Palabras mágicas que abren corazones

Por Jorge Luis Rodríguez González
PRETORIA, Sudáfrica.— La ciudad despertó bien temprano y muy tranquila. El silencio que se respiraba en sus calles no daba cuenta de un emporio urbano que desde hace días acoge a gran cantidad de jóvenes del mundo para celebrar su Festival Mundial. Mientras regresábamos de la sede del Comité Organizador Internacional, en el Hotel Burgers Park, donde los colegas nos habíamos pasado toda la noche tratando de enviar información a La Habana, solo divisamos a algunas personas que caminaban bajo las sombras de los jacarandas.
Pero Pretoria pronto rompió su letargo, y los aires de Festival fueron alborotando poco a poco las arterias de la ciudad. El Centro de Eventos de Tshwane, donde se desarrollan los debates políticos de la cita, se convierte cada día en un arcoíris de nacionalidades y culturas. Jóvenes de América Latina, África, Asia, Europa, Estados Unidos, acuden al lugar para a la amistad, la paz, la solidaridad, y la lucha común contra el imperialismo.
En las principales calles de la ciudad se ven las pancartas alegóricas al XVII Festival. También muchos autos circulan por las principales avenidas promocionando el evento.
Entrada la media mañana todo parecía pura rutina organizativa, hasta que un pequeño grupo de jóvenes sudafricanos sentados frente a uno de los locales del Centro de Convenciones de Tshwane comenzaron a cantar «extrañas» letras en zulú, la lengua más difundida aquí, a pesar de que el inglés es el idioma oficial.
No fue necesario que pasara un minuto para que aquellas cuatro voces se multiplicaran y el lugar se convirtiera en la plataforma de un gran concierto popular.
Aquellas letras eran incomprensibles para la mayoría de los extranjeros que merodeábamos por el Centro; sin embargo, todos supimos enseguida de qué se trataba, y nos sumamos al canto. Cubanos, estadounidenses, saharauis y muchos jóvenes de otros rincones de África hicieron suyas aquellas canciones que antes de 1994 fueron himnos de lucha y resistencia contra el entonces régimen racista. Todos entendimos el sentimiento de amor propio, dignidad y liberación humana que salían de esos corazones, quién sabe cuántos de ellos con recuerdos vivos de la discriminación racial.
Mientras disfrutaba aquel espectáculo que contagiaba a tantos, mi mente no pudo dejar de pensar en uno de los crímenes más horrendos del apartheid contra la juventud sudafricana: el asesinato del adolescente Hector Pierterson, de solo 13 años, y el de otros cientos de retoños que participaron en la lucha contra las políticas segregacionistas. Muchos de los que hoy estaban bailando en el Centro de Eventos de Tshwane eran tan jóvenes como aquellos que años atrás perdieron su vida o fueron apaleados por tan solo cantar letras como estas o bailar con los acordes de su música.
Los delegados cubanos fueron de los primeros en contagiarse con el ritmo pegajoso y pronto en medio de las letras en zulú comenzaron a saltar palabras de enorme significado para quienes con el baile y el canto estaban apostando por no olvidar la historia nacional y por la construcción de la nueva Sudáfrica.
Fidel, Cuba y Mandela son vocablos mágicos aquí, donde, al igual que en Soweto —centro de la lucha y resistencia contra el apartheid—, el amor por la Mayor de las Antillas y el líder de nuestra Revolución es espontáneo y sincero. Y resulta inimaginable la cantidad de corazones que se te abren automáticamente, sin reservas, cuando dices que vienes de aquella islita del Caribe.
También, muy lejos de La Habana, al otro lado del Atlántico, sudafricanos y delegados de otras naciones de este continente o de otras latitudes cantaron, junto a los cubanos, la Guantanamera, al tiempo que gritaban consignas como Viva Cuba Socialista.
Fidel y Mandela son hoy en Sudáfrica, y para muchos de los jóvenes del mundo que se reúnen en Pretoria, dos íconos de la lucha por la liberación plena del ser humano. Son el alma y la guía de quienes, ante un mundo egoísta propuesto por unos pocos, han venido aquí a apostar por la amistad, la paz y la solidaridad.