Llegó un momento en el que me sentí absolutamente solo en el mundo. Sobre el cielo azafrán se perfilaban los grandes rascacielos de acero y cemento que habían crecido en las ahora ciudades vacías. Todo el mundo había desaparecido y el universo, de repente y por primera vez, era un lugar silencioso. Extraño y silencioso. Incómodo y silencioso. Solitario y silencioso. Recorrí las calles desiertas del atardecer; arrojé piedras a varios escaparates, me bañé en una fuente de aguas verdes, destrocé los retrovisores de unos cuantos coches... y nada. Allí no había nadie. Como en un sueño. De repente fui consciente de que no es nada fácil estar solo, totalmente solo, aunque así nos lo pareciese cuando estábamos rodeados de gente por todos los lados. ¿Qué va a pasar ahora con el resto de mi vida? ¿Todo lo que me espera es este silencio? ¿Nada más? ¿A quién le contaré lo que yo he sido o quiero ser... o cómo podré llegar a ser algo concreto y definido sin compartirlo con nadie? ¿Qué importancia tiene el ser o el existir si no se proyecta sobre los demás... sobre los otros, para que avalen con su aprobación o desaprobación la realidad de nuestra presencia, de nuestra entidad? ¿Se puede existir sin los demás?
Sopla un viento frío. Me paro. Hay un árbol muerto en medio de la calle que nadie quita porque estoy solo. Cojo unos pasteles y me los como sentado en la acera. No sé cómo he llegado aquí pero me doy cuenta de que, de alguna extraña manera que desconozco, ya formo parte de este inquietante paisaje. Una inquietud, un desasosiego cósmico, como de planetas desiertos suspendidos de la oscuridad infinita, fuera del espacio y del tiempo, sin ninguna finalidad o propósito, me invade. Me limpio con la manga de la camisa las comisuras de los labios y entro en el primer local que veo, sin mirar. Comienza a anochecer. - ¡Es una biblioteca!- me digo en voz alta a mí mismo cuando estoy dentro- Una pequeña biblioteca de barrio... Le doy una patada a una pantalla de ordenador que está en el suelo mientras echo un vistazo por los estantes, hasta que me paro delante de uno en el que se puede leer una etiqueta blanca en letras negras que dice: "LITERATURA DE ANTICIPACIÓN".
Cojo un grueso volumen negro y lo abro. Es un tomo de una edición muy cuidada. Se titula "Paisajes del Apocalipsis", de la editorial Valdemar. Por lo que ojeo en el índice, parece una buena recopilación de relatos. Me arremolino en un sofá, enciendo la lámpara de lectura pegada a éste, y mientras ésta se va calentando y la luz crece, abro el libro y leo:
" Todos amamos las historias post-nucleares. Si no fuera así, ¿por qué se habrían escrito tantas? Hay algo de fascinante en la desaparición de todas esas personas, en el vagar por un mundo despoblado, rapiñando latas Campbell de cerdo con alubias, defendiendo a la propia familia de los merodeadores. Sin duda es horrible, sin duda nos apenamos por toda esa gente muerta. Pero en algún lugar oculto de nuestra mente pensamos que estaría bien sobrevivir, comenzar de nuevo. En secreto, sabemos que sobreviviremos. Son los demás los que morirán. De eso se trata".
Cuando estoy embebido leyendo el relato "Gente de arena y escoria", alguien detrás de mí, en la oscuridad, tose. Por si acaso, no me vuelvo.
Saludos de Jim y como siempre, no perdáis de vista a Valdemar y sus magníficas ediciones. Todavía estáis a tiempo.