“…7 de julio, San Fermín”. Una fecha, un evento y un lugar señalados que no he tenido el placer de conocer, pero millones de personas, sí. Yo, por el contrario, me acerqué la ‘ciudad de los Sanfermines’ en otra época bien distinta, la Navidad, aprovechando sus días de vacaciones y disfrutando de la ciudad de otro modo. Así, viajé a Pamplona en su día a día; sin fecha especial. La ciudad más allá de San Fermín. Una urbe limpia y ordenada, de amplios espacios verdes y un encantador casco antiguo, donde disfrutar de un paseo relajado y echar la tarde de bar en bar probando sus pinchos.
Hacíamos noche en casa de unos amigos en frente del Parque de la Ciudadela, el límite suroeste de la ciudad vieja, así que allí empezamos nuestro recorrido. Este importante pulmón verde de la ciudad, fue una fortificación creada por Felipe II para asegurarse el dominio de la misma, parte de un reino conquistado recientemente y con conatos de sublevación que el monarca consideraba que debían ser aliviados. Fue pensado como una estrella de cinco puntos, pudiéndose observar desde cada ángulo los pasos del enemigo. Actualmente, es un lugar de reunión para los habitantes de Pamplona y referencia para hacer deporte o esparcirse. Un lugar muy agradable que aúna Historia y naturaleza. Las zonas verdes son protagonistas en el turismo de esta ciudad, sumándose también el parque de inspiración japonesa Yamaguchi y La Taconera, con presencia de animales, que nosotros no visitamos por falta de tiempo, pero que teníamos apuntados como lugares interesantes que poder visitar.
Ya de camino al corazón de la ciudad, atravesamos la vía Sarasate, donde podemos ver la Iglesia de San Nicolás, varias esculturas que dan un corte elegante a esta parte de la ciudad y el Monumento a los Fueros de Navarra, que celebra el régimen especial de esta región española. Desembocamos, seguidamente, en la plaza más importante de Pamplona, la Plaza del Castillo, llena de puestos navideños en ese momento, ya que visitamos la ciudad en los días previos al final del año. La siguiente parada será la plaza del Ayuntamiento, donde se da el conocido chupinazo en San Fermín.
La Pamplona de San Fermín
De hecho, la sombra de esta fiesta es larga y una de las actividades más comunes en la urbe es seguir las pistas de los encierros que tienen lugar cada julio. Para ello, buscamos la cuesta de Santo Domingo, la calle donde comienzan los recorridos. Volvemos a pasar por la plaza del Ayuntamiento, donde también se sitúa la oficina de Turismo, y la siguiente referencia, tanto de los encierros como del turismo de la ciudad, es la Calle Estafeta, llena de bares y comercios. Continuamos hasta acabar nuestro virtual San Fermín en la Plaza de Toros, al final de la calle.
Pero el viaje más allá de los Sanfermines continúa y en el intrincado casco antiguo de Pamplona, destaca también la Catedral de Santa María la Real, construida en los siglos XIV y XV sobre un templo románico anterior. La fachada, obra de Ventura Rodríguez, parece modesta, pero el interior de la catedral merece la pena. De estilo gótico, llama especialmente la atención el claustro. El día que vamos no hay mucha luz, aunque quizás este hecho dé un halo de misterio al lugar. Se distinguen bien no obstante las figuras de Carlos III El Noble y su esposa Leonor, donde reparan la mayor parte de los visitantes.
Seguimos el camino de la parte posterior de la catedral, donde tenemos en mente visitar el Rincón del Caballo Blanco, una zona donde hemos leído que se obtienen unas buenas vistas de la urbe. Nos asomamos así a uno de los balcones formados por la muralla de la ciudad, concretamente el Baluarte del Redín. Es sin duda un rincón especial, con un bar-restaurante ahorra cerrado pero que imagino lleno de vida con buen tiempo. Lo que no está quizás a la altura de las expectativas son las vistas de la zona metropolitana de Pamplona, pues aunque dan una sensación de libertad, no puedo decir que lo que vieran mis ojos fuera especialmente bonito.
Rodeamos Pamplona en la dirección de sus murallas, para volver al casco antiguo, desembocando en la calle Navarrería y la fuente homónima. Este lugar es también conocido en la fiesta de San Fermín, pues se ha popularizado sobre todo entre los viajeros extranjeros tirarse desde la fuente y ser cogidos por los brazos de la gente que les espera en la parte inferior. Esto es así, hasta el punto de que el lugar aparece en las guías de viaje bautizado como ‘El Monumento’ -Jumpin´off the monument-; el balconing a lo pamplonico. ¡Hay que ver! Más allá de esta anécdota, la plaza es otra de las referencias al tomar algo por la ciudad. Nosotros no paramos, pero había varios locales con buena pinta y de cierto ambiente alternativo.
Pamplona de pinchos
Otro de los planes que deben formar parte de un viaje por Pamplona es sin duda recorrer sus bares en busca de pinchos sabrosos, como hicimos en el pasado como otras ciudades como la encantadora Zamora. Estas pequeñas muestras de su gastronomía son una excusa para pasar un buen rato y probar un poco de todo. Además, si te gusta el vino, te recomiendo pedir esta bebida, pues la situación de Navarra, pegadita a La Rioja, hace que haya producto de primera a un paso. ¡No probé uno ni regular!
Los bares que visitamos fueron dos elegidos por recomendación (El Bodegón de Sarriá y El Gaucho) y otros dos a ojo (La Estafeta y La Guria), de los cuales mereció especialmente la pena el segundo. Todos estaban en la misma calle Estafeta o en los alrededores.
En El Bodegón de Sarriá tienen buenos pinchos, muy variados, y su producto estrella es el jamón, realmente exquisito. Me decepcionó un poco no obstante su ‘Capricho de escombro’, un mini bocata de chorizo, lomo, tocino y jamón, que la verdad, no encontré especial. Pero el lugar y el resto de opciones tienen una pinta buenísima. Pegado está el bar La Estafeta, que fue el peor porque era un bar “de toda la vida” con pinchos más humildes. Disfrutamos en cambio del ambiente familiar del lugar.
La sorpresa de la mañana fue sin duda el bar La Guria, donde entramos por casualidad pero nos hubiéramos quedado un rato más, si no fuera porque para entonces ya estábamos casi llenos. Entramos llamados por un “oricio” relleno, que son mi debilidad. No decepcionó y entre la gran variedad de pinchos, para la siguiente elección, nos dejamos aconsejar. Descubrimos así que algunos pinchos no se exhiben, por lo que lo mejor es que preguntes si tienen alguno especial que no se muestre. Probamos así un sashimi de atún sencillamente espectacular.
Por último, pasamos por la puerta de El Gaucho, recomendado por varios conocidos y no pudimos evitar entrar. Nuestras decisiones fue el huevo trufado (¡espectacular!) y el foi, que también hay que pedir explícitamente. El local, nada moderno, el servicio, rápido y atento y la gran cantidad de opciones que tienen hacen sin duda que este lugar tenga un encanto que ahora entiendo porque nadie se resiste.
Así acabamos el día, algo pronto porque luego teníamos planes más caseros, en Pamplona. Una ciudad que nos mostró que tiene atractivos más allá de la que seguramente sea la fiesta más popular de nuestro país.
*Este fue el último viaje de 2015, completando así un año en el que viajé todos los meses y haciendo realidad así el reto que me propuse en 2014. Te invito a leer el post sobre esta aventura: viajar todos los messes del año.