Hoy me dio por pensar en palabras. Pensaba en la riqueza de nuestra lengua y en la cantidad de veces que la vilipendiamos. Meditaba sobre las modas y cómo cambian las cosas, hasta la forma de hablar, con el paso del tiempo. Me estaba acordando de lo que le molestaba a mi madre que repitiera las palabras que se ponían de moda entre la gente joven cuando yo era una pibita. Todavía se siguen usando algunas: tío, enrollado, guapo… Otras se fueron quedando atrás junto con las hombreras y los nuevos románticos. Reflexionaba sobre cómo se repiten los roles. Ahora soy yo la madre y siento una especie de repulsión cuando oigo a mis hijos utilizar los vocablos más populares. Ya no dicen ‘Ños mano’, ahora se dice ‘Chos loco’- y lo dicen con k no con c, aunque suene igual-. Si por lo que sea muestro entusiasmo por algo, ya no sentencian ‘Mamá estás emocionada, pronuncian ‘No seas motivada’. Si me dejo llevar y hago un poco el tonto, me dicen ‘Mamá eres una paridosa’ y si digo algo que nos les cuadra, me llaman ‘flipada’. Meditaba sobre los miles de significados que podemos darles a las palabras y los cientos de sentimientos que podemos transmitir con ellas. Me gustan las palabras, me apasiona nuestra lengua y disfruto de nuestra particular forma de hablar.
Les dejo dos muestras de lo que les estoy hablando.