Para unos y para otros Pajares era lugar de referencia, parada obligada, en la inclemente travesía, pues allí encontraban fondas y mesones, incluso un hospital de peregrinos, que contaba con servicios de hospedaje y atención.
Unos kilómetros más arriba se encuentra el puerto: lugar de extraordinaria belleza dominado por el recortado perfil de colosales montañas, entre las que destaca el macizo de las Ubiñas. Desde el alto también se puede observar algún que otro túnel de los que atraviesa el sinuoso itinerario del ferrocarril. Bellos parajes que nos brindan los casi mil cuatrocientos metros de altura del lugar, los mismos que explican los largos inviernos que nutren las verdes laderas y los casi perpetuos neveros, por más que se diga que los de ahora no son los más crudos que se recuerdan.
Frío más o menos intenso, densas nieblas, nevadas o ventiscas: ése es el escenario que en los largos inviernos de la Cordillera se pueden encontrar quienes franquean la famosa puerta que une las tierras leonesas y asturianas. Si las inclemencias del tiempo pueden deparar grandes dificultades al transeúnte contemporáneo, qué no sucedería a quienes en el pasado se aventuraban a transitar por estos parajes a pie, en carreta o lomos de una caballería.
Era entonces, en los momentos en que más arrecia el temporal, cuando la villa de Pajares se convertía en providencial refugio para el viajero, parada y fonda obligada hasta que la tormenta amainara y el camino quedara de nuevo abierto.
De esta secular dedicación a cuantos por aquí pasaban —primero por el camino, más tarde por la carretera— han quedado huellas bien visibles en el caserío, pues consta que algunos de los edificios que hoy se mantienen en pie sirvieron en otro tiempo para dar cobijo al transeúnte.
Pues aunque en su calle más transitada se encuentran algunos edificios singulares como el conocido como El Portalgo (lugar donde se cobraba el impuesto o portazgo que gravaba el tránsito de mercancías), otros hay no menos interesantes en las calles paralelas.
De hecho es en el conjunto de las bien conservadas viviendas donde se encuentra el principal atractivo de la villa. Los más son edificios de pétreas fachadas y buen porte. Uno hay que merece mayor detenimiento: es el conocido como Casa de los Pidal, vivienda que fue de la familia integrada por Juan Menéndez —magistrado y natural del mismo Pajares—, de Ramona Pidal —originaria de Villaviciosa e integrante de la conocida e influyente saga— y de sus tres hijos: Luis —afamado y laureado pintor, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando—, Juan —prestigioso historiador que fue director del Archivo Histórico Nacional, al tiempo que periodista y poeta lírico— y Ramón —catedrático de Filología Románica de la Universidad de Madrid, miembro de la Generación del 98, director de la Real Academia y reputado medievalista—. Aunque, por los cambios de residencia a que obligaban los destinos del padre, no todos los hijos nacieron en Pajares, sí que fue la casa familiar el lugar donde los Menéndez Pidal pasaron los largos veranos de su infancia y juventud, como para Ramón atestigua la placa colocada en la fachada.
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Propuestas anteriores:
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- Taramundi: la apuesta por la tradición
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Otros lugares de interés
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