Palencia y su montaña (y II)

Por Monpalentina @FFroi
Froilán De Lózar
"Santa Ana, madre de la Virgen, abuela por línea materna del Señor, es la patrona de Piedrasluengas, el último pueblo de Palencia si tomamos la dirección de Potes". Isidro Cicero, viajero y escritor cántabro, recuerda en un libro pequeño pero muy ameno, cuando las mayordomas del lugar solían cambiarla de capisayos, según fueran cambiando las solemnidades del año litúrgico. Así, en una ocasiones la revestían de Santa Ana, otras de Santa Eulalia, de Inmaculada y, en ocasiones, de San Antolín, obispo y patrono de Palencia. De ahí procede la plegaria que los romeros cantaban en las procesiones el 26 de Julio: Gloriosísima Santa Ana, que fuiste madre de Cristo, fuiste Virgen, fuiste mártir, y dimpués, fuiste obispo. Nuestros antepasados ya buscaban motivos para romper ese silencio del que hablamos, porque, de otra manera , no se comprende un pleito de 600 años como el que en este pueblo disputaron por unos cientos de metros al pueblo de Valdeprado, situado en las primeras estribaciones cántabras del valle de Liébana. Hablo con la seguridad que me da el haber nacido y vivido en esa parte de la montaña y, como me contaba mi pariente Apolinar, que vive al otro lado, en Quintanilla de las Torres, he conocido cada casa, puedo imaginarme cada rostro, el poder de la lumbre y, no sé si por las necesidades que debieron pasar, o el acomodo a una serie de circunstancias posteriores, pocas veces vi en su cara un amago de pena, yo vi el dolor en otras cosas, como ahora asisto a la preocupación que les invade por la droga. Quienes me siguen y constato que son fieles lectores, me lo cuentan en Cervera, me lo cuentan en Pernía, y aunque no me piden expresamente que lo cuente, entiendo que al hacerlo te están pidiendo de algún modo que lo escribas. Tampoco se puede contar todo. Siempre hay espinas muy profundas cuyo paso para sacarlas debe ser dado primero por las familias de los afectados. Por lo demás, yo he remado a mi aire, con mucha independencia, con mucha soledad, con pocos resultados y el asombro de algún lector del llano por esa insistencia mía en repetir lo que ya no es un misterio para nadie. Si a tu razón y mi empeño se unieran los que sin necesidad de llevarlo en el papel lo llevan en la mente; si a nuestro afán, desnudo de todo protagonismo y falsas apariencias (pese a lo que puedan encontrar los enemigos, que no sé cómo surgen, pero ahí están, en contra), se sumaran las voces de los sacerdotes, de los políticos, de aquellas asociaciones que parecen celosas y enfrentadas en la defensa y el canto de una misma tierra, otra imagen de fuerza y de progreso se evidenciaría en la capital, pero, querido amigo, somos dos almas encantadas, aliviando a nuestra usanza heridas y asperezas que se hacen más evidentes a medida que pasan los años y se conoce un poco mejor la historia de Palencia. Y estoy contigo en todo porque, más que de cualquier otro lugar me siento palentino, y deseo que todos los palentinos conozcan la tierra de la que tanto hablamos, sintiendo como suya la montaña, tanto como sentimos nuestra la capital. Ahora sería preciso desatar el sueño, sin ignorar las dificultades que se ciernen sobre cada barrio. Uno solo no es nadie para hacerlo. Ha de estar conectado a los demás, apoyado por ellos. Nosotros somos dos puntos más, ilusionados, removiendo las crónicas, situando en su lugar los pueblos, movidos no sé por qué extraños resortes, queriendo hacer realidad una pequeña parte de lo que soñaron nuestros abuelos mirando al sur, que allí está el minarete de quienes nos prometen esperanzas. Querido Jaime, no nos desesperemos. No mires mi montaña como algo diferente a la tuya. Los títulos sirven sólo a efecto orientativo y uno de los mejores síntomas de los últimos años, lo tienes aquí mismo, en las páginas de nuestro “Diario Palentino”. Al final, los políticos deberán entender que no importan las siglas, que sólo importan los caminos que nos lleven a un puerto. Tu y yo, como otros ilusionados promotores, debemos entender que la montaña es toda y es de todos, y cada uno está llamado a defenderla desde su trabajo, en el interior, en el exterior, con las manos, con el corazón, manteniendo ese espíritu encantado que en su piel dejaron grabado nuestros antepasados.-
©Froilán de Lózar para Diario Palentino

De la sección "La madeja"