¿Nos hemos preguntado alguna vez qué sería de nosotros sin las letras o los números? Si no dispusiéramos de estos instrumentos, ¿cómo nos manejaríamos por la vida? ¿Cómo entendernos y hacernos entender? ¿Cómo contar el tiempo por el que transitamos y dejar constancia de lo que pensamos o de lo que hacemos?
Desde que los humanos fuimos capaces de ejercitarnos en el habla y ,mucho tiempo después, de idear alfabetos para transcribir lo vivido y lo pensado para legar esos conocimientos a las generaciones futuras, no hemos dejado de plasmar nuestras ideas y nuestros sueños en infinidad de libros que nos han permitido reconstruir nuestra historia como especie. Gracias a todas esas combinaciones de letras y de historias hemos podido custodiar el legado de nuestros ancestros.
Se dice que una persona que no lee vive sólo una vida, mientras que la que lee vive infinidad de ellas. Porque leer nos abre la mente a realidades a las que, desde una vida ordinaria, no podríamos tener acceso. Una mente abierta es una mente más flexible, que aprende a dotarse a sí misma de muchos más recursos, al tiempo que se acostumbra a buscar en su interior las respuestas que no halla en su interacción con los demás.
La literatura, como cualquier otra forma de arte, es una herramienta que nos permite desconectar de realidades angustiosas sumergiéndonos en mares de palabras que nos llevan a descubrir, en ocasiones, lo que se esconde en nuestras propias profundidades.Porque al leer una historia con la que nos identificamos nos lleva a redescubrirnos a medida que se nos va perfilando el personaje con el que más empatizamos del relato que estamos leyendo.
La magia de los libros es la interactividad entre sus autores y sus lectores. Nunca habrá dos lecturas iguales de la misma obra, porque esas lecturas se conjugan de forma simultánea con las interpretaciones que los lectores hacen de ellas. Así, hay obras eternas, como el Quijote de Cervantes, que siglos después de haberte escrito se siguen reinterpretando y se le continúan encontrando sentidos nuevos a medida que sus nuevos lectores someten a sus personajes al escrutinio de sus neuronas del siglo XXI.
Muchas veces hemos oído aquello de que “ya está todo escrito” como pretexto para no intentar escribir nada pretendidamente nuevo o para no seguir leyendo. Paradójicamente, los que acostumbran a enarbolar ese tipo de banderas son los que no han leído un libro en su vida. Qué fácil es criticar lo que se desconoce por completo. Arremeter contra la cultura es como osar empezar a cavarnos nuestra propia fosa mientras aún estamos vivos, porque si algo nos ha hecho parecer humanos, es la cultura que hemos ido entretejiendo entre todos durante los miles de años que nos han precedido y han hecho posible el tipo de vida que nos podemos permitir ahora mismo. Una vida que no está exenta de críticas ni de quejas, porque los humanos somos inconformistas por naturaleza y siempre acabamos cayendo en la trampa del “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Pero no es verdad y, en fondo, lo sabemos pero no osamos reconocerlo en voz alta.
Nunca antes los libros nos han resultado tan accesibles como ahora. Libros de todos los géneros y de todas las temáticas que podemos encontrar en distintos idiomas y adaptados para todas las necesidades. Libros pensados, incluso, para aquellos a quienes no les gusta leer, porque se les da la oportunidad de que se limiten a oírlos leídos, a veces, por sus propios autores.
Tampoco falta la típica persona que antepone el cine a la literatura, por aquello de que en el cine ya te lo dan todo hecho y sólo tienes que limitarte a mirar y seguir los diálogos. Sin saberlo, esa persona también está consumiendo literatura, pues esa película, antes de filmarse y editarse, fue un guion que escribió alguien.
Acostumbrados a vivir con una rapidez temeraria, siempre habrá a quien le cueste entender que algunas personas nos podamos pasar horas inmersas en la lectura de un libro, pero en cambio no se cuestionan las horas que muchos dedican a mirar vídeos sin pies ni cabeza en sus redes sociales. En fin, dicen que para gustos los colores y cada cuál tiene derecho a consumir su propio tiempo como mejor considere.
Lo que es incuestionable es que, gracias a los libros, la vida resulta más intensa y mucho más digna de ser vivida. Las personas que, desafiando a las nuevas tecnologías que prometen inmediatez y mínimo esfuerzo, se empeñan en seguir hilvanando palabras para tratar de entender una realidad que tantas veces se nos acaba escurriendo entre los dedos son como hadas que velan por nuestra perpetuidad.
Mientras alguien siga componiendo versos o siga narrando con su propia rabia lo que pasa a su alrededor, convirtiendo sus lágrimas en fuentes de las que emanen personajes con una fuerza arrolladora, capaces de enfrentarse a cualquier adversidad, las personas que amamos los libros seguiremos manteniendo despierta nuestra propia esperanza de ver materializados esos sueños que los autores hilvanan con letras en retales de papel.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749