1. Versalles, una ciudad como todas
El autobús salió dos minutos antes de las 9 am. desde el estacionamiento subterráneo del Museo del Louvre y en los siguientes diez minutos se devaneó entre los monumentos más importantes de la ciudad. Luego de ese tiempo tomó la ruta en dirección a Versalles, que se encuentra a unos 15 kilómetros aproximadamente del centro de París. El día amaneció con el más típico estilo parisino, con el cielo grisáceo, cerrado y con esa leve llovizna que no llega a mojar pero que luego de un buen rato a la intemperie, molesta y mucho.
- Versalles hoy no es aquella villa de ensueño como lo fué en épocas de Luis XIV... hoy es toda una ciudad, nos dice en español el guía de Cityrama, un mexicano de unos sesenta años, residente en París desde hace más de veinte y que para ese entonces ya nos había tomado lista dándonos la sensación de que estábamos a bordo de un micro escolar. Luego de escuchar sus palabras me quedo pensando y me pregunté cómo sería residir al lado del lugar en el cual vivieron los reyes más importantes de Francia, se tejieron las más escabrosas historias, se cometieron los crímenes más insólitos (incluso muchos de ellos jamás descubiertos), se cumplió a rajatabla la lista completa de los pecados capitales enumerados en la biblia y donde se llevó a cabo la revolución que, con sus consecuencias, llegó a instituírse como un ejemplo a seguir por el mundo occidental.
Cuando el autobús atravesó el cartel que informaba la bienvenida a la ciudad, lo que vi me pareció una ciudad como cualquier otra. A la vista aparecían negocios de varios ramos, gente que aguardaba en las paradas de autobús, un tráfico igual al de cualquier urbanización que se precie de tal y una estética que poco tenía que ver con los frondosos bosques que se ven en las películas y que tan buen marco le dieron al palacio más famoso del mundo. Pero lo cierto es que todo cambió cuando, a poco de un kilómetro, y pese a la niebla que envolvía todo en un aspecto acuoso, pude ver las puntas doradas de las rejas de entrada y el famoso reloj dorado y azul con la cara del sol, símbolo del más rancio absolutismo de entonces.
-Ahora sí estoy en Versalles, pensé y me dispuse a bajar del bus junto al grupo con el cual compartía la excursión. Apenas puse un pie en el pescante de la salida un grupo de africanos, jóvenes, flaquísimos y altos y dueños de un francés extraño me ofrecieron en no menos de cinco idiomas reproducciones de la Torre Eiffel, relojes de colores, una tanza con luces en su interior que volaban como un boomerang y unos adornos de acrílico con figuras en su interior delicadamente talladas con láser. No só por qué pero lo primero que se me vino a la cabeza fue la idea de que, pese a los años, algunas cosas no habían cambiado. Si bien en el interior del palacio los reyes sólo viven en los lienzos y como fantasmas de esas salas, en el exterior, algunos hombres siguen con algunas de las necesidades y falencias que tenía el pueblo allá por el 1700.
Les agradecí por el ofrecimiento y parecieron no escucharme. Me siguieron hasta la entrada misma del palacio y sólo se retiraron cuando el mexicano, haciendo uso de su pseudo deber de honor para la bandera tricolor, en un francés digno de un personaje de Buñuel - y como quien se dirige a animales - les gritó que se fueran y no molestaran ( de más está decir que tal hecho bastó para que desde que pusiera el primer pie en el palacio me alejara del grupo y lo recorriera por mi cuenta, valiéndome de una completa guía que, inteligentemente, cargué en mi mochila antes de salir).
2. Versalles, un palacio como pocos
Una vez atravesado el sistema de seguridad digno de un aeropuerto, el guía nos reunió en la escalera de entrada a las salas. Allí dio algunas recomendaciones (no comer, no tomar, no fumar y otras tantas que tendrían lógica sino fuera por que se ingresa sin mochilas ni bolsos ni carteras) y comenzó con una tediosa introducción acerca de la historia de Luis XIV, el famoso rey sol que hizo del Palacio uno de los sitios más excéntricos de la historia de Francia.
En la primera sala las muestras de barroquismo surten el efecto que se propusieron quienes lo llevaron a cabo: las excesivas formas y texturas recargadas de los techos, paredes y puertas para evitar el horror que produciría en aquellos hombres la sensación de vacío abundan tanto que, por momentos obligan a detenerse varios minutos en cada pieza aunque,eso es imposible, ya que siempre hay un grupo detrás de uno esperando para ocupar las salas que pueblan el palacio.
La presencia de Luis XIV es fundamental y se puede observar en la mayoría de las salas. Varios de los cuadros y murales que engalanan las rojas paredes de terciopelo lo muestran con su cabellera rizada, la capa de tercipelo azul con flores de lis (símbolo de la realeza) y en posiciones corporales que dejan exhibir el uso de la etiqueta y sus dotes cuasidivinas quetanto quiso exaltar e intentó implementar en el inconciente colectivo de su pueblo.
Lo que sigue es una colección de objetos suyos, algunos elementos de vajilla, cuadros con escenas familiares y otras de caza, muebles delicadamente ornamentados y lo que más impacta es su recámara, en la cual se puede ver la cama original en la que dormía, asimismo como los frescos pintados en el techo y que sobreviven casi intactos pese al paso de los años. Desde allí mismo, si se acerca uno a la ventana, se tiene una de las mejores vistas hacia los increíbles jardines que por la fecha en la que estuve, los ví totalmente nevados y que más se parecían a los jardines del Hermitage de San Petersburgo que al Palacio de Versalles.
Siguiendo el recorrido se llega a la otra recámara de gran interés, que no es otra donde pasó sus noches María Antonieta cuando vivió allí durante el reinado de su esposo Luis XVI, antes de que terminara decapitada durante la toma de la Bastilla algunos años después. El mobiliario con el que decoró la habitación y los frescos que engalanan los techos hacen del lugar -junto al salón de los espejos y la sala donde se encuentra el mural de la Coronación de Napoleón- uno de los más interesantes y lujosos del Palacio.
Frente a un cuadro que mostraba un cálido retrato familiar, el mexicano elevó la vista y dijo: - Pintada en aquel cuadro pueden ver a María Antonieta junto a sus tres hijos. El menor desapareció y jamás lo encontraron. Es un misterio de la historia. Algunos dicen que lo mataron y otros aseguran que murió ahogado al caer en un zanjón, pero nunca se supo fehacientemente. La infanta María Teresa (la única hija viva del matrimonio) fue enviada de pequeña a Polonia y allí vivió hasta su muerte y, cabe aclarar que, gracias a ello fue que se salvó del proceso y de la guillotina junto a sus padres.
Cuando se llega al Salón de los espejos se tiene la sensación de que todo lo que se vio hasta allí y que antes impresionó, se ve diluido y adquiere una resignificación inevitable. Para el gozo visual, el salón tiene una superficie de 73 metros de longitud y cuenta con 375 espejos, además que se encuentra rodeado de increíbles esculturas talladas en oro que representan algunos seres mitológicos e incluso ángeles desnudos de estilo renacentista. En épocas del Rey Sol esa salón cumplía la función de salón de divertimento y en varias ocasiones allí se realizaron bailes con invitados de los más altos estratos sociales afines a la figura del rey.
En 1919 allí se firmó el famoso tratado que puso fin a la Primera Guerra Mundial y que significó el fin del armisticio, aunque eso no pudo evitar la prosecución de la Segunda Guerra ni el ascenso de partidos políticos como el nazismo y el Fascismo, que vendrían algunos años después y dejarían consecuencias mucho más terribles que aquellas que finalizaron con el Tratado de Versalles.
Si bien los interiores del palacio son lo más interesante del lugar (y donde mejor se encuentra testimoniado el paso de aquellos monarcas) los jardines merecen una mención especial. Las increíbles fuentes que los pueblan y los cuidados arbustos de extrañas formas tal cual como estaban en aquellas épocas son realmente dignos de comentarlo, ya que el trabajo de los expertos en paisajismo y mantenimiento de esa zona verde merecen un comentario aparte.
Si visitan el palacio en invierno probablemente se encuentren con el paisaje nevado y si lo hacen en verano, podrá disfrutar de un paseo en los minibuses o trenes que los recorren para que los turistas ´puedan tomar fotografías sin pisar el césped o erosionen aquello que tanto trabajo les da a los que lo cuidan celosamente.
En verano tengan en cuenta que el lugar suele estar atestado de gente y que es probable que tengan que hacer largas colas antes de entrar o que tengan que comprar el billete anticipadamente (con el costo adicional que eso implica).
Es probable también que cuando visiten el lugar se encuentren con que varias salas o sitios del palacio no estén habilitadas debido a trabajos de refacción. Eso será así lamentablemente hasta dentro de un par de años en que terminaría el plan de refacción y restauración del edificio (De hecho muchas de las fotografías que ilustran este posteo debieron ser sacadas haciendo uso de las técnicas de composición para evitar que salieran andamios, escaleras, cables, caballetes y operarios trabajando).
Pero mejor que relatar es mostrar, así que aquí tienen algunas imágenes de lo que conté hasta aquí:
DATOS ÚTILES:
Cuando ir:
Desde el 1 de abril hasta el 31 de octubre:
Palacio: de martes a domingo de 9 a 18.30 hs.
Jardín: Todos los días de 8 a 20.30
Desde el 1 de noviembre hasta el 31 de marzo:
Palacio: de martes a domingo de 9 a 17.30 hs.
Jardín: todos los días de 8 a 18 hs.
Cómo llegar:
RER: Versailles-Rive Gauche, Línea C
Versalles Chantiers, Rive Droit
Excursiones y paquetes: Cityrama (Consultar diferentes opciones)
Precios:
Adultos: 15 euros
Menores de 18 años: entrada gratuita
Ciudadanos de la CE entre 18 y 25 años: entrada gratuita
Entre noviembre y marzo: el primer domingo del mes es gratis
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