Pamukkale: el castillo de algodón

Por Pinceladasdeunamicroviajera @microviajera

Se encuentra en la provincia de Denizli. Foto: Sara Gordón

Existe una línea muy delgada entre un paisaje maravilloso y único y un paisaje atestado de gente. Esta línea puede ser vital para que ese lugar permanezca maravilloso o se transforme y pierda el encanto que atraía a tanta gente. La clave para encontrar el equilibrio esta en un turismo sostenible, por parte de la gente autóctona que debe respetar su medio por encima de todo y por parte de los turistas que debemos seguir las instrucciones para visitar un lugar, si las hay y si no existen intentar dejar la menor huella posible. Cuanto más viajo más importante me parecen estos conceptos y más importancia doy, no sólo a dejar el lugar tal cual me lo encontré sino a apoyar comunidades locales o elegir proveedores que respeten su medio.

Tiene en total 2.700 metros de longitud y 160 metros de altura. Foto: Sara Gordón

Del color blanco es responsable el bicarbonato de calcio. Foto: Sara Gordón

Este alegato por el turismo sostenible viene a colación de un destino único en el mundo que ha estado a punto de desaparecer: Pamukkale. “El castillo de algodón”, como dice su nombre en turco, es un lugar increíble, de estos sitios únicos que a cualquier persona le gustaría disfrutar. Una montaña blanca llena de cascadas congeladas que conforman piscinas de agua termal que reflejan el cielo. Un paisaje increíble. En efecto, Pamukkale atrae turistas de todo el mundo y es comprensible por su belleza pero a la vez le resta encanto ver a tanta gente, el ruido…

Ya Vitruvio describió este lugar. Foto: Sara Gordón

El lugar ha sido declarado patrimonio de la humanidad. Foto: Sara Gordón

Estando allí nos contaron que cuando el boom turístico turco comenzó se construyeron hoteles en la parte alta de las cascadas, se permitía recorrer el perímetro con calzado e incluso los turistas se bañaban en las pozas con JABÓN, se utilizaba el agua termal para llenar las piscinas de los hoteles… Vamos que les falto organizar un festival tecno todos los años en las pozas. Pasó lo que curiosamente no vieron venir, que las pozas comenzaron a secarse y el color blanco empezó a amarillear. Desde hace varios años se está revirtiendo estos efectos, se demolieron los hoteles, ya no se puede pasear con calzado y solo algunas pozas son para el baño sin jabón, por supuesto. Si bien el lugar es espectacular, es verdad de la afluencia de turistas es masiva y tal vez restringir el número por día podría ser una inversión a largo plazo.

Foto: Sara Gordón

La belleza del mundo no descansa. Pamukkale lleva recibiendo turismo desde tiempos inmemoriales. Los griegos ya disfrutaron del agua termal de sus pozas y se asentaron en la zona construyendo la ciudad de Hierápolis. Como todos los cambios en el castillo de algodón, el punto de inflexión de la ciudad lo marcó un terremoto que la destruyó y fue reconstruida por los romanos perdiendo así su carácter helénico. Hablo de los terremotos como origen y cambio porque también ellos son los responsables de las cascadas y en definitiva de todo el conjunto.

La ciudad fue establecida por el rey de Pérgamo en el 180 a.C. Foto: Sara Gordón

Foto: Sara Gordón

Hierápolis y Pamukkale son supervivientes del tiempo que tenemos la suerte de poder visitar. Nos hablan de historias antiguas y recientes, de ruinas y renacimientos, de naturaleza y arquitectura en un lenguaje que perdura como una huella.

Foto: Sara Gordón

Foto: Sara Gordón

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