Susana Khalil
Cuando los fascistas franquistas acusaron a Pablo Picasso por ser el autor de la obra pictórica Guernica, Picasso les respondió: «El Guernica no lo hice yo, lo hicieron ustedes».
Era la España de la Segunda República que se enfrentaba a Franco, a Mussolini y a Hitler. Picasso era republicano, y retrató Guernica desde su diáspora en París. Se trata de un óleo sobre lienzo, que muestra entre otros el espantoso sufrimiento humano tras el bombardeo a la población civil de Guernica por parte de las fuerzas alemanas e italianas, en coordinación con el franquismo.
Posteriormente, dicha obra fue llevada a la Exposición Internacional de París de 1937. Luego debió ser protegida, y encontró amparo en el Museo de Arte Moderno, de Nueva York (MOMA). Después de la muerte del sanguinario Francisco Franco, la obra fue trasladada a España en 1981. Para muchos se trataba del retorno del último exiliado.
En el mundo son innumerables las obras de arte, símbolos, archivos y documentos errantes resguardados, robados o extraídos de los pueblos, y estos pueblos claman por el derecho a que le sean devueltos al suelo patrio.
En el caso del pueblo palestino fue el pueblo el que fue extraído, es el pueblo el que pasó a ser errante. El 80 por ciento de la población nativa fue expulsada y el cinco por ciento asesinada en 1948, para imponer desde Europa un régimen colonial, conocido como «Israel». Un «Israel» que no guarda ningún vínculo con la antigua tribu israelita.
En Palestina quedaron sus obras, manuscritos, pergaminos, documentos, archivos, sus tumbas y fósiles. Un cúmulo de huellas en las que muchas fueron quemadas por el actual colonialismo. Destruían la historia de un pueblo que lleva más de 11 mil años en la luz de la historia de la humanidad. Una de las destrucciones monumentales la acompañaba la perversa y la atractiva mentira: Una tierra sin pueblo para un «pueblo» sin tierra. Algunas obras están secuestradas por el poder colonial y otras usurpadas para ser representadas como propias de ellos, como un falso ancestro y así falsificar, disfrazar y ocultar la naturaleza de ese anacronismo colonial.
Por otra parte, los palestinos guardan y resguardan en su memoria la existencia de obras, objetos y documentos de valor dispersos por el mundo desde mucho antes de su masiva expulsión en 1948. Ejemplo de ello es la gran colección que atesora el Museo del Hermitage (San Petersburgo, Rusia) de piezas talladas en nácar, arte que nace y se desarrolla en Belén (Palestina), así como también la colección que conserva el Museo Misionero Etnológico, en los Museos Vaticanos.
Otras colecciones de importancia se hallan en instituciones inglesas y españolas. Igualmente, palestinos emigrados a Turquía, Chile, Colombia, Jordania, Líbano y otros países árabes han conservado legados familiares o han conformado colecciones adquiridas en subastas y anticuarios de Europa. A estas actuaciones, en un intento desesperado por preservar la identidad, se le suma el coleccionista colonial israelí que puja por aquellas piezas en el sistema internacional de subasta.
El libro El arte palestino de tallar el nácar. Una aproximación a su estudio desde el Caribe colombiano, publicado en la nación suramericana en 2005, da cuenta de la evolución del arte del nácar desde sus orígenes, y uno de sus autores, Enrique Yidi Daccarett, aún trabaja en la preservación (a través de su emprendimiento denominado Taller Palestina), curaduría y catalogación de las obras palestinas de nácar esparcidas por el mundo, con la ayuda de una de las coautoras del libro, Karen David Daccarett. La intención última es que las piezas existentes, en los diferentes museos del mundo y demás instituciones, sean identificadas como palestinas en su ficha catalográfica.
Hay que aclarar algo, el pueblo nativo palestino vive desde 1948 bajo un yugo colonial, pero ese colonialismo no solo ha tomado el suelo patrio sino que también toma la historia y cultura del pueblo nativo. Esta particularidad de usurpar la historia y su acervo cultural, por ejemplo los bordados, la culinaria y sobre todo su historia (caucásicos judíos, no semitas que se camuflan como hebreos), es debido a que es un colonialismo que no proviene de un pueblo, como ocurre en el clásico colonialismo, sino que proviene de un movimiento colonial europeo que se disfraza hábilmente de pueblo.
Palestina pasó a ser un pueblo prohibido
Es perfecta la mentira del racismo colonial sintetizada en la fórmula «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra». Esa falsa sentencia, armónica, casi musical, es propia de ese colonialismo que es portador de toda una esplendorosa maquinaria estética nada ética.
La única historia que tiene el milenario pueblo semita palestino está en esa tierra del Levante, pero, a partir de 1948, pasó a ser un pueblo errante.
En el seno de esa palestina errante florece El Museo Palestino, Palestine Museum US. Exactamente en Woodbridge, Connecticut, Estados Unidos. Fundado por el palestino Faisal Saleh. Colosal labor pero el inmenso desafío es el moral y humanista, es decir el desafió a la censura, ya que hablar de la Causa Palestina es un obsceno tabú en Estados Unidos. Se trata de un desafío al fraude cargado de corrupta estética, el desafío al miedo, esa putrefacta y deshonesta acusación de antisemita, el desafío a patear la mesa, el desafío a la atrofia imperial y colonial, el desafío al sionismo, a ese, el más poderoso fascismo de nuestro tiempo.
Dicho museo palestino puede ser una pantomima del claustro museológico, como fetiche fachada de la democracia o puede ser un museo palestino para la justicia. Si es esta última, el museo será amputado.
Es un museo de sobrevivencia, de un pueblo que rehúsa desaparecer y cuando el fascismo sionista les acuse de antisemitas, hay que recordar a Pablo Picasso y responder: nosotros no somos antisemitas, son ustedes los antisemitas.
En gran parte la religión se convirtió en el opio de los pueblos, que el arte, la academia, la literatura, la pedagogía y la ciencia no se conviertan en el opio de los pueblos.
Que el arte, la academia, la literatura, la pedagogía y la ciencia sean por la justicia, que sean por la honestidad y por la generosidad, ¡es eso lo liberador!