País Vasco, Parte 2: Conociendo Bilbao a través de su gente…

Por Arielcassan

Soy de los que piensan que la mejor manera de conocer un lugar es a través de la gente que vive allí: los locales.
No creo que hagan falta gruesos libros o guías de turismo, costosas excursiones o buses doble piso para visitar una ciudad.

Todos esos te llevan por los monumentos, iglesias y museos más famosos, nombrándote toda una serie de personajes y fechas que jamás podrás recordar un corto tiempo después. ¿Qué sentido tiene para un turista ordinario saber quién fundó cada edificio, quién fue el arquitecto, en que año lo diseñó, etc? Algunos datos están bien, pero ¿es realmente eso lo que esperamos aprender al viajar?

De hecho, ¿no es una crítica similar a la que se le hace a la educación académica, pero llevado a los viajes?
A veces, me da la impresión de que el turismo organizado es a los viajes lo que un pesado libro de historia es a la educación. Algo que debería ser un placer como viajar o aprender, termina siendo subir y bajar de buses para sacar fotos o léerse a disgusto un manual entero, respectivamente.

Enfocándonos en los viajes, es más probable que en vez de todas esas fechas, recuerdes de la excursión mucho más al chofer divertido o una charla que tuviste con unos extranjeros… Es decir: ¡gente!

Con esto no quiero decir que no vale la pena salir de viaje y conocer nuevos lugares. Todo lo contrario. Sólo digo que la gente de un lugar es quizás tan o más importante que los museos, iglesias y monumentos de la ciudad.

Llegué a Bilbao principalmente para visitar a 2 amigas que había conocido en Paris hacía más de 2 meses atrás: Janire y Nagore.
¿Se preguntarán que nombres son esos? Jeje ¡Nombres vascos, por supuesto!

Janire y Nagore

Con ellas tuvimos una amistad particular. Compartimos habitación en el hostel de Paris con otras dos chicas (si si, la pasaba mal yo, jeje) y aunque no coincidimos ningún día de paseo por la ciudad, desayunábamos cada día los tres juntos, nos juntábamos a la noche y salimos varias veces a comer o tomar algo también.
Tras esos días, se convirtieron en fieles seguidoras de la Odisea, comentando post a post durante todo el viaje, casi tanto como mi propia familia.

Con Janire y Nagore en Paris, disfrutando unos crèpes fabulosos

Hecha la correspondiente introducción y los merecidos agradecimientos, volvemos a Bilbao.

Con mis excelentes guías locales, salimos a recorrer la ciudad. No había visto ni leído nada de esta urbe vasca y lo único que sabía es tenían como icono uno de los mundialmente conocidos Museos Guggenheim, siendo este particularmente famoso por su diseño vanguardista. Mi idea era apreciarlo sólo por fuera. ¿El motivo? No me considero un gran fanático (o intérprete) del arte moderno y la entrada no era para nada económica.

Descartado ese museo y otros más de su tipo, mis amigas vascas me llevaron a conocer algunos rincones no tan conocidos de su ciudad, y en vez de escuchar sobre historias de batallas y reyes, ocupé mi memoria en otras historias como las tradiciones de la gente de la zona y sus propias anécdotas en cada lugar.

Las tradiciones vascas pueden ser bastante curiosas, y en las fiestas patronales de cada pueblo no es raro que la gente practique desde estrambóticos gritos para avisarse cosas desde un lado a otro de un valle (el llamado “irrintzi”, reemplazo vasco de las señales de humo) hasta insólitos juegos con animales muertos (por ejemplo, colgar un pato de una soga y aferrarse al cuello a ver quién aguanta más tiempo sin que el cogote se rompa). ¿Divertido, no?

Como es costumbre en el País Vasco, comenzamos la noche yendo a comer pintxos, así que aprovecho para contar de que se trata esta costumbre tan local que dejé pendiente en el post anterior.

Los pintxos (grafía vasca para “pinchos”) son simplemente una rebanada de pan con algún tipo de comida arriba, generalmente jamón, pescado, tortilla de papas (patatas), etc.
Habitualmente, se los une a través de un palillo vertical y se supone que de allí viene el nombre de “pincho”.

Pintxos vascos. Fuente: Wikipedia

Al entrar a un bar de pintxos, se expone ante nosotros toda una gran variedad de platos en la mesada, sin nombre ni precio alguno. Se pide uno vacío y uno se comienza a servir. El turista que desconoce la costumbre local cometerá la locura de querer pagar por lo que se sirvió (y lo digo por propia experiencia).

“¡No. Se paga después!”
“¿Y entonces cómo sabe el mozo que es lo que uno consumió?”
“No lo sabe. Es una cuestión de confianza. Tú le señalarás luego lo que consumiste y él te dirá lo que tienes que pagar”
Confianza en el consumidor… Mmm, ¡qué extraño suena eso!

Pintxos vascos. Fuente: Wikipedia

Para los que hayan escuchado hablar de las “tapas españolas”, son algo similar pero no igual, y ya contaré de eso en el próximo post madrileño.

Para acompañar estos bocadillos, pregunté que era lo más típico en el rubro bebidas. Y la respuesta fue: “tienes que probar el kalimotxo”.

Más allá de cuestionar porqué cada palabra tiene que escribirse con “tx” (que ya lo contaré también, tengan paciencia), mi mano se encontró de repente sujetando un vaso con una combinación que sería considerada un sacrilegio por más de uno: vino de la casa con Coca, servido frío con bastante hielo.

Noche de kalimotxos

Tras las degustaciones gastronómicas que siempre son buena parte de la visita a cada lugar, la noche terminó muy divertida, en un boliche donde los barman se empeñaron en testear nuestros límites sirviendo e invitando a rondas de tequila, aguardiente y (por mi desconocido) vodka negro.

¿Seis tequilas? ¡Pero somos sólo 3!


Bailando con pura pasión... ¿Será por los tequilas?

Al día siguiente me esperaba una sorpresa. Al parecer, tuve la suerte de llegar a Bilbao para la “noche blanca”, que sería algo así como la “noche de los museos“, con espectáculos en las calles, proyecciones en edificios emblemáticos y claro está, el Guggenheim gratuito.

Como les dije, no soy un fanático del arte moderno, pero dada la situación única, decidí darle una oportunidad. Así que con una chica canadiense del hostal, casualmente estudiante de arte, nos fuimos directo para el museo.

El Museo Guggenheim


Puppy, el perro hecho de flores en la puerta del museo

Ya me imaginaba todos los cuadros con figuras abstractas imposibles de interpretar y una colección de pavadas que sólo aquellos que se la dan de excéntricos pueden elogiar.

No voy a negar que un poco de eso había, pero el Guggenheim me sorprendió con unas colecciones bastante interesantes. De hecho, y como tengo la costumbre en cada museo que visito, pude llevarme anotados el nombre de un par de cuadros que me gustaron.
Una visita que valió realmente la pena, pese a mi actitud reacia inicial.

Las célebres órdenes de la noche. Ansalm Kiefer. Museo Guggenheim

Las proyecciones y los espectáculos de esa noche también estuvieron bastante bien. Sobre todo, porque Bilbao es de esas ciudades que de día no fascinan de entrada, pero de noche son realmente hermosas por la iluminación que les dieron y dejarse llevar por los caminos que dan al canal que la atraviesa es un verdadero placer.

El ayuntamiento de Bilbao proyectado en colores


Bilbao, de noche


Bilbao, más de noche


Bilbao, de noche

Para concluir mi visita a la ciudad vasca, tenía que hacer un paso obligado por un lugar más. Mentí con lo de sólo saber del Guggenheim antes de venir. Como todo argentino futbolero, sabía que Bilbao es la casa del Athletic Club, actualmente conocido por tener de entrenador a uno de los técnicos más queridos del fútbol de las pampas: Marcelo Bielsa.

Un grupo de gente pasó cantando un conocido cántico del club: “¡Aurrera Aurrera Athletic, Ilari Ilari eh, Que no me voy a casa, que me voy al San Mamés! ¡San Mamés, San Mamés!”.
El San Mamés es el mítico estadio del Athletic y siguiendo el canto, tampoco volví a casa y me dí una vuelta por la cancha también.

En el mítico estadio San Mamés

Antes de seguir camino con los relatos, dejé pendiente del post anterior algunos breves comentarios acerca del País Vasco.

Euskadi, tal como se lo conoce en idioma vasco, es un conjunto de cuatro regiones españolas con una historia, lenguaje y costumbres comunes, cumpliendo perfectamente con el concepto de “nación”. De hecho, es de las naciones más grandes sin Estado propio, tras algunas otras como los tibetanos o los kurdos.
Sumando las tres regiones francesas con el mismo origen, el total es lo que se conoce como Territorio Vasco o “Euskal Herria”.

El idioma vasco, el “euskera”, es uno de los más antiguos actualmente hablados del mundo, y tiene un origen totalmente distinto a otros idiomas europeos, lo que siempre lo envolvió en una suerte de misterio lingüístico y etimológico para los historiadores, los cuáles la consideran “lengua aislada” y “preindoeuropea”.
Actualmente, se está volviendo a enseñar en las escuelas y ya casi un millar de personas la hablan, lo cuál es muy esperanzador tras el riesgo de desaparecer que corrió a mediados del s.XX con la prohibición ejercida por la dictadura que afectó al país ibérico durante casi cuarenta años.

La explicación del porque de tantas “tx” y “tz” en el idioma es porque carece de letras como la “c”, y esas otras dos son reemplazos con una mínima diferencia sonora a la “ch”.

Probablemente todos escucharon del conflicto político vasco, en su deseo independentista de España. Cabe destacar que las posturas entre los habitantes varía según la región.
En las regiones francesas, me encontré con un deseo menor de independizarse. En el “pays basque”, la gente parece sentirse más francesa que vasca, y aunque mantiene las raíces de la Vasconia y se ven algunas banderas vascas en las calles, la independencia total no parece algo que vaya a darse pronto.

Pintadas por la causa vasca

En cambio, en las regiones españolas, la sensación vasca es mucho mayor. Quizás profundizada por la represión franquista (y tras toda represión, el sentimiento de unidad y revolución siempre es mayor), los carteles en euskera se multiplican, las “ikurriñas” (banderas vascas) pueblan las calles y la palabra “Independentzia” forma parte de los graffitis en muchas paredes.

Pintadas por la causa vasca

Les contaré una anécdota para ejemplificarles lo que se siente. Caminando por las calles de Bilbao, compré una remera con la bandera vasca en uno de los tantos comercios de regalería del casco viejo, y obviamente quería usarla mientras estaba aún en la región (podía llegar a tener problemas si la usaba en Madrid, ya que no apoyan esta causa y los tratan de rebeldes antipatria).

En un pueblito de las afueras de Bilbao llamado Portugalete, estaba tranquilamente esperando sentado en un banco cuando una señora mayor se acercó directamente a hablarme.
Mi remera decía “Euskal Herria” y ella comenzó preguntándome si sabía lo que significaba. Le contesté que creía que era el País Vasco, pero ella me lo negó.

Euskal Herria, motivo de mi remera

“No sólo es eso. Es la gente, es la historia, es la tierra. Es mi tierra. Es la tierra de mis padres y de mis antepasados. Es nuestro idioma y nuestras costumbres. Es todo lo que se nos prohibió durante años y por lo que tanta gente sufrió para conservar.”
Me contó que su padre estuvo en prisión por gritar “Euskal Herria” en la calle, y que ver a alguien como yo, un extranjero, en un pueblito no turístico, con una remera que decía esa leyenda, la emocionaba. Le daba esperanzas.

Al principio lo tomé como otra señora grande que se me había puesto hablar de “sus cosas”, como suele pasar. Pero no. Era mucho más que eso. Era la expresión del sentimiento de todo un pueblo. Y no fue la única, sino quizás la que más me marcó. Otra gente me paró en la calle para comentarme cosas o historias similares.

El País Vasco. Otro lugar al que definitivamente volveré. Por sus playas, por sus comidas, por su historia… pero principalmente: ¡por su hermosa gente!

¡A seguir camino! ¡Saludos a todos!