Recreación de uno de los bisontes de la reserva de san Cebrián de Mudá (Palencia)
Hubo un tiempo, hace casi un millón de años, en que en la Sierra de Atapuerca se oían mugidos de los uros, relinchos de tarpanes y bramidos de búfalos. Tampoco faltaban las berreas de los ciervos en los meses de otoño y los gruñidos de jabalí en los bosques templados de robles, castaños y encinas. Cuadrillas de homo antecessor, con campamento en la Gran Dolina, merodeaban por los alrededores y hostigaban a estos animales para darles caza. En tanto, las mujeres recolectaban frutos, raíces y semillas y, quizás, llegaban a acercarse hasta el cercano río Arlanzón para pescar pequeñas truchas y cangrejos mientras observaban las aves migratorias o las evoluciones de los grandes hipopótamos en el agua.
Hoy el paisaje ha variado. Ya no hay tantos bosques ni abundan las charcas donde retozababan los hipopótamos y en cuyas orillas pastaban los ciervos y hozaban los jabalíes. El clima se ha extremado bastante y el frío invierno ha vuelto inhóspito el lugar para algunos de estos animales. Además, en los últimos milenios, las grandes tribus de homo sapiens han superpoblado el hábitat encontrándose uno de sus macrocampamentos permanentes a menos de 10 km. en el cercano lugar conocido como Burgos. Otros campamentos menores se emplazan más al sur del antiguo asentamiento: Atapuerca, Ibeas, Mozoncillo; hasta llegar a dos poblados situados a la ladera de una importante masa boscosa: Salgüero y Brieva de Juarros. Los habitantes actuales de estos parajes se dedican, desde el Neolítico, a la agricultura y la ganadería habiéndose reducido la fauna a las especies típicas de la meseta y de la ganadería: ovejas y vacas principalmente.
Las cuevas y cavidades de la Sierra de Atapuerca, que habían teniendo diversos usos a lo largo de la historia, se convirtieron en foco de especial atención para la ciencia a partir del hallazgo verificado de antiquísimos restos humanos en 1976. Desde entonces el interés del yacimiento no ha cesado de aumentar. Se suceden excavaciones, descubrimientos, publicaciones, proyectos museísticos, talleres... Una de las iniciativas más llamativas es la de recrear en la zona el ecosistema natural de aquellos tiempos en zonas de hábitat similar y la incorporación de especies prehistóricas como el uro (especie precursora del toro actual), el tarpán (caballo primitivo) y el bisonte (bóvido casi extinguido muy abundante en la época). La idea no es nueva. Desde el año 2010 pastan los bisontes en los prados de San Cebrián de Mudá (Palencia) a los que se les ha añadido sucesivamente caballos «prezwalski» y onagros (asnos salvajes del paleolítico). Ahora en los bosques y dehesas entre Salgüero y Breiva de Juarros, en Burgos, y a unos 6 km. de Atapuerca, intentan aclimatarse cinco bisontes de origen europeo procedentes de Polonia, 36 uros, 8 caballos przewalski y 13 tarpanes. La iniciativa choca con los intereses de los ganaderos de la zona que objetan los peligros sanitarios que pueden ocasionar a la ganadería autóctona (propagación de enfermedades), incompatibilidad para compartir espacios, dificultad de contención en el vallado... y ponen en duda la gestión realizada y la posible rentabilidad de la reserva. Pero los responsables del proyecto, que cuenta con ayuda y financiación europea, replican que revitalizará la actividad de la zona (laboral, turística, económica...) con visitas a la reserva, gastronomía específica, y resaltan el interés científico y ecológico que supone.
Este domingo visité la parte ya vallada de la reserva con uno de mis hermanos. Esperábamos ilusionados encontrar la pareja de bisontes que mi hermano ya había localizado pastando el domingo anterior en la dehesa en torno a un pequeño regato que vierte en el arroyo Salgüero. No los encontramos. Había llovido bastante esos días y los animales se habían retirado al amparo de los robles. Ahora los brotes crecían por doquier y no necesitaban buscarlos en la humedad del arroyo. Pero lo que sí encontramos fue una hermosa manada de caballos przewalski y de tarpanes. De alguna manera una docena había superado la cinta electrificada y escapado de la cerca de espino que rodeaba la zona de pastos. Permanecían agrupados en el camino, sin asustarse de nuestra llegada. Nos acercamos con cuidado (¿Quién no experimenta una extraña emoción al acercarse a un pariente cercano de aquellos salvajes del Paleolítico?).Tras los recelos iniciales se acercaron, olisquearon nuestras ropas y se dejaron acariciar. Al otro lado de la valla permanecían separados media docena que no pudieron salir. Desde su lado, el jefe de la manada, relinchaba reclamando su vuelta. El grupo evadido quería volver pero ya no sabía cómo. Cuando echamos a andar, camino adelante, nos siguieron con la vana esperanza de que les introdujésemos en el vallado. Tomamos un camino lateral para buscar a los bisontes en la dehesa que acostumbraban a frecuentar y ellos se quedaron, inmóviles, mirando como nos alejábamos. Sentí lástima por aquella pequeña manada desamparada. El camino se internaba en un agradable bosque de robles, algunos de cuyos ejemplares, alcanzaban gran envergadura, se trataba de un bosque antiguo con hierba y sombras abundantes. A la derecha se extendía un pequeño valle cruzado por un arroyo. Durante un buen rato seguimos camino adelante hasta ascender a lo alto del monte sin encontrar rastro de los bisontes, pero vimos en el barro húmedo abundante huellas de pezuñas de uros, los bóvidos recientemente introducidos en la reserva. Regresamos. Al volver al camino principal encontramos de nuevo la manada de przewalskis. Allí los dejamos, inmóviles, con una súplica equina en la mirada. Al alejarnos miré con pena aquella pequeña manada prehistórica separada por la larga valla del tiempo.
Recreación de uno de los caballos przewlalski.