Fuente: blogdelespacioannafrank.blogspot.com No sé dónde, ni de quién, escuché por primera vez eso de que Honduras es un país de novela sin novelistas. Si bien es cierto la producción de novelas en nuestro país es muy baja (del 2012 no recuerdo ninguna, por ejemplo), algunos títulos están ya en nuestra historia literaria para negar la validez de la frase. Pero lejos de ponernos a repasar la lista de las novelas que podrían constituir un posible canon de la novela nacional, detengámonos un momento a pensar en lo que sugiere exactamente la frase en cuestión. En primer lugar, que Honduras es terreno fértil para la creación de ficciones. En segundo lugar, que los escritores de este país desaprovechamos esa afortunada circunstancia. ¿Qué hace que Honduras sea un lugar propicio para la ficción? Quizá el hecho de que la realidad sea tan abrumadora, tan abundante en particularidades que la hacen materia maleable a la hora de trasladarla a una pantalla de computadora o a una hoja de papel. Pobreza, hambre, injusticia, desigualdad social, fanatismo político y religioso, inseguridad, violencia y muerte, todo en un cóctel que tragamos a diario y que, según el tópico citado al principio, los escritores hondureños dejamos pasar como si nada. Es muy fácil comparar y decir, por ejemplo, que qué enorme diferencia la que existe entre Honduras y cualquier otro país en materia literaria. Es fácil preguntarse cuántas novelas han surgido luego del Golpe de Estado de 2009 (para citar sólo el más reciente de nuestros acontecimientos históricos más importantes), y responderse inmediatamente que ninguna. Sin embargo, las razones existen para explicar esta situación. La principal quizá sería el hecho de que a cualquier escritor hondureño (o centroamericano o de cualquier otro país subdesarrollado) le resulta extremadamente difícil, sobre todo por las necesidades económicas, dedicarle el tiempo necesario a sus inquietudes literarias y en la mayoría de las veces las circunstancias de su vida lo obligan a relegar a un segundo plano su vocación artística. No se trata de buscar justificaciones para explicar la escasez de novelas en un país tan propicio para la escritura de novelas, porque, al fin y al cabo, no todas las novelas, hondureñas o extranjeras, desconocidas o famosas, fueron escritas en las mejores condiciones para el novelista; tenemos el caso, por ejemplo, de Günter Grass, que escribió El tambor de hojalata durante un invierno terrible en una buhardilla parisina, sin calefacción y aquejado por problemas económicos. La verdad es que un escritor –un novelista, en este caso- no debe prestar demasiada atención a sus condiciones de vida para decidirse a escribir una nueva novela; deberá lidiar, en cambio, con las circunstancias y buscar acomodar, de alguna manera, su vocación y su ímpetu a esas circunstancias. Está claro que, si de “circunstancias” hablamos, Honduras está lleno de ellas; y precisamente por eso es que se le puede considerar terreno propicio para la escritura de ficciones. Quizá si los escritores hondureños asumiéramos de una vez por todas las desventajas que nuestro tiempo y nuestro espacio nos imponen podría empezar a surgir entre nosotros una nueva narrativa, una narrativa despojada, finalmente, de complejos e insertada en las nuevas corrientes de la novelística mundial.