De Samanta Schweblin (Buenos aires, 1978) y su libro de relatos Pájaros en la boca, me habían hablado, hace tiempo, Federico Guzmán y Alberto Olmos, ponderándolo como un libro interesante dentro de la nueva narrativa en español. Uno de esos nombres –Samanta Schweblin- y un título –Pájaros en la boca- que uno escucha y acaba por olvidar. Volvió a aparecer su nombre en alguna conversación cuando quedó entre los cinco finalista del IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, junto –precisamente- a Alberto Olmos. El premio (dotado nada menos que con 50.000 €) lo acabó ganando Schweblin con un conjunto de relatos titulado Siete casas vacías que ya ha aparecido (la semana pasada) a la venta editado por Páginas de Espuma.
Hace unas semanas quedé con el escritor Alejandro Morellón para tomar un café e intercambiar algunos libros: yo le dejé alguno de Elvio E. Gandolfo y Haroldo Conti, y él me pasó este de Pájaros en la boca y La mujer desnuda de Armonía Somers (un intercambio muy rioplantese).
Pájaros en la boca está formado por dieciocho narraciones. En comentarios leídos en internet sobre el libro se destaca que muchos de sus cuentos están ambientados en pueblos del interior argentino. Este escenario suele quedar patente en la primera página de cada cuento (y en bastantes casos en la primera frase), con referencias a la ruta o el campo: “Al asomarte a la ruta, Felicidad comprende su destino”, así empieza el cuento Mujeres desesperadas; o En la estepa comienza: “No es fácil vivir en la estepa; cualquier sitio se encuentra a horas de distancia.” La segunda frase del cuento Hacia la alegre civilización es: “Desde un banquito de la estación, mira el inmenso campo seco que se abre hacia los lados e intuye que pronto sucederá algo terrible.” Podría seguir, pero basten estos ejemplos. Este es un rasgo interesante y que da un carácter especial al libro, aunque también hay cuentos aquí que transcurren en Buenos Aires, y debemos considerar que existen también otros cuentistas argentinos que ya han narrado el interior del país; estoy pensando, por ejemplo, en Haroldo Conti y Elvio E. Gandolfo, entre los más clásicos, y Federico Falco, entre los escritores de la generación de Shweblin.
La primera composición, titulada Irman, ya nos da el tono del libro y nos introduce en el universo planteado por Schweblin: dos jóvenes viajan en coche por una ruta del interior de Argentina. Tienen hambre y paran en un restaurante de carretera. Les atiendo un camarero de muy baja estatura. Le piden bebidas y el camarero acaba reclamando su ayuda porque no llega hasta la heladera y su mujer, quien habitualmente se dedica a esto, yace sobre el suelo, tal vez muerta. Acabamos de entrar en un mundo de extrañeza narrado desde la normalidad de la voz narrativa. Nada de lo que ocurre parece, en la mayoría de los casos, perturbar a los personajes o al narrador de estos cuentos. Estas narraciones se sitúan casi siempre en un territorio ambiguo entre los límites de lo real y el campo de lo fantástico. En este sentido pueden recordarnos a los relatos de un Julio Cortázar que ha regresado de París y se ha perdido en el interior de la Argentina. Por supuesto, la figura de Franz Kafka también está presente aquí: situaciones aparentemente normales en las que sus protagonistas actúan de un modo inusual, atrapados por algunos de sus miedos interiores, observando la realidad desde ángulos distorsionados.
Es curioso observar hasta qué punto cada uno de estos cuentos juega con la extrañeza y lo fantástico. El primero, Irman, podía ser un cuento de extrañeza ante lo real; de comportamientos de los personajes y situaciones inusuales en un contexto realista. Pero el segundo cuento, Mujeres desesperadas, también de ambiente rural, se adentra ya más en el territorio de lo fantástico. Una mujer recién casada es abandonada por su marido, cuando éste para el coche para que pueda ir a un baño. La mujer, con su vestido de novia se sienta a mirar la carretera, esperando que su marido regrese. Una mujer más mayor le dice que se ha ido para siempre, que todos hacen lo mismo. Desde la oscuridad cada vez más honda del campo empiezan a surgir voces airadas de mujeres que también fueron abandonadas, presencias más fantasmales que reales. Se establece un diálogo a voces entre las dos primeras mujeres y el resto, que parecen acercarse a ellas de forma agresiva, sin mostrar su presencia tangible. Éste es un cuento de ambiente amenazante, sugerente, más potente que el anterior. Con Mujeres desesperadas ya estoy de lleno dentro del universo Schweblin. Cuando termino el cuento En la estapa: sobre una pareja que vive ahora en el campo, preocupada por la fertilidad (se nos dice) y que sale de noche a cazar “eso”, conoce a otra pareja que ya tiene “eso” y son invitados a su casa, donde la primera pareja desea todo el rato poder ver “eso”, algo que se demora para chocar luego con sus expectativas, el lector ya comprende que los cuentos de Schweblin tienen un aire onírico. Sin decirlo nunca “eso” es posiblemente la búsqueda del hijo, aunque, de forma expresionista, se salga con linterna y red a cazarlo al campo. Y la conclusión puede ser la angustia ante las enfermedades o malformaciones con que pueda llegar este hijo. En la estepa se crea una atmósfera propia de las pesadillas, igual que Mujeres desesperadas también podía describir el ambiente de otra pesadilla, que nos desvela el miedo de una mujer a ser abandonada. En el cuento que da título al libro, Pájaros en la boca, un hombre recibe la llamada de su exmujer para que pase por su casa a recoger a la hija adolescente de ambos. El hombre descubre, no sin horror en esta ocasión, que su hija se alimenta ahora de pájaros que engulle vivos. La escenificación de otra pesadilla: el miedo al crecimiento de los hijos, alejados cada vez más de sus padres.
Esta forma de narrar historias, jugando con el subconsciente, con lo onírico, me ha recordado a los planteamientos de la cuentista española Marina Perezagua, también de la generación de Schweblin. Una diferencia importante es que en muchos casos, Perezagua se adentra en el territorio de lo puramente fantástico y Schweblin se sitúa más cerca del realismo; además de que el estilo de Perezagua es más lírico y el de Schweblin es más seco, más directo y contundente.
Sin embargo, existen cuentos en Pájaros en la boca que cumplirían con los parámetros del realismo, y que, ciertamente, se han convertido en algunos de mis favoritos del conjunto: hablo de Cabezas contra el asfalto, que nos acerca a un pintor bastante ensimismado con su exitosa obra pero con problemas sociales para relacionarse con los demás, cuyo comportamiento podría rozar la locura, pero que, en cualquier caso, se mantiene dentro del realismo. Matar un perro es un cuento contundente, una breve narración, que podríamos encuadrar dentro del género negro; además, para mayor variedad, es una historia puramente de ciudad. Un cuento intenso, brillante. En La medida de las cosas los problemas mentales también podrían explicar de forma realista lo que ocurre en una juguetería de un pueblo de Argentina. Papá Noel duerme en casa me ha parecido el cuento más clásico del conjunto, de forma elusiva un adulto evoca un hecho de su niñez que tiene que ver con la distancia creada entre sus padres.
En otros cuentos el uso de lo fantástico es más que evidente: en Hacia la alegre civilización, un oficinista de la ciudad queda atrapado en la estación de ferrocarril de un pueblo porque el ferroviario nunca da la señal para parar el tren. “Hace años que viajo en este tren, pero hoy al fin he logrado llegar.”, dice alguien en la página 97. Conservas, donde gracias a unas pastillas se puede invertir un embarazo (nuevo miedo onírico), roza casi la ciencia ficción.
Quizás a Pájaros en la boca se le podría achacar un uso excesivo del recurso de la extrañeza ante las situaciones planteadas, que en algún caso, cuando el cuento está menos conseguido que otros ya leídos, crea en el lector una sensación de repetición. Pero ahora que estoy escrito esta reseña e intento reflexionar sobre las tonalidades de las narraciones leídas, desde su realismo puro (Matar un perro) hasta el cuento fantástico (Hacia la alegre civilización), pasando por la extrañeza onírica (En la estepa), me parece que sí que es un libro de bastantes registros y tonos, con muchos relatos destacables.
La hora de los monos de Federico Falco, otro joven escritor de cuentos también situados en el interior de Argentina, tal vez me deslumbró más, por sus argumentos sorprendentes (que jugaban también con el realismo y lo fantástico) y la belleza de las imágenes creadas y el lenguaje empleado para ello, pero desde luego Pájaros en la boca es un libro de cuentos que ha de satisfacer a cualquier aficionado al género, interesado en sus formas de renovación. Así que, aficionados al cuento, tengan presentes a estos cuentistas argentinos nacidos en la década del 70, como renovadores del género: Federico Falco y Samanta Schweblin. Y si hablamos de España, anoten también a Marina Perezagua, que practica un tipo de escritura emparentada con la de los anteriores.