La creatividad y la imaginación no sólo surgen para plantear preguntas u observar con una mirada fresca la evidencia, también se presenta en aquella empresa que a la mayoría de los científicos les cuesta trabajo emprender (o simplemente no les agrada): la divulgación de la ciencia. Hay muchísimas formas de divulgar ciencia, tenemos las comunicaciones escritas, representadas por artículos en revistas especializadas (como este en portada, que es autoría de un servidor), notas en los periódicos o pequeñas secciones en revistas populares. También encontramos comunicaciones audiovisuales como documentales, pequeños 'comerciales' televisivos, videos en youtube, etc. Además, tenemos exposiciones museográficas como aquellas que tienen lugar en museos, galerías itinerantes e incluso al aire libre.
En todas estas categorías encontramos un elemento común: el Paleoarte. Ya sea en forma de reconstrucciones o animaciones, este elemento es crucial en la divulgación científica, pues sin él, corremos el riesgo de aburrir de muerte a nuestra audiencia. Pero el paleoarte es más que sólo decoración, es una herramienta que sirve para estimular la imaginación de chicos y grandes de manera que consideren a esos polvorientos huesos almacenados en algún museo como algo que una vez estuvo vivo y que era esencialmente distinto a todo lo que conocemos hoy. Los paleoartistas han estado presentes desde tiempos inmemoriales, algunos de ellos usaron de lienzo obscuras cuevas donde retrataban la vida cotidiana, otros más modernos pintaban hermosos murales en las salas de los museos que exhibían poderosos esqueletos montados y unos más han hecho de su lienzo un ordenador, con el que resucitan toda una gama de criaturas extinguidas.
Sin lugar a dudas, el paleoarte es algo con lo que los paleontólogos no podríamos vivir, pues gran parte de nuestro "éxito evolutivo" depende de la opinión pública y su apoyo, dos cosas que nos ayuda a conseguir el maravilloso trabajo de un artista.