Y ahora Holland estaba en la habitación de Rhy. ¿Debería estar ahí? ¿Quién lo había dejado pasar?
“¿Donde esta Gen?”, se preguntó Parrish al volver a su puesto frente a la puerta, No tenía intención de escuchar a escondidas, pero había una pequeña abertura entre el lado izquierdo y el derecho de la puerta, y cuando volvió la cabeza ligeramente, la conversación le llegó a través de la rendija.
-Disculpa mi intromisión -llegó la voz de Holland, uniforme y baja.
-Ya he estado con tu padre por negocios -dijo Holland-. Vengo a verte por otro motivo.
Las mejillas de Parrish se sonrojaron debido al tono seductor de Holland. Quizá sería mejor abandonar su puesto que seguir escuchando, pero se quedó quieto y oyó cómo Rhy se dejaba caer en su asiento almohadillado
-¿Y de qué se trata? - preguntó el príncipe, imitando el tono seductor.
-Falta poco para tu cumpleaños, ¿no es cierto?
-Sí, está a la vuelta de la esquina -respondió Rhy-. Deberías venir a las celebraciones, si tu rey y tu reina pueden prescindir de ti.
-No podrán, me temo -contestó Holland-. Pero ellos son el motivo por el que he venido. Me han pedido que te entregue un obsequio.
Parrish pudo escuchar que Rhy dudaba.
-Holland -dijo, con el sonido de los almohadones desplazándose cuando se inclinó hacia delante-, conoces las reglas. No puedo aceptar…
-Conozco las reglas, joven príncipe -lo tranquilizó Holland-. En cuanto al obsequio, lo elegí aquí, en tu propia ciudad, de parte de mis amos.
Hubo una larga pausa, seguida del sonido de Rhy poniéndose de pie.
-Muy bien -dijo.
Parrish oyó cómo el paquete pasaba de una mano a otra y lo abrían.