Las características de ambos personajes ejercen un tira y afloja que hace realmente interesante observar lo ridículo que resulta hacerse mayor, digo ridículo porque muchas de las creencias que tienes cuando desempeñas el papel de hijo dejan de tener sentido cuando pasas a actuar como padre.
En esta obra de teatro ocurre también algo muy curioso, y es que el entorno en el que se desarrollan la escenas cambia constantemente, lo que provoca matices en las características de los personajes, que a la postre suponen alteraciones en el devenir de la obra. Por ejemplo, hoy en día la situación acomodada y de abundancia de la sociedad occidental ha provocado que los padres sientan la obligación de borrar de la memoria de sus hijos lo duro que resulta vivir cuando no se tienen ciertas cosas tan cotidianas hoy en día y que nos aportan tanta comodidad. Esta buena intención ha modificado aspectos fundamentales de la sociedad y está jugando una baza complicada en la que corremos el riesgo de encontrarnos lo que estábamos intentado evitar: el malestar de nuestros hijos.
El esfuerzo ha sido el hormigón sobre el que se ha construido el progreso humano, sin él nada de lo que tenemos existiría. Viviríamos en un mundo totalmente diferente donde faltarían cosas tan importantes como la voluntad humana. Ocurre que el esfuerzo es incómodo, no es algo que apetezca. Conscientes de ello, la memoria de sufrimiento de los padres lucha para evitar esta incomodidad a sus hijos, y en esa noble lucha les impiden experimentar el placer de conseguir las cosas por uno mismo. En esa pelea por dar lo que uno no ha tenido, se quita al otro el derecho a comprender cómo funciona el mundo. Un mundo en el que quien algo quiere, algo le cuesta. Es el mercado de canje en el que vivimos, y en el que la moneda de cambio está representada por el esfuerzo. Si borramos el esfuerzo de escena ocurrirá que la persona nunca entenderá lo que ello supone, todo parecerá fácil, que las cosas están ahí porque sí, porque yo las necesito y nada más, con la falsa creencia de que cuando quiero algo simplemente tengo que reclamarlo, porque si algo me han enseñado, es que tengo el derecho a todo sin dar nada a cambio. Resulta complicado de entender cuando observas la escena desde el público.
Pensad en cómo nos comportamos cuando algo nos cuesta mucho, siempre pongo el ejemplo de los gimnasios. Si quieres cumplir ese gran propósito de ir al gimnasio, vete al más caro que te puedas permitir, este hecho modifica tu comportamiento porque no ir supone perder un dinero que es muy difícil de ganar. Como éste, se me ocurren mil ejemplos en los que la sensación de perder un dinero símbolo del esfuerzo nos duele enormemente. Y cuando lo pienso me pregunto: ¿le vamos a robar esta sensación a nuestro hijos?.
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