Palabrotas

Por Mamareciente
Ya sabemos cómo son las paredes de las casas, que parecen hechas de papel de fumar. Cada vez están mejor aisladas pero los ruidos aún se oyen y las voces más. En el piso que está encima del nuestro vive una familia con dos niños pequeños, de dos y tres años, y sin embargo oigo más al padre abroncándoles que a ellos. Alguna nochecita toledana tienen, como todos los niños de esa edad, pero durante el día a quien escucho a menudo gritando es al padre, y además de gritarles ( algo de lo que no soy partidaria porque eso se puede convertir en una casa de locos; firmeza sí, voces no), se dirige a ellos con palabrotas.
-Ostia, Fulanito! Para ya, joder!
¿Por qué les habla así? ¿Por qué no cuida un poco sus expresiones cuando se dirige a ellos?
Quizá el padre argumentaría que no es un asunto tan preocupante. ¿Qué mal le puede hacer al niño aprender esas palabras? Tarde o temprano las aprenderá, forman parte de nuestro lenguaje, hay veces en las que soltar un taco es un buen desahogo, viene incluso al caso, y no se hace daño a nadie si no se dicen con ánimo de ofender.
¿Es así de sencillo? ¿O el uso del lenguaje de un modo u otro tiene otras implicaciones? ¿El hablarles así forma parte de “un todo”, una forma de (no)educarles, un peldaño en su formación?¿Qué le transmitimos a un niño cuando hablamos con tacos? ¿Es relevante?
Lo cierto es que ahora mismo no sé qué más añadir porque no tengo las respuestas. Y sin embargo me parece que no, que esa no es la forma adecuada, que no hay necesidad de que aprendan a decir “joder” antes que “gracias”. Y que no es necesario darles voces un día sí y otro también.
Cuando me enfado y me pongo seria con el Chiquinini, sin gritarle, es perfectamente consciente de ello y lo entiende. Vaya sí lo entiende…despliega todas sus armas para encandilarme. Primero rehuye mi mirada dirigiendo la suya hacia el suelo y luego tuerce el morrito con semblante muy serio. A continuación me mira con su mejor y más serena sonrisa y me dice “mamá guapa, hola mamá”.
A día de hoy a veces me tengo que aguantar la risa para mantenerme firme delante de él. Me sorprende su picardía siendo tan pequeño.
Supongo que llegará un día en que los enfados sean mayores, por motivos más serios y sin lugar a medias sonrisas. En cualquier caso habrá muchas veces en las que imagino que tendremos que enseñarle qué es lo correcto y qué no. Pero no creo que gritarle facilite en absoluto esa labor.