ensanchar la razón. Precisamente teniendo esta mirada amplia, podríamos profundizar más sobre el Hombre, y no limitarnos a la concepción que muchos tienen de él, para quienes sólo es un homo faber, fabricador de instrumentos, pero nada más que un animal muy desarrollado. ¿Cuál sería la mirada completa y el concepto integral de la persona humana?
P. M. Carreira: La persona humana la definimos precisamente por la racionalidad, y la racionalidad se describe como la búsqueda de la Verdad, de la Belleza y del Bien. Si no se entiende esto no se entiende a la persona humana. Por la búsqueda de la Verdad se desarrolla la ciencia y la filosofía y todo conocimiento que se puede transmitir como cultura. Por la búsqueda de la Belleza tenemos el arte, la poesía, todo lo que hace apreciable nuestro entorno y hace la vida digna de aprecio. Ya en el hombre de las cavernas encontramos el deseo de Belleza, como demuestran las pinturas rupestres, por ejemplo de Altamira. ¿Por qué hacía el hombre eso? ¿Le servía para algo, para sobrevivir, para defenderse de las fieras, del frío? No. Y la búsqueda del Bien, que se da en las relaciones con otros, es la que determina el sentido de responsabilidad —la base de derechos y deberes— sin el cual no puede funcionar la sociedad humana. Ya el hombre primitivo realizaba enterramientos con esmero, y cuidaba enfermos. Lo sabemos porque se ha encontrado cráneos con una trepanación, que tenía que dejar al paciente incapacitado durante meses, y lo cuidaron de tal manera que esa cicatriz se cerró. ¿Por qué se hacía eso, y por qué se ponían cosas valiosas como ofrendas en la tumba? Es obvio que todas estas manifestaciones muestran como la persona humana es un ser cualitativamente superior a todos los seres que encontramos en el reino vegetal o animal.
—¿En qué momento de la evolución del ser humano, podríamos decir que se da el salto del animal al animal racional? ¿Y por qué ocurre?
P. M. Carreira: Si tratamos de buscar una respuesta que me diga “hace exactamente tantos años” es imposible encontrarla. No lo sabemos, porque de las épocas primitivas tenemos unos fósiles muy escasos en diversos lugares, con diversas formas, más o menos distintas, pero no sabemos si el dueño de los huesos era racional o no. Sabemos que son humanos si hay con los huesos algún objeto que tiene características de haber sido trabajado para una finalidad concreta, de haber sido decorado, algo que nos indica que allí hay una actividad que no es simplemente un instinto ciego. No sabemos cuándo ocurrió, pero las actividades artísticas o los objetos complejos, a base de combinar diversas piezas, como un arco o una flecha, nos prueban que allí había un ser humano.
¿Cómo se da el paso de vida no inteligente, no racional, a vida racional? Lo único que puede decirse de una forma lógica, es que hay que comenzar definiendo a la materia, y, por tanto, lo que puede hacer la materia. Un físico puede definir a la materia sólo por su actividad, y el físico acepta solamente cuatro formas de actividad, que son las cuatro interacciones: gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil. Nada más. Si hay algo que no puede atribuirse a esas fuerzas, no puede explicarse en términos materiales. ¿A cuál de esas cuatro fuerzas voy a atribuir las pinturas rupestres de la cueva de Altamira? No me sirve ninguna de ellas para explicar el arte. ¿A cuál de ellas voy a atribuir la convicción de que debo ayudar a un enfermo? No hay una respuesta lógica. Así tenemos que llegar a decir que la materia no basta para explicar la actividad humana.
—¿Es eterna la materia? ¿El Universo puede ser reciclado?
P. M. Carreira: Para poder dar una respuesta pongamos un caso concreto. Es obvio que el Universo contiene estrellas y la pregunta que se hace el físico es por qué brillan las estrellas. Como el brillar quiere decir que emiten luz y calor, tiene que producirlo algún combustible: una estrella es básicamente un horno en el que se quema algo. Una estrella puede durar hasta que se acabe su combustible. Da lo mismo que sea un combustible u otro, porque siempre será una cantidad limitada.
Si el Universo fuese eterno ya se habrían apagado todas las estrellas, porque en un tiempo suficientemente largo se agotan todos los combustibles. Hoy brillan estrellas, y se tiene que escoger como explicación o que el Universo no es eterno, o que hay que estar creando nuevas estrellas de la nada para compensar las que se van apagando. En el primer caso hay que decir que comienza a existir de la nada hace un tiempo limitado, y que fue creado en ese momento. En el segundo caso hay que explicar cómo aparece algo de la nada realmente. En física no hay respuesta dentro de sus leyes para que haya creación.
—Pero se podría hablar de un comienzo; creo que los físicos han marcado ese Big Bang como el momento inicial.
P. M. Carreira: Precisamente porque los físicos a partir del estado actual pueden inferir cómo eran los estados anteriores, llegan a un momento hace casi 14000 millones de años que marca una situación límite, toda la materia del universo junta en un volumen probablemente más pequeño que un átomo. ¿Por qué comienza a existir eso? La física no da una respuesta; hay que decir que el paso de nada a algo es lo que llamamos creación y en física no se admite que en fenómeno físico alguno se cree o se destruya totalmente algo, sólo se transforma. Entonces ¿qué hubo antes? La respuesta física es que no hubo antes, y tenemos ya un problema para quien quiere mantenerse sólo en el ámbito de la física.
—¿Cómo puede hablarse de un comienzo del tiempo y de toda la materia del Universo, hace 14 millones de años?
P. M. Carreira: Sólo la metafísica puede dar una razón, que es obvia: si hay que admitir un paso de nada a algo, como esto no es un proceso aceptable en física, hay que dar como razón la creación por una realidad no material, no sujeta a las leyes de la física, y esto es precisamente lo que nos dice la metafísica y la teología. La creación es el modo expresar que no había una etapa previa antes de la gran explosión.
—¿Coincide la comunidad científica en admitir en la actualidad la idea de creación?
P. M. Carreira: Creo que sí, y los que no quieren admitirlo tienen que apelar a un modo de hablar que se sale de los límites de la metodología científica: hubo algo antes pero no podemos conocerlo. ¿Cómo se sabe que lo hubo? No hay respuesta. Pero en física no aceptamos una hipótesis si no se puede comprobar con un experimento, por lo menos en principio, aunque falte en un momento dado la tecnología, necesaria. Pero una etapa anterior a esa explosión no puede comprobarse por ninguna tecnología, y por tanto suponerla como respuesta es hablar por prejuicios pero no utilizando el método científico.
—Durante muchos años la ideología marxista ha venido propagando esta idea de que la materia es eterna.
P. M. Carreira: Para los marxistas lo único que puede existir es la materia. Como ahora hay materia, tuvo que haberla siempre y no tienen respuesta para decir por qué hay algo en lugar de nada. No es la ciencia la que sostiene esto, es una ideología marxista de tipo filosófico apriorístico, que nada no tiene que ver con la ciencia.
—¿Qué valor tiene en todo esto el libro del Génesis? ¿Es un libro de ciencia, un libro de fe, o simplemente un libro poético? Algunos no aciertan a conjugar estos puntos de vista. ¿Qué nos podría decir sobre el libro del Génesis?
P. M. Carreira: En primer lugar, el libro del Génesis no enseña ciencia. Como decían ya escritores y teólogos antiguos, allí no se dice cómo es el cielo, sino cómo se va al cielo. La Biblia es un libro en el que con términos de la sabiduría vulgar de hace miles de años, se quiere expresar ideas importantes de tipo filosófico y teológico. La idea importante que se expresa es que todo cuanto existe es una realidad ordenada porque debe su existencia a un Dios que hace todo de una forma inteligente, para un fin, que es precisamente preparar la morada del hombre. Esto es lo que nos dice el Génesis de una manera poética, con la parábola de un padre que prepara la casa para sus hijos y lo hace todo ordenadamente. No es una manera desordenada de hacer las cosas, sino al contrario: se ponen primero las condiciones más básicas de un entorno adecuado, para luego embellecer y amueblar esa morada, para que finalmente pueda vivir allí al ser humano.
—En esta preparación de la morada, hay varias etapas de evolución. Durante mucho tiempo pareció que la Iglesia miraba la evolución con cierta prevención, como si fuese sólo una hipótesis, mientras que ahora ya se afirma que es un hecho. Dentro de esta evolución, ¿cuándo aparecería el espíritu del Hombre, el alma? Aunque antes ya hablábamos de cuándo empieza el hombre a ser Hombre.
P. M. Carreira: Primeramente, tiene que quedar claro que la iglesia aceptó la evolución, incluso para decir que podía aparecer la vida por generación espontánea. Esto lo sostenía Santo Tomás y los grandes teólogos de la Edad Media: que Dios había puesto en la materia las cualidades adecuadas para que, en el momento en que se diesen las circunstancias convenientes, la materia se estructurase para dar un ser viviente. Esto no se consideraba incompatible con la fe. Pero la teoría de la evolución se ha presentado no sólo como una explicación biológica de cómo ocurren cambios a lo largo de las etapas de la historia, sino como una filosofía en que se negaba el que hubiese ningún tipo de finalidad ni de cambio drástico al llegar al hombre. Esto es lo que no es compatible con la teología, porque si hay necesidad de un Creador para que exista el Universo, y de un Creador inteligente y libre, tiene que haber tenido una finalidad para crear. Eso exige la potencia infinita para crear de la nada, y la sabiduría infinita para escoger un universo adecuado para la vida y la vida inteligente. Negar esto no es ciencia: es postular una filosofía materialista como parte de la teoría evolutiva y a esto es lo que objeta la Iglesia. Pero no tenía ningún inconveniente en aceptar que Dios creó la realidad material dándole una serie de propiedades para que se desarrolle según leyes internas, incluso dando lugar a seres vivientes.
—Juan Pablo II, al dirigirse a la academia de científicos, decía que la Biblia da al hombre una mirada superior para conocer su destino. Pero queda una pregunta sobre este asunto que todavía. El primer hombre, Adán, ¿podemos decir que es el hombre de Neardenthal, el Homo Sapiens? ¿En qué momento se puede afirmar en un modo compatible con la teología?
P. M. Carreira: No se puede decir en qué momento, ni si sería el de Neardenthal u otro distinto. Lo único que se puede decir es que el primer hombre tenía que ser inteligente, si no, no era hombre. No nos importa en qué año fue ni cómo le llamamos. A la Iglesia eso no le importa. Lo único importante aquí es que el paso de vida no inteligente a vida inteligente exige la existencia de una realidad superior a toda materia previa y, por tanto, hay que admitir que del Creador procede esa realidad no material que es el alma humana.
—Sobre este asunto, ¿cuál es la teoría más válida, el monogenismo o el poligenismo? ¿Procedemos de una sola pareja o de varias? ¿Qué es lo que está más acorde con la teología?
P. M. Carreira: La biología no lo sabe. Se ha dicho incluso que hay razones para pensar que toda la humanidad actual tiene una única mujer como madre común, allá en la prehistoria antigua, y que si hubo otras mujeres no tuvieron descendencia que haya perdurado hasta ahora. Esto lo discuten los biólogos, y la Iglesia no ha dicho nada de eso. Simplemente la Iglesia enseña que la existencia humana se debe a una actividad de Dios que prepara la materia durante miles de millones de años, para que pueda finalmente unirse a ella el espíritu humano y formar el hombre; y esto no esta en contradicción con lo que dice la ciencia.
—¿Serían compatibles las dos teorías?
P. M. Carreira: Perfectamente compatibles.
—Sobre el Génesis también hay numerosas preguntas. Hay un libro que se titulaba “La Biblia tenía razón”, que quería sacar concordancias entre la ciencia y la fe bíblica. ¿Esa lectura en la actualidad es aceptable o habría que mirar las cosas de otra manera?
P. M. Carreira: Hablando del Génesis, el Papa Juan Pablo II, en 1988 escribió una carta al director del observatorio del Vaticano, un padre jesuita, donde le decía: “Si la cosmología del Cercano Oriente hace miles de años, pudo utilizarse para expresar lo que es el ser humano y su relación con el universo y con Dios en el Génesis, ¿podría hoy la ciencia servir para ayudarnos a comprender la creación?”. Y la respuesta es sí, puede. Pero no va a haber una correspondencia directa entre una presentación más o menos poética como tiene el Génesis y las frases de la ciencia astronómica y cosmológica. Por ejemplo, uno puede preguntar, si al principio nos dice Dios que crea la luz, pero todavía no había sol ni estrellas, tal vez eso indique lo que la ciencia afirma del comienzo del Universo, que hubo una temperatura elevadísima que produjo luz. No es eso lo que hay que buscar para en la concordancia de la teología y la ciencia: lo que hay que buscar es el contenido filosófico y teológico del concepto de creación.
Hay una serie de etapas que se pueden describir de distinta manera, pero que son modos cada vez más concretos de preparar la morada del hombre: esto es lo que nos enseña el Génesis con su modo de hablar primitivo. Primero hay que tener luz para después preparar un sitio adecuado, no cubierto de agua. Se pondrá una barrera a las aguas para que no invadan el terreno donde se quiera construir. Se necesita luego posibilitar la vida con plantas para los animales, y cuando todo está preparado entonces se puede crear al hombre. Todo esto, dicho de una forma sencilla y poética, es correcto, pero no cambia si la ciencia me dice que primero hubo células que eran animales microscópicos y no plantas. La Biblia está escrita en un lenguaje adecuado para aquellos para quienes se escribía (que no conocían el microscopio). El mensaje sigue siendo el mismo.
—¿Podríamos hablar de vida inteligente en otros lugares? ¿Cuáles son las condiciones de la vida, de acuerdo con el Génesis? ¿Se está hablando de otras posibilidades?
P. M. Carreira: El Génesis sólo habla de lo que conoce el escritor y es que hay vida acá en la Tierra. Para ellos las estrellas no eran soles, eran una decoración más o menos bonita en una bóveda relativamente cercana a nosotros y eran como lámparas nada más. Hoy conocemos algo de la inmensidad del Universo y que cada estrella es un sol que puede tener planetas a su alrededor: ya se ha encontrado información suficiente para descubrir indirectamente más de 200 planetas fuera del sistema solar. ¿Puede alguno de esos planetas tener condiciones para la vida? Sí. ¿Puede haber aparecido vida? Sí. Sabemos con bastante probabilidad en qué condiciones pueden aparecer, pero no sabemos de ningún sitio con esas condiciones. Y si lo supiésemos tampoco podríamos inferir que hay vida de hecho. Por ejemplo, en la Tierra, los primeros 3 mil millones de años de vida había sólo microbios, pero no podemos saber todavía si hay microbios en otros planetas lejanos. Hablar de vida fuera de la Tierra no es más que echarse a adivinar: no hay información concreta que nos permita hablar ni siquiera de microbios, mucho menos de vida inteligente.
—¿Qué relación hay entre materia, Universo, sistemas, y ser humano?
P. M. Carreira: Hay datos que conviene mencionar, porque frecuentemente no se conocen, aunque es la ciencia la que nos da razones para encontrar relaciones profundas. ¿Por qué es el Universo como es y no de otra manera? ¿Con tanta masa y no más o menos? ¿Por qué la fuerza electromagnética es 137 veces más débil que la fuerza nuclear? ¿Por qué hay dos tipos de carga eléctrica? ¿Por qué el protón, con carga eléctrica positiva, pesa 1836 veces más que el electrón con carga negativa de igual valor? Estas preguntas las hacen los físicos y para encontrar una respuesta calculan qué consecuencias tendría el cambiar tales números. Supongamos que el electrón en lugar de ser 1836 veces más ligero que el protón fuese 2000 veces. Se calculan las consecuencias: no podría haber bioquímica adecuada para la vida inteligente. Si en el Universo hubiese 10 veces más masa de la que hay, no podría haber vida inteligente. Si no hubiese dos maneras distintas de relacionarse las cargas eléctricas, sino una, no podría haber vida inteligente. Una y otra vez cuando se busca una explicación de por qué el Universo es como es, se llega a la conclusión de que si fuese un poco distinto no podría haber vida inteligente. Esto no lo han dicho teólogos o filósofos: son cálculos hechos por científicos. Termina entonces la ciencia diciendo: parece que el Universo tiene una cantidad de propiedades que no tienen otra justificación sino aceptar que el Universo esta ajustado con toda precisión para que funcione de tal modo que pueda haber vida inteligente.
—Si se acepta esto, el principio antrópico, y el hecho de que el Universo esté en función del ser humano, ¿cómo se preparó la materia para nuestro cuerpo?
P. M. Carreira: Hay que aceptar miles de millones de años de evolución, para que las estrellas —que son reactores nucleares— preparen la materia adecuada. Si no hubiese habido esa evolución, el Universo sería solamente hidrógeno y helio, y con eso no se puede hacer un cuerpo viviente. La Tierra es un planeta hecho de cenizas de estrellas y el cuerpo humano está hecho de cenizas de estrellas, que tuvieron que existir durante miles de millones de años para que nuestra existencia sea posible hoy. Una vez más la existencia del ser humano está en relación con el Universo, tiene que haber habido una enorme amplitud de espacio y tiempo para que nosotros existamos.
Llegamos entonces al ser humano en el planeta Tierra y encontramos que nuestro planeta es la joya del sistema solar, el único en que durante miles de millones de años se ha podido dar el agua en estado líquido (sin la cual no puede haber vida de ningún tipo en ninguna parte) y que tiene además las características adecuadas para mantener una temperatura prácticamente constante durante miles de millones de años. Así fue posible la evolución, que preparó la materia que constituyen las células sencillas de los microbios en los 3000 millones de años iniciales; son luego algas microscópicas las que dan a la atmósfera el oxigeno, y éste permite luego que se desarrollen seres visibles a simple vista. Hubo catástrofes que eliminaron más del 90% de todas las formas vivientes, y la última de ellas eliminó a los dinosaurios —que predominaron en la fauna terrestre durante 150 millones de años— permitiendo entonces el desarrollo de mamíferos hasta que aparece finalmente el ser humano.
—¿Tendríamos entonces que aceptar que los procesos físicos que han permitido la evolución en el Universo están relación con el hombre?
P. M. Carreira: Efectivamente. Pero si se quiere decir que eso significa que ahora los astros influyen en nuestra vida, y que lo que nos ocurre depende de cuando uno nace y de los signos del zodiaco, no, eso es una tontería prehistórica. Es increíblemente estúpido que hoy, en el siglo XXI, se le esté haciendo caso al horóscopo, porque tiene más efecto sobre la persona la fuerza gravitatoria de un camión que pase cerca que la del planeta Marte allá donde está. Siempre que se ha querido comprobar si hay alguna relación entre los signos del zodiaco y lo que una persona es, ha dado como resultado que nos hay relación alguna.
—Recientemente se observa una preocupación por el calentamiento del planeta, incluso hay toda una cruzada encaminada a que la humanidad se movilice para evitar toda suerte de cataclismos. ¿Qué nos dice la ciencia? ¿Hay razones para alarmarse? ¿Qué deberíamos hacer?
P. M. Carreira: Lo primero que hay que tener en cuenta es que el planeta Tierra ha pasado por muchas épocas de distinta temperatura, por razones astronómicas, por impactos de cuerpos venidos del espacio (como el que terminó con los dinosaurios), por actividad volcánica, por los movimientos de continentes que cambian las corrientes marinas: todo esto ha cambiado el clima terrestre mucho antes de que venga el hombre. Hoy se habla de que hay mucho anhídrido carbónico en la atmósfera y que eso produce un calentamiento. La ciencia, por medidas de terrenos antiguos, conoce el clima en épocas muy anteriores al ser humano, y qué cantidad de anhídrido carbónico tenía la atmósfera. Durante un periodo muy largo de tiempo se dio una época glacial, de hielo cubriendo la mayor parte del planeta, cuando más anhídrido carbónico había en la atmósfera. Ha habido periodos de calentamiento seguidos de periodos de enfriamiento pero, no sabemos bien por qué.
En titulares llamativos se dice que en toda la historia humana nunca hubo una época tan caliente como la actual. Eso es falso, porque tenemos pruebas históricas de que desde el año 800 al 1300, cinco siglos, la temperatura era varios grados superior a lo que es hoy y se llama a esa época, la época optima del Medioevo, porque floreció la agricultura. Groenlandia, en vez de estar cubierta por glaciares, tenía vegetación que justificó su nombre: tierra verde (Green land). Ahora se habla del calentamiento como debido al hombre, pero entonces no había automóviles, ni centrales de carbón echando humo a la atmósfera y la temperatura era varios grados superior a lo que es hoy. Vino luego un periodo de enfriamiento desde el siglo XVII hasta fines del XIX. A partir de 1900 hasta 1940 aumentó la temperatura, en ½ grado, y esto era antes de que hubiese tantos automóviles, centrales de carbón, etc. Desde 1940 a 1975, con muchas más fuentes de contaminación, se enfrió el planeta hasta tal punto que en 1977, una publicación de la Academia de las Ciencias de los Estados Unidos, dijo que estábamos probablemente comenzando una época glacial; esto hace 30 años que se dijo con toda esta clase de detalles.
Vino luego otra vez un periodo de recuperación, de elevarse la temperatura un poco, hasta el año 2000, sin cambio apreciable desde entonces. Resumiendo: ha habido épocas en que antes de que aumentase la cantidad de anhídrido carbónico de una forma importante había calentamiento, y hubo épocas en que con cantidad de anhídrido carbónico muy superior a las de hoy hubo enfriamiento. La actividad humana puede causar un calentamiento extra, pero no es la razón única ni probablemente la más importante. Hay que ver las cosas en su contexto y decir que la actividad humana puede hacer que un calentamiento por causas naturales ocurra más rápidamente y sea peor el efecto, y hay que actuar responsablemente, pero no se puede decir sin más que la actividad humana sea la causa única o principal del calentamiento que ahora se observa en períodos cortos de tiempo.
—¿Cuánta energía le queda al sol, cómo terminará, cómo es la perspectiva sobre la evolución del universo?
P. M. Carreira: La perspectiva no es como para preocupar a nadie hoy. El sol evoluciona, pero todavía tenemos bastantes millones de años de tranquilidad por delante. Tal vez dentro de 500 millones de años el sol dará tanto calor que la Tierra dejará de ser habitable. Lo que ocurra dentro de 500 millones de años no me va a preocupar a mí, y creo que a ninguno de los oyentes le va a preocupar tampoco. Sin embargo aun científicos muy serios terminan diciendo que todos los cálculos que uno puede hacer basados en la ciencia indican que —a muy largo plazo—, el Universo será una colección de cuerpos oscuros y fríos, sin posibilidad para condiciones de vida en ninguna parte. Será dentro de miles de millones de años, pero el resultado no puede ser otro. Entonces la pregunta lógica, referida a toda la humanidad, es qué sentido puede tener decir que el Universo se hizo para el Hombre si todo luego se deshace y el Hombre ya no puede existir. Naturalmente, si uno sólo ve la evolución material según las predicciones científicas, no hay respuesta lógica. El conocido y respetado científico Steven Weinberg, en el libro Los Tres Primeros Minutos, después de hablar del origen del Universo, habla de su evolución hacia el fin, y termina diciendo: “Cuánto más entendemos al Universo, cuánto más lo conocemos, más absurdo parece”. Porque hacer un Universo maravilloso, para que funcione dando lugar a tantas cosas bellas, para luego destruirlo todo, es absurdo. Y quienes quieren salvar esta objeción afirmando que el Universo se recicla no salen de lo absurdo, porque si algo se hace mal una vez, no se arregla con decir que deja de estar mal si se hace muchas veces lo mismo: si el Universo no se justifica porque exista una única vez y se destruya, no se justifica porque se vuelva hacer y destruirse una infinidad de veces. El Universo necesariamente termina por agotar todas las fuentes de energía.
—¿En qué sentido se puede comprender la idea de reencarnación en el mundo Hindú, o el concepto que han tenido también muchas culturas del eterno retorno de los ciclos, y para nosotros la resurrección?
P. M. Carreira: Primeramente, la gente que tiende a aceptar la idea de reencarnación como una solución, debería tener en cuenta que en la filosofía de la India, la reencarnación es un castigo para quien no ha vivido adecuadamente: se le obliga a vivir de nuevo hasta que lo haga bien y entonces deja de existir, de modo que la reencarnación no soluciona nada. La reencarnación es peor que dejar de existir.
Sólo en una idea de inmortalidad basada precisamente en un espíritu humano que no es materia, y en una teología en que se nos dice que el plan de Dios es que existamos con Él ya sin límites de espacio y tiempo, solo en esa visión teológica deja de ser absurdo el Universo. O el universo me da la existencia para siempre o no vale la pena, porque los dinosaurios duraron 150 millones de años como reyes de la Tierra, probablemente más de lo que será toda la existencia humana, pero a nadie le importa hoy lo que hizo un dinosaurio: han terminado siendo nada más que unos fósiles. Por mucho que exista el ser humano, si al final se destruye, no vale la pena haber existido. Hay que hablar en términos filosóficos y teológicos, diciendo que quien nos crea como superiores a la materia, con un alma espiritual que no puede morir, nos da también un destino que es superior al de la materia.
—¿Cómo podríamos entender la resurrección de Cristo y también nuestra propia resurrección? ¿Cómo resucita la materia?
P. M. Carreira: Ahí estamos hablando ya saliéndonos de los datos científicos, porque no se puede saber en un laboratorio qué sucede cuando un cuerpo resucita. Lo único que podemos decir es que para existir el ser humano tiene que existir como es, alma y cuerpo. Cómo lo hace Dios, no vamos a entenderlo porque no entendemos a la materia y no entendemos tampoco el tiempo y no podemos entender una existencia fuera del tiempo. Pero eso no debe asombrarnos, porque si no me entiendo a mí mismo y no entiendo a la materia como científico, pobre sería Dios y su plan si lo midiese por lo que entiendo. Hace falta una especie de humildad realista: entendemos muy poco lo que somos y entendemos muy poco qué es la materia.
Lo único que uno puede decir científicamente es que lo que nos dice el evangelio de Cristo resucitado es compatible con un cuerpo verdaderamente material, pero que existe ya de una manera nueva, de una manera en que no hay límites de espacio y tiempo. Eso es lo que nos promete la teología aun para nuestra propia resurrección, pero como no entendemos a la materia en el laboratorio donde una partícula puede ir de un lugar a otro sin pasar por el medio, donde una partícula puede estar en varios sitios al mismo tiempo, donde las partículas no son distinguibles entre sí, todo esto me hace pensar que debo ser prudente antes de dictaminar que lo que me dice el evangelio de Cristo resucitado es imposible, que es incompatible que con que eso sea de veras materia. No, no es incompatible.
—El milagro: ¿Cómo es compatible la ciencia, con sus leyes fijas dadas por Dios, con el milagro que va contra ellas, sobre todo en la resurrección, la gran prueba de credibilidad?
P. M. Carreira: Quienes objetan a la idea del milagro suelen objetar diciendo que si se acepta que puede haber milagros se viene abajo la ciencia, porque entonces uno nunca sabe lo que va ocurrir y la ciencia necesita ser capaz de predecir lo que va a ocurrir. A eso yo respondo con un sencillo experimento: ¿Puede la ciencia predecir con certeza si dentro de 3 segundos este lapicero va estar sobre la mesa, porque lo dejo caer, o no? Es obvio que la ciencia no puede predecirlo. Pues si la ciencia no puede predecir mis acciones libres, no es extraño que no pueda predecir las acciones libres de Dios. Pero la ciencia no se viene abajo por no poder predecir qué haré yo, ni tampoco por no predecir que va a hacer Dios.
El milagro no es una actividad arbitraria de Dios, para estorbar a los científicos: se hace en un contexto claramente religioso, para mostrar que Dios puede libremente hacer lo que va más allá de la actividad normal de la materia. No hay problema lógico en eso. Pero el milagro tiene que servir como prueba de acción divina, y tiene que ser algo externo, observable por creyentes o no creyentes, y por tanto no se puede llamar milagro a cualquier cosa que yo no entiendo o que es solamente de orden psicológico, como una visión, aunque sea de origen sobrenatural. Solamente lo comprobable experimentalmente puede ser milagro apologético que lleva a la fe y es aceptable para una canonización.
—¿Puede contarnos algún milagro, que sea bien palpable, de los tiempos modernos?
P. M. Carreira: Hay uno muy famoso bien atestiguado históricamente que debe satisfacer a cualquiera, el milagro de Calanda en España, en el siglo XVIII. A un joven que trabajaba en el campo, un carro cargado de cosas de labranza le pasó por encima de la pantorrilla, le deshizo el hueso, tuvieron que apuntarle la pierna, por debajo de la rodilla y después de unos dos años y dos meses, si no me falla la memoria, se acostó con una pierna y a los 15 minutos se despertó con las dos. Fue un caso que se hizo famoso en todo Europa; el rey mismo en Madrid pidió que fuese a verlo este joven y así fue, después de un juicio eclesiástico y otro civil, para estar seguros de que no había engaño, que no había fraude de ningún tipo. Testificaron los médicos que le habían amputado la pierna, y centenares de personas que le vieron con el muñón y sólo con una pierna durante años pidiendo limosna. No hubo otra forma concluir nada sino que ese milagro así fue.
Esto tiene todas las credenciales históricas y como única explicación hay que aceptar una acción de Dios, porque no ha ninguna posibilidad de explicar por ley física alguna que una pierna que estaba enterrada en el huerto de un hospital hacía dos años aparezca de nuevo, viva, unida al muñón, que tenía todavía las cicatrices de donde se la habían amputado.
Los milagros de Cristo también tuvieron que ser perfectamente demostrados para cambiar la mentalidad de los apóstoles y hacerles aceptar que aquel hombre era verdaderamente el hijo de Dios. Tuvieron que ser convencidos —diríamos, a la fuerza— de la realidad de la resurrección y terminaron afirmándola claramente como la base de su fe, aunque les costó la vida: “Nosotros, que comimos y bebimos con Él, después que resucitó de entre los muertos, damos testimonio de lo que hemos visto y de lo que tocamos con nuestras manos”. No tiene sentido que ellos se dejasen matar si no hubiesen visto lo que vieron y tocado lo que tocaron. El Cristianismo no se basa en cuentos, se basa en hechos históricos y estos finalmente tienen que tener como criterio de la divinidad de Cristo a sus milagros. Él lo dijo explícitamente: «Si yo no hubiese venido y no hubiese hecho cosas que nadie jamás ha hecho, no tendríais pecado en no creerme: pero las hice, y las visteis y no queréis creer. No tenéis ninguna excusa.»
—He leído en uno de sus libros que «El Universo sin María sería vacío», ¿cómo habría que entenderlo?
P. M. Carreira: Esa frase que suena poética y lo es, tiene un sentido real porque nosotros somos cristianos y vemos nuestro destino eterno en términos de la Encarnación. Dios se hizo hombre y eso es lo que da sentido al Universo y a nuestra vida y lo que nos da esperanza. Pero el hacerse hombre dependió de un SÍ que dijo María cuando el ángel le propuso el plan de Dios. De no haber dicho que sí, podríamos decir que el Universo no tendría sentido, porque no hubiese ocurrido esa transformación en algo divino que ha tenido la materia cuando Dios se hizo hombre. Todo el universo está hecho para que finalmente el Hombre perfecto sea también Dios y la materia llegue al mismo trono del Creador. Y la materia divinizada del Cuerpo de Cristo le fue dada por María.
—En un programa de televisión se ponía en duda la Asunción, en forma burlona, como si al morir María se fuese, volando, al cielo. ¿Qué le diría al director de ese programa?
P. M. Carreira: Que no haga afirmaciones pueriles y tontas. Nadie dice en teología que para ir al cielo se va por ahí volando, o en un avión. Lo único que el dogma de la Asunción nos dice es que la transformación del ser humano —que lleva a que deje de existir en el espacio y en el tiempo— ya ha ocurrido con María. Ella, en cuerpo y alma, existe de la misma manera que Cristo existe en cuerpo y alma, unido a la divinidad, en una forma nueva de existir que no ocurre ni en el espacio ni en el tiempo, que es un modo de existir propio de Dios y del espíritu.
—Para terminar, podría comentar como colofón de todo lo que ha dicho la siguiente frase que Juan Pablo II nos dejó en su encíclica “Fides et ratio” (La Fe y la Razón): «La fe y la razón son como dos alas con las cuales podemos volar a la búsqueda de la verdad completa.”
P. M. Carreira: Nunca la fe me pedirá que yo deje de ser racional, nunca la fe me dirá que crea en algo absurdo, y la razón nunca me dirá algo que contradiga a mi fe. Son dos maneras independientes pero complementarias de aceptar la realidad del plan de Dios. La fe se llama en teología un obsequio racional, porque nuestra razón acepta la verdad infinita de Dios, aunque nos supera. Y la teología no es una invención de meras ideas humanas: es el esfuerzo filosófico, racional, de profundizar en el contenido de la Revelación, conocido por la fe. Sólo así podemos verdaderamente acercarnos a Dios