El Festival de Palm Springs me ha hecho recordar, mutatis mutandi, al Festival de Morelia. Como en el festival michoacano, las sedes y hoteles más importantes están a unos cuantos minutos de camino y si hay alguna función en otra parte más alejada, hay transportación constante y gratuita. Eso sí, en lo que le gana Palm Springs a Morelia -y, de hecho, a todos los festivales a los que he asistido- es que se trata de una sede particularmente amable. No me refiero a los organizadores y al staff de voluntarios -que son tan amables como eficientes- sino a la sede en sí: a la ciudad y a su gente.Palm Springs, California, es un pueblito bicicletero habitado por gente de la tercera edad que se lleva saludándote por donde quiera que vayas. Hasta donde sé, no hay mucho que hacer por aquí -turismo en la montaña, pasear por ahí para ver casas de gente famosa y párele de contar-, así que el festival es una de las actividades centrales de la ciudad, sino es que es la más importante. Eso explica que, por lo menos a las pocas funciones de público a las que he asistido, las salas estén repletas, aunque no creo haber visto -entre el público, quiero decir- a nadie más joven que yo. Pero, bueno, cut the crap, como dicen acá en el gabacho: a escribir de cine. Si no, al rato voy a dedicarme a hacer guías turísticas-festivaleras y a quejarme porque no me sirven comida suficiente en el hospitality o porque las uvas que sirvieron en el desayuno tenían muchas semillitas. Precisamente en una función de público repleta de gente de la tercera edad vi Still Alice (EU, 2014), la película que, pronosticó David Thomson en The New Republic hace un par de meses, le hará ganar otra nominación al Oscar a Julianne Moore. Puede ser: por esta actuación, Moore ya ha ganado varios premios y la nominación respectiva del Sindicato de Actores, lo que aumenta las probabilidades de un justo reconocimiento.Si sucede así, creo que sería la única nominación que tendría este filme que, por lo demás, es una especie de "película de la enfermedad de la semana" producida por Hallmark Entertainment, solo que con una actriz protagónica a la que terminas creyéndole todo. Alice Howland (Moore) es una destacada profesora de lingüística en Columbia University, autora de libros de textos, conferencista en donde la solicitan, profesora invitada por aquí y por allá. Un día, en medio de la clase, olvida una palabra frente a todos sus alumnos. Otro día, corriendo por la Universidad, voltea a ver los edificios como si no supiera en dónde está. En la cena de Navidad, saluda por segunda ocasión a la nueva novia de su hijo, como si no se la hubieran presentado unos minutos antes.Lo que tiene esta brillante y articulada mujer es el peor Alzheimer: uno que ataca mucho antes de llegar a la tercera edad y que, por lo mismo, avanza más rápido y de manera más implacable. Más aún: el Alzheimer, le dice su médico, suele ser más rudo con personas más educadas e intelectualmente más sofisticadas como ella. Alice, pues tiene todas las de perder y, en efecto, ella sabe que va a perder todo: sus recuerdos, su dignidad, su relación con su marido (Alec Baldwin), con sus tres hijos, con sus recién llegados nietos.Ya sabrá usted: lágrimas abundan, especialmente en una escena notable en la que Alice va a dar una conferencia -la última que puede dar- frente a pacientes de Alzheimer y familiares de ellos. El discurso pega en el blanco -los guionistas-cineastas Richard Glatzer y Wash Westmoreland lo escribieron bien, quiero decir-, pero la voz, la mirada, los gestos, las manos de la Moore diciéndolo terminan provocando un nudo en la garganta. Pregunta retórica: ¿habrá otra actriz de su generación que llore mejor y haga llorar mejor que Julianne Moore?
El Festival de Palm Springs me ha hecho recordar, mutatis mutandi, al Festival de Morelia. Como en el festival michoacano, las sedes y hoteles más importantes están a unos cuantos minutos de camino y si hay alguna función en otra parte más alejada, hay transportación constante y gratuita. Eso sí, en lo que le gana Palm Springs a Morelia -y, de hecho, a todos los festivales a los que he asistido- es que se trata de una sede particularmente amable. No me refiero a los organizadores y al staff de voluntarios -que son tan amables como eficientes- sino a la sede en sí: a la ciudad y a su gente.Palm Springs, California, es un pueblito bicicletero habitado por gente de la tercera edad que se lleva saludándote por donde quiera que vayas. Hasta donde sé, no hay mucho que hacer por aquí -turismo en la montaña, pasear por ahí para ver casas de gente famosa y párele de contar-, así que el festival es una de las actividades centrales de la ciudad, sino es que es la más importante. Eso explica que, por lo menos a las pocas funciones de público a las que he asistido, las salas estén repletas, aunque no creo haber visto -entre el público, quiero decir- a nadie más joven que yo. Pero, bueno, cut the crap, como dicen acá en el gabacho: a escribir de cine. Si no, al rato voy a dedicarme a hacer guías turísticas-festivaleras y a quejarme porque no me sirven comida suficiente en el hospitality o porque las uvas que sirvieron en el desayuno tenían muchas semillitas. Precisamente en una función de público repleta de gente de la tercera edad vi Still Alice (EU, 2014), la película que, pronosticó David Thomson en The New Republic hace un par de meses, le hará ganar otra nominación al Oscar a Julianne Moore. Puede ser: por esta actuación, Moore ya ha ganado varios premios y la nominación respectiva del Sindicato de Actores, lo que aumenta las probabilidades de un justo reconocimiento.Si sucede así, creo que sería la única nominación que tendría este filme que, por lo demás, es una especie de "película de la enfermedad de la semana" producida por Hallmark Entertainment, solo que con una actriz protagónica a la que terminas creyéndole todo. Alice Howland (Moore) es una destacada profesora de lingüística en Columbia University, autora de libros de textos, conferencista en donde la solicitan, profesora invitada por aquí y por allá. Un día, en medio de la clase, olvida una palabra frente a todos sus alumnos. Otro día, corriendo por la Universidad, voltea a ver los edificios como si no supiera en dónde está. En la cena de Navidad, saluda por segunda ocasión a la nueva novia de su hijo, como si no se la hubieran presentado unos minutos antes.Lo que tiene esta brillante y articulada mujer es el peor Alzheimer: uno que ataca mucho antes de llegar a la tercera edad y que, por lo mismo, avanza más rápido y de manera más implacable. Más aún: el Alzheimer, le dice su médico, suele ser más rudo con personas más educadas e intelectualmente más sofisticadas como ella. Alice, pues tiene todas las de perder y, en efecto, ella sabe que va a perder todo: sus recuerdos, su dignidad, su relación con su marido (Alec Baldwin), con sus tres hijos, con sus recién llegados nietos.Ya sabrá usted: lágrimas abundan, especialmente en una escena notable en la que Alice va a dar una conferencia -la última que puede dar- frente a pacientes de Alzheimer y familiares de ellos. El discurso pega en el blanco -los guionistas-cineastas Richard Glatzer y Wash Westmoreland lo escribieron bien, quiero decir-, pero la voz, la mirada, los gestos, las manos de la Moore diciéndolo terminan provocando un nudo en la garganta. Pregunta retórica: ¿habrá otra actriz de su generación que llore mejor y haga llorar mejor que Julianne Moore?