La ensayista y narradora norteamericana Mary McCarthy (Seattle, 1912-Nueva York, 1989) entrega en “Pájaros de América” (Tusquets, 2007), publicada en 1965, el retrato excepcional de un personaje tan complejo como entrañable. Novela de iniciación, de educación sentimental, “Pájaros de América” relata los avatares de Peter desde la mudanza de California a Rocky Port, un peñasco donde el chico disfruta sin embargo de la compañía de su madre. Rosamund Brown, de profesión concertista, es una mujer algo estrambótica pero sumamente maternal, y Peter quiere aprovechar el tiempo para profundizar el vínculo con ella luego del segundo divorcio de ésta. Pero el babbo, un padre exigente y reflexivo que se muestra preocupado por el futuro de Peter, interrumpe ese interludio delicioso cuando decide enviarlo a París a estudiar filosofía. Es también una oportunidad única para eludir el reclutamiento a Vietnam, y el pacifismo del chico hace el resto a la hora de partir hacia la Ciudad Luz.
Y allí lo encontramos junto al Sena, aterrado por la suerte que puedan correr los clochards, incrédulo ante la posibilidad de la inminente invasión a Hanoi, en fascinante discusión con su tutor (un modelo de ubicuidad) sobre las contradicciones del turismo y enamorado de una chica vegetariana que procede de su tierra. Mientras todo ello ocurre, Peter Levi conoce otros imaginarios nacionales y despliega las contradicciones de Estados Unidos, un país al que siempre le resultó dificultoso representarse el resto del mundo.
McCarthy, notable activista por la paz y el secularismo, nos regala en un texto de indagación psicológica (más que vuelto hacia el vértigo de la narración), el extrañamiento, los matices y las delicias de un personaje que aprende, indaga y no pierde el don de maravillarse. En continuo movimiento intelectual, mientras repiensa la máxima kantiana Peter irá descubriendo poco a poco que su romance idealizado con la naturaleza tal vez requiera de nuevos instrumentos, de dejar atrás el tabicamiento ornitológico, sobre todo, ante la evidencia de Natura moribunda y la agonía del paisaje. Que se parece bastante a la fe de los hombres cuando sufren el acecho de la guerra.